LOS ALTOS CEDROS NO VAN A MARCANÉ

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(Tomado del muro e Facebook de Jorge Fernández Era)
LA Habana.- La segunda vez que fui a Santiago de Cuba —la primera fue casi de paso—, la urbe oriental me negó la hospitalidad que vendían los eslóganes. Trabajaba en el Departamento de Promoción del Instituto Cubano de la Música, estaba por concluir el siglo, y mi jefe, Pepe Vázquez —de los más queridos— me envió al primero de los intentos de rescatar mediante entrevistas la memoria de ancianos que no tuvieron la suerte de integrar el Buenavista Social Club.
En Palma Soriano me esperaba Pepecito Reyes, pianista de excelencia que había tocado en las orquestas Fajardo y sus Estrellas, Arsenio Rodríguez y Julio Cueva, además de acompañar, entre otros, a Nat King Cole, Daniel Santos, Tito Gómez, René Cabel y Astor Piazzolla.
Contrario a lo acordado, en el aeropuerto nadie me esperaba. Tuve que dirigirme a Palma yo Soriano, en un camión donde todos, menos el periodista, entonaban a coro rancheras mexicanas. Realizada la entrevista —con ella obtuve el Premio de Periodismo 13 de Marzo, a ello me referiré cuando la replique—, me costó un mundo dar con el director provincial de Cultura, quien se hizo el desentendido y terminó pidiéndole de favor a un funcionario del ICRT que me dejara compartir con él y su esposa una habitación en el aparhotel Turquino.
Arranqué para el aeropuerto y rogué me dejaran volar hacia La Habana en un avión que traía turistas de Europa e hizo escala en Kingston (anótese en mi currículo un viaje a Jamaica). Al otro día, el susodicho dirigente llamó a Pepe para indagar por mí —las autoridades de la tierra caliente me daban por desaparecido—, y su sorpresa fue grande cuando cogí el teléfono y le pregunté por su mamá.
La ciudad de Matamoros se reivindicó en el 2011. El Festival Internacional Cubadisco salía de los predios de la capital por primera y única vez, a una cita inigualable en arte y hospitalidad. Yo era el editor del periódico del evento —lo fui durante quince años—, y la necesidad de coordinar su impresión diaria me impuso viajar desde antes de la inauguración. Fueron dos semanas de puro son, congas y calor humano y santiaguero.
El 9 de julio de 2023 hubo otra visita, pero en dirección contraria. Nos la hicieron en Santos Suárez dos santiagueros maravillosos: Dianelis Zaldívar y Walter Mondelo, profesores de Derecho.
Laide y yo quedamos encantados no solo con su sapiencia y argumentaciones sobre el proceso antijurídico que se sigue contra Era, sino, y sobre todo, de su inmensa calidad humana. Que dos catedráticos de altísimo nivel rueguen a un delincuente como yo los reciba en casa es uno de los actos más bellos y osados que puedan hacerse por mí, no tengo cómo agradecérselos (o sí, les hice almuerzo).
El domingo brilló en Flores 506. Esperé que mis amigos se alejaran de los coterráneos que campean en La Habana para escribir este post. Les prometí que a mi regreso a Santiago de Cuba iremos los cuatro a la Casa de la Trova a cantarle a la patria, al amor, a la amistad que Dianelis Zaldívar y Walter Mondelo dignifican.

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