Por Jorge Sotero
La Habana.- El youtuber de origen nicaragüense Lenis Rena visitó Cuba, luego hizo público un vídeo sobre la realidad de la isla y la gente se asombra. Algunos, incluso, no se explican cómo los cubanos han podido sobrevivir con la enorme escasez de todo en el país. Y cuando digo todo, es todo.
Un mexicano va a un KFC y pide una cestica de pollo para almorzar. La cesta puede tener cinco o seis muslos, que son más de los que puede comprar una familia cubana en un mes, por la maldita tarjeta de la bodega, un engendro ideado por Fidel Castro para que los cubanos recibieran lo mismo, y que nadie viviera por encima del resto. Aunque su familia, claro, nunca tuvo libretas de esas, y aún no las tiene.
Los cubanos solo pueden comprar la cantidad de azúcar que el gobierno decida. El tipo de arroz que planifiquen los que controlan todo, y en la cantidad y la fecha en que la dictadura quiera. Los cubanos no conocen qué es un arroz bueno. De hecho, en Cuba aún se escogen el arroz y los frijoles, algo que el mundo superó hace mucho tiempo.
En Cuba aún venden zanahorias con hojas, yucas llenas de tierra, plátanos podridos, boniatos con tetuán y controlan la cantidad de aceite que cada habitante puede consumir. Los habitantes de la isla no tienen la posibilidad de elegir nada: ni lo que comen, ni el jabón para bañarse, ni el tipo de pasta dental, y mucho menos a quien los gobierna. Los cubanos son un pueblo condenado.
En Cuba solo pueden tomar leche los niños hasta siete años. Y contada onza a onza le venden la cantidad que los gobernantes creen que necesitan para un mes. Si el niño de una familia es goloso y toma más leche, los padres estarán en problemas.
En Cuba no puedes ir libremente a un lugar y comprar cemento, ni cabillas, porque quieres reparar una pared de tu casa que amenaza con caerse. Y tampoco puedes ir a por una libra de puntillas, porque no venden nada de eso. Son cosas que no existen en un país donde el que compra algo y luego lo vende es perseguido. A esos los llaman intermediarios y desde hace mucho tiempo los convirtieron en enemigos de la revolución, pero dicen que en realidad son enemigos del pueblo. Olvidan que el comerciante, que no el intermediario, solo ejerce una de las profesiones más antiguas de la humanidad.
No hay pescados en Cuba. No hay un lugar a dónde puedas entrar y comprar pescado fresco o congelado. No existen esos sitios. Por las calles, a riesgo de cárcel, algunos venden unas cuberas, algún pargo, o media docena de colas de langosta. También algunos venden clarias, pero ya no hay truchas ni tilapias. No hay ni truchas ni tilapias, que se venden frecas en casi todos los países del mundo, porque son muy fáciles de criar en estanques.
Tampoco hay ropa en Cuba. Los padres sufren con el vestuario y el calzado de los niños para las escuelas. Y los viejitos arrastran los pies, a veces llenos de polvo, porque sus zapatos no tienen suelas, o hace rato no son zapatos.
En Cuba un auto de 1998 es moderno. Un carro que dio cinco veces la vuelta al cuentamillas vale tan caro como un BMW en cualquier lugar del mundo. Y hay vehículos americanos en las calles, que tienen más de 70 años y sirven para mover personas. Por eso hay tantos accidentes, por los vehículos viejos, por las calles rotas, por la falta de señalizaciones, por la indisciplina social generada por la debacle gubernamental.
Los dirigentes cubanos no se jubilan jamás. Viven pegados a la teta hasta el día en que mueren. Hasta ese momento tienen poder y deciden. A veces da pena ver a un nonagenario como José Ramón Machado Ventura, que no puede levantar los pies ya, aparecerse en una provincia y convocar a los que dirigen y a una parte del pueblo para explicar, con voz tropelosa, cómo hay que hacer las cosas para que haya comida. Y en esa misma lista se puede incluir a Ramiro Valdés, Ricardo Cabrisas o Raúl Castro.
Los dirigentes cubanos, sino fuera por lo HP que son, darían pena ajena. No hay un presidente de parlamento en el mundo con menos cultura y educación que Esteban Lazo, quien apenas sabe hablar, con una dicción horrorosa, más digna de un capataz de brigada de reparación de ferrocarriles que de diputado. Y ni hablar del ministro de la Industrial Alimentaria, Santiago Sobrino, que puede ser ingeniero o lo que sea, pero su imagen es tan repugnante como la de la Lazo.
Y ni hablar del canciller Bruno Rodríguez, un encartonado diplomático que encuentra siempre una justificación para todo, que se burla del cubano humilde cada vez que habla, porque él desde su posición, tiene garantizados los huevos, el jamón, el yogurt y las tostadas de su desayuno de cada día, mientras más de 11 millones de cubanos no desayunan jamás o se comen un pan que no tiene iguales en el mundo, África incluida.
En Cuba prima un régimen de terror. Los cubanos que quedan, los que no se fueron a cualquier lugar del mundo, le tienen pavor a las prisiones. Saben que caer presos sería buscarse y buscarle a la familia problemas mayores. A las cárceles hay que llevarles comida a los reos, porque con lo que dan allí se mueren en menos de un mes. Dentro puede pasarte cualquier cosa: se te pueden caer los dientes o te los pueden sacar de un bastonazo. Te puedes morir de difteria o de hambre, de tristeza o como consecuencia de las torturas. Historias hay y habrá.
Los cubanos ya no pueden alardear de nada. Su presidente, por ejemplo, está entre los tres más tontos y más hijos de puta del mundo. En ambas categorías compite con sus pares de Nicaragua y Venezuela. Y cada acción suya y cada declaración se pueden convertir, fácilmente, en un meme. Es objeto de burla, de mofa, por su incoherencia y la facilidad para mentir.
En Cuba nada funciona. O casi nada, porque sí lo hace la represión. Ha sido tan astuto el régimen que un cubano persigue, reprime y apresa a otro, solo porque le dan unas libras de pollo al mes, un par de pomos de aceite, o porque le dieron una vivienda hecha al trozo por albañiles que nunca fueron.
Eso es Cuba, la isla que ya no es, un archipiélago que mata a sus hijos o los obliga a exiliarse, que los fuerza a sobrevivir en medio de una miseria generalizada como no sufre ningún otro país del mundo, y después los presiona para que crean que el país avanza y que si algo falta es por culpa de un férreo bloqueo que Washington impuso cualquiera sabe cuándo.
Lenis Rena no descubrió Cuba, pero permitió que unos miles de personas más la vieran. Rena no hizo como Josep Borrell, que vino a La Habana a abrazarse con la cúpula de la dictadura, ni como el papa Francisco que le abrió las puertas del Vaticano. Los hombres dignos tienen que contar la verdad sobre Cuba, porque el mundo tiene que conocerla.