(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- Rindo homenaje a ese gigante de las letras que respondió al nombre de Milan Kundera, fallecido en Francia —y sin Nobel— a la edad de 94 años. Duró más que el sistema impuesto en Checoslovaquia, su país de origen.
El primer libro suyo en mis manos fue «La broma», de lectura obligatoria si pretendemos «bisturizar» cómo obra el poder frente al humor (me suena eso). Me lo prestó Ana Laura Bode, compañera de año de Periodismo, uno de los seres más entrañables de mi vida, fallecida prematuramente —también en Francia— a la edad de 43 años.
No paré de leer a Kundera, escritor —junto a Mario Vargas Llosa— que más influyó en todo lo chapuceado por mí en lo adelante. Anita y Zumbado emulaban a ver quién me hacía llegar más libros de ambos genios.

No es de extrañar que en la Facultad de Periodismo de finales de los ochenta las ideas de cambio «kundieran» para bien, hasta que un día, el 29 de octubre de 1987, Fidel Castro y Carlos Aldana se encargaran de parar los sueños de una glasnot criolla en un encuentro en el Comité Central que significó nuestro Otoño de Praga y la partida posterior de Ana Laura a París. Ella me dedicó, mientras hacía mi intervención en la reunión de marras, el poema que les comparto.
Alzo mi Coronilla por Milan Kundera. Contribuyó a lijar la obra que modelaron mis padres. Le doy las gracias por sembrar parte de mis convicciones. De seguro él sonreiría si ante su tumba le contara que la política cultural que contra mí se sigue tiene como eslogan una frase hasta hoy irrevocable: «Con la reclusión todo, contra la reclusión nada».