ERA EN DOIMEADIÓS (enjundia de una inquietud sincera)

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(Tomado del muro de Facebook de Pedro Luis Ferrer)
Acabo de desgranar las afectuosas, inquietas e inquietantes palabras de Osvaldo Doimeadiós —consagrado actor y humorista cubano, respetado y admirado desde siempre—; la breve carta donde hace patente su conmoción por la situación actual de Jorge Fernández Era, a quien califica como «uno de los mejores escritores humorísticos de nuestro país y uno de los mayores cultores de la sátira».
La preocupación y el aval vertidos por el maestro Doimeadiós, Premio Nacional del Humor, no deben ser ignorados por las máximas autoridades isleñas: «Me preocupa mucho la situación en la que te encuentras» —expresa con sinceridad contundente.
En varias ocasiones he reprochado al gobierno isleño el vicio de querer resolverlo todo con policías y prisiones. La economía de un país se resuelve con economistas, no con policías; tampoco son tareas de militares la creación artística y la percepción estética de la sociedad. Además, así no se alimenta el respeto necesario por las instituciones policíacas, cuya función debería ser completamente otra. Ni siquiera la política misma puede resolverse con rejas y mazmorras, sin afrontar el peligro de agravar cada conflicto.
¿Acaso el único criterio válido para defender la integridad de nuestra República proviene de la jerarquía de las instituciones políticas centralizadas? ¿Acaso, como cualquier ciudadano, los políticos están exentos de errar y corromperse? ¿Por qué entonces han de ser inabordables para la crítica y la sátira?¿Para qué existen las instituciones culturales del país, con sus especialistas y maestros, si a la hora de dirimir un problema cultural no pueden hacer valer el criterio que emana de los profesionales de cada disciplina; si tienen que acatar pasivamente el parecer exclusivo de políticos y policías? Creo muy saludable atender los criterios de personas lúcidas como el maestro Doimeadiós (además de su talento probado, cuenta con la experiencia de haber dirigido el Centro Nacional del Humor), quien razona con apego a la más estricta y sabia transparencia: «La sátira —por su propia naturaleza— tiene esa mezcla explosiva entre ironía y mordacidad, que Martí definió sabiamente como látigo con cascabeles. Por supuesto, a los aludidos nunca gusta, pero es así la sátira: una hija legítima del humor, le hace bien a la sociedad su ejercicio».
¿Acaso vamos a desterrar de nuestro humor nacional la sátira y la caricatura; o publicaremos la lista de funcionarios, instituciones y conductas «insatirizables»?
El problema en verdad surge cuando, desde el miedo a la crítica, el deseo de impunidad, la soberbia al responder, la parcialidad ideológica de las decisiones que interpretan la ley, y el desconocimiento de la esencia artística en cuestión, se pretende intervenir con represión y cárcel en el acontecer estético y artístico del país. Ese es el verdadero problema. Ese, sin descontar el cúmulo de disposiciones que nacen sin tener en cuenta la opinión plural y diversa del pueblo y su inteligencia. Sí, porque, en última instancia, todo responde a un centro gravitacional ideológico excluyente que anega el acontecer nacional —pero ese es otro tema delicado.
Me atrevo a asegurar que, mientras no se modifique este lamentable proceder abracador, cualquier altercado en el terreno artístico e intelectual podrá tomar proporción desmesurada e irá de mal a peor. La historia nacional «revolucionaria» aporta una multitud de ejemplos lamentables que deberían ser suficientemente aleccionadores para quienes se propongan gobernar «por todos y para el bien de todos».
Por tal motivo, repito con Doimeadiós:
«Ojalá y esas medidas que se han tomado contigo, a mi juicio excesivas, sean revocadas».

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