(Tomado del muro de Facebook de Arturo Mesa)
La Habana.- Cuando te encuentras con una criatura como la de la foto al salir de casa ya sabes que nada te puede echar a perder el día.
En muchas ocasiones durante la pandemia, sentía deseos de ir al Botánico o a las Terrazas para ver un poco de aves y alegrar mis días en medio de la tragedia.
Uno tuvo que aprender de aves porque en los recorridos con turistas puedes estar convencido que te van a preguntar hasta de un cocodrilo si lo ven subido en una rama.
Las historias de los Guías con las aves son muy simpáticas; la mía igual. En cierta ocasión recorría la isla con un grupo de ingleses que no eran observadores pero algunos de ellos sí y para congraciarme con ellos les propuse subir al sendero de Soroa ya que ahí abundan las Cartacuba y son bien bonitas.
Allá me lancé antes del desayuno (a ellos les encanta ese horario) con tres o cuatro clientes, no recuerdo bien. Vimos algunas aves y el camino es muy fácil además de que no conlleva pérdida alguna. Cuando regresábamos había una señora muy seria que no se quedó complacida y me pidió otra caminata cualquier otro día. Nos íbamos a alojar también en las Terrazas y le dije: –no se preocupe usted, en Las Terrazas le metemos.
En las Terrazas no hay ni que salir del hotel porque en la zona de la piscina se pueden ver muchísimas aves y hacia allí me dirigí.
Como guía al fin, uno se hace de sus trampas y en el teléfono había grabado el sonido de varias aves y aquello me salió de película: puse el sonido del tocororo y el tipo salió al instante. Luego aparecieron muchísimas aves. Yo las buscaba al escuchar sus cantos y casi siempre ella las encontraba primero que yo.
Terminamos la observación y nos despedimos.
Ella iba seria, como siempre, supuse que era la distancia que hay que respetar con los ingleses, aunque a mí los inglese me encantan. Ella no era de expresarse mucho. Aquel grupo terminó su estancia en Cuba y ella fue la última en despedirse de mí y a que no adivinan qué fue lo que me dejó: no solo me dejó la guía de aves de Cuba que debe costar un chorro de pesos, sino un par de binoculares de unos 800 euros y cuando me los entregó me dijo:
-Arturito, yo regreso el año que viene o el otro. Aquí tienes la Guía para que te la estudies bien y mis binoculares para que hagas más observaciones (dijo “more” y enfatizó la “o” como diciendo mooooooore). El lío es que tú me caes bien, Arturito y voy a pedirte como guía de nuevo, pero, coño viejo, estúdiate bien el libro porque tú de aves, la verdad es que no sabes nada.