Por Anette Espinosa
La Habana.- Nuestros lectores, que cada día son más, continúan enviándonos sus consideraciones sobre lo que ocurre en Cuba, casi siempre en forma de quejas. El último de los mensajes llega desde Santa Cruz del Norte, en la provincia de Mayabeque, y se refiere a la calidad del pan. Acá va la misiva íntegra:
«Soy madre de tres niños, uno de secundaria y dos jimaguas que cursan quinto grado. Nadie sabe los trabajos que pasamos mi esposo y yo para que los niños puedan comer. Yo soy oficinista y él es ingeniero, pero trabaja como obrero agrícola, porque lo que estudió no tiene donde ejercer, y si encuentra algo no gana nada.
«De donde trabaja trae algunas viandas con las que hago algún caldo o las utilizo como complemento para lo otro que conseguimos. Yo pensaba que esas viandas eran la causa de las enfermedades estomacales que padecen mis niños, pero me he dado cuenta de que es el pan que se comen cada día.
«Todos los días les preparo un pan con algo para las meriendas. La tarea no es fácil, porque quieren comérselo cuando llegan a la casa de la escuela con hambre. Tengo que esconderlo para poder dárselo al día siguiente para la merienda. Incluso, no se los doy al despertar porque están adaptados a no desayunar, o adaptados a la fuerza.
«A media mañana se comen ese pan, que unas veces lleva tomate y sal, otras un plátano, en ocasiones una embarradita de aceite, o manteca de puerco… lo que encuentre, porque no hay nada. Pero en los últimos días los tres me dicen que sienten algo que les quema en el estómago, y estoy segura de que es el pan, porque ese pan no se lo comen ni los perros. O al menos no los de mi vecina. Ella se los echa y ellos ni lo miran. Aunque son perritos finos.
«De hecho, yo no puedo ver ese pan. Lo pruebo, aunque sea acabado de sacar de la panadería, y me da acidez. Y eso mismo le pasa a mis hijos. Los llevé al médico y el doctor, que al parecer no es muy avezado, me dijo que podía ser el pan, que es algo que está pasando con muchas personas, y me orientó que lo dejaran de comer por un tiempo, y que les diera Omeprazol, pero no hay en las farmacias, y me aterra comprarlo por la calle. Y también estoy entre la espada y la pared, porque no tengo que darles de merienda ahora, que están en casa sin escuela.
«Acá no hay que comer. Con nuestros salarios no podemos comprarles ni los zapatos, y ellos crecen muy rápidamente. En realidad, la situación para las familias cubanas es muy complicada. Los padres ya no sabemos qué hacer para sacar adelante nuestras familias. Mi esposo trabaja en el campo, y en las noches cuida la finca, por otro salario, pero ni así alcanza.
«Y yo, además de mi trabajo, limpio la casa a dos matrimonios viejitos a los que sus hijos les mandan dinero de Estados Unidos, pero no da. Todo está tan caro y tan escaso que no sé cómo vamos a salir de esta. Y a mí no me sirve de consuelo todo eso que dice el noticiero de que se sobrecumple esto o lo otro. No creo en nada de esas cosas, porque cada vez estamos más mal los que trabajamos y los que dirigen con la barriga más grande».