He estado pensando en “el hombre de la plaza”

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(Tomado del muro de Facebook de Alberto Reyes)
 La Habana.-  Hay una historia que dice así:  Había una vez un hombre que todas las mañanas iba a la plaza del pueblo y se ponía a cantar, y todos los que pasaban y escuchaban aquel canto sentían que, de algún modo, ese canto les tocaba el corazón. Pero el rey de aquel lugar consideraba ese canto intolerable, y mandó que lo prendieran y le cortaran la lengua.
 Al otro día, un hombre sin lengua apareció en la plaza y entonó una melodía con las palmas de sus manos, y todos los que pasaban y escuchaban aquella melodía sentían que, de algún modo, aquella música les tocaba el corazón. Pero el rey, lleno de ira, mandó a prender a aquel hombre e hizo que le cortaran las manos.
 Al día siguiente, un hombre sin lengua y sin manos fue a la plaza del pueblo, y entonó un ritmo alegre con el golpeteo de sus pies, y todos los que pasaban y escuchaban aquel ritmo sentían que, de algún modo, aquel sonido les tocaba el corazón. El rey, furioso, mandó prender a aquel hombre e hizo que le cortaran los pies.
 Y cuentan que todos los días llevaban a la plaza del pueblo a un hombre sin lengua, sin manos y sin pies, que desde una esquina de la plaza miraba y sonreía, y todos los que por allí pasaban sentían que, de algún modo, aquella mirada y aquella sonrisa les tocaban el corazón.
 A veces parece que nada vale la pena, que elevar la voz una y otra vez, del modo que sea, lo único que va a hacer es traer problemas y no va a provocar ningún cambio. A veces parece que lo mejor es hacer el juego a los que quieren silenciar el “ruido” de la verdad.
 Pero no es algo tan simple, porque el silencio transmite el mensaje de que se da permiso a otros para que decidan por ti. El silencio también es verbo, y cuando los pueblos callan, su mensaje es: “tomen nuestras vidas, y las vidas de nuestros hijos, y la de los hijos de nuestros hijos, y utilícenlas a su antojo, despójenlas de sus sueños, hagan miserable su presente y sombrío su futuro, niéguennos la libertad, el progreso y la dicha; nosotros no hablaremos, no nos quejaremos, no protestaremos. Sólo esperaremos, esperaremos a que haya un milagro, a que algo pase o alguien haga algo, aunque tengan que pasar generaciones”. Sí, el silencio puede ser un verbo, y un verbo censurador, un verbo auto opresor.
 Que haya gente que odie la verdad no convierte a la verdad en odio. Que haya gente intolerante a la verdad no descalifica el valor y la necesidad de la verdad, porque decir la verdad no es odiar, y callar no es siempre un acto de bondad.
 Martin Luther King tenía claro que el silencio social y la inanición ciudadana no eran el camino, y no dejó de expresarlo de muchos modos. “No me preocupa –dijo- el grito de los violentos, de los corruptos, de los sin ética, lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”. “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”. “No me preocupa tanto la gente mala, sino el espantoso silencio de la gente buena”.

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