Por Jorge Sotero
La Habana.- Elián González se ha vuelto un ser despreciable. Nada tiene que ver el niño que se encontraron unos pescadores flotando en una balsa al hombre de ahora. Entre el chaval simpático que gritó a un avión que lo llevara a Cuba, y que fue objeto de una dura campaña entre los cubanos de Miami y el castrismo, y el diputado de ahora hay un abismo enorme.
El niño balsero dejó de ser un héroe, una figura encantadora, tímida y tierna para dar paso a un tipo vulgar, infame, rastrero e indigno. Uno de esos que prefiere seguir pegado al régimen para mantener sus prebendas, su estatus, un trabajo que lo pone por encima del resto y que le permite codearse con la lacra más indigna y repulsiva que ha conocido Cuba, la que gobierna en estos momentos.
Con una dicción de escolar de tercer grado, el ahora diputado por el municipio matancero de Cárdenas, es mal mirado en todo el país. Los estudiantes de entonces, que acudieron a las plazas con imágenes del niño balsero en sus pulloveres, lamentan ahora haber hecho campaña por su retorno a Cuba, y alguno hasta cree que ha ensuciado la memoria de su madre, que dio la vida por sacarlo de la pobreza y el oscurantismo de una Cuba que ya se caía a pedazos.
El otrora balserito, ora deseo propio u orientado por los que dirigen Cuba, sale en los medios de cuando en cuando y siempre deja sus pinceladas. Las últimas en una entrevista a la agencia Associated Press (AP), en la que volvió a emprenderla con el que protesta y a defender a la dictadura castrocomunista.
Juro que me da asco escucharlo, sobre todo cuando dice que “hay que tener la cabeza bien puesta en su sitio y pensar por qué suceden las cosas antes de salir a manifestarse”, como si esos que se lanzaron a las calles el 11 de julio de 2021 lo hubieran hecho por placer, por hobby, por aventura, y no porque no encontraron otra opción, no vieron otro camino. Y como premio, el gobierno mandó a más de mil 300 a sus mazmorras.
Cierto que a Elián se le va la corriente, pero no tiene problemas de transporte, no sabe -nunca lo ha vivido- lo que es irse a la escuela o al trabajo sin desayunar, ni acostarse con la barriga vacía, ni ver a su hijo llorando porque tiene hambre y no hay leche ni nada para darle. En casa de Elián nunca vivieron como los cubanos normales. Su padre, que también le hizo juego al castrismo, se encargó de que no faltara nada en casa, y para eso también vendió su alma a Fidel Castro y sus hienas sedientas de gloria.
Elián no sabe lo que es no tener un transporte para volver a casa, andar descalzo, vivir la incertidumbre de un examen en la escuela, estar preocupado porque los abuelos no tienen medicamentos para la presión, o no ha visto cómo se cae su casa por un ciclón y no aparecen nunca los medios para levantarla.
El otrora balserito tuvo cumpleaños a los que acudía el presidente del país. Pasó vacaciones siempre en lugares fastuosos, y durante muchos años agentes del gobierno lo velaron y velaron su casa. En la escuela militar donde estudió, cuando alguien lo miraba con mala cara, siempre había uno listo a defenderlo. Uno que tenía como tarea protegerlo de cualquier cosa que pudiera pasarle.
Cierto que no salió como su tutor, Fidel Castro, hubiera querido. No era bueno en el aprendizaje, no creció a la altura que su padrino esperaba, su dicción siempre fue mala, la ortografía ni hablar, pero se mantuvo fiel, como no podía ser de otra forma. Y lo siguieron utilizando, y él se dejó.
Ahora es un peón, uno de esos animales que se arrastran y que le da las espaldas al pueblo, al mismo pueblo que lo adoró y que pensó siempre que no iba a estar con nadie mejor que con su padre. Pero a ese mismo pueblo, Elián lo critica por reclamar sus derechos, por exigirle al gobierno electricidad, comida, alguna otra opción que no sea la muerte por inanición.
Elián escogió el camino más fácil, el más sencillo, el más corto. Pero ese es el de los cobardes, el de los ruines de alma, el de los traidores. Con sus acciones se pone a la altura de lo peor de Cuba, de cualquiera de los Castro, de los Díaz Canel y Marrero, de los generalotes que viven bien, de los Humberto López.
Esos van a pagar un día. Y Elián, entonces, no tendrá justificación. También le tocará pagar, por traidor de su raza y de su clase.