Por Anette Espinosa
La Habana.- Mario Román Fernández no es su verdadero nombre, aunque todos le dicen Mayito, porque su padre, ya fallecido, se llamaba Mario. De él heredó el amor por la medicina, sobre todo por la cirugía, la especialidad por la que se inclinó nada más terminar la carrera.
Durante una década entró casi todos los días de la semana a salones de operaciones. Con sus manos y su talento logró salvar la vida de muchos cubanos. Trabajar en salones quirúrgicos siempre fue complicado, porque cuando no faltaba una cosa, era otra, pero se podía trabajar. Y el amor a la profesión estuvo intacto durante ese tiempo, hasta que todo comenzó a cambiar.
De pronto se perdió el instrumental. Desapareció la anestesia y hasta los anestesistas. Tampoco había el antibiótico indicado, ni los guantes, ni todas esas cosas que se utilizan para salvar la vida a una persona. En ocasiones, cuando los casos no eran graves, la opción era aplazar hasta una fecha que no se sabía si alguna vez llegaría. En casos de urgencia, había que operar. Si decías que no, el director del hospital venía a imponer las reglas del que manda, pero el riesgo era de Mayito.
Hace cuatro meses llegó un joven con un intenso dolor abdominal. Padecía de apendicitis y había que operarlo, pero en el salón de operaciones no había nada. La solución que encontró Mayito fue decirle a la familia que buscaran las cosas, y dio la dirección donde lo vendían, justo en la cuadra de atrás del nosocomio. En unos minutos estaba la madre de vuelta con las cosas y todo salió bien, pero luego la familia dijo que el cirujano vendía lo que le daban para operar.
Mayito no dijo nada y pidió la baja. No sabe qué será de su vida, pero sí tiene claro que no trabajará más, que no quiere ser médico nunca más, al menos no en Cuba, donde sientes una presión abrumadora por todas partes, y luego te dejan indefenso, si pasa algo. Por más que adore su profesión, decidió dar la espalda y ganarse la vida en otras cosas. Aún no sabe cómo, pero algo encontrará, aunque sea de campesino, sembrado col y rábanos, que en la tierra de los padres de su esposa se dan muy bien.
Para el médico, que ya tiene 40 años, abandonar su profesión es duro. «La Medicina es mi vida, lo que siempre soñé, lo que más quiero luego de mi familia, pero hay un momento en que te cansas: no puedes vivir siempre con una espada de Damocles encima, pensando que si algo sale mal irás preso. Y que algo salga mal es lo más normal en estos tiempos en los que no hay con qué trabajar. Por no haber no hay hilo para sutura, ni esparadrapo. Y así no puedo seguir».
La esposa de Mayito es ciudadana española y pudiera irse a España con ella. Pero tiene dos hijos de otro matrimonio que no quiere dejar atrás. Los hijos necesitan a los padres, sobre todo en esos años complicados de la adolescencia y la juventud, dice siempre que alguien le habla de marcharse del país de una vez.
Lo cierto es que el sistema de salud ha perdido a un gran profesional, pero él lo tiene claro: no quiere que la responsabilidad por algo que no dependa de su conocimiento vaya a costarle ir a prisión, porque entonces todo será peor.
Dejó la Medicina y no volverá. No regresará, por lo menos, hasta que el sistema de salud funcione de otra manera, hasta que haya garantías para la vida de las personas y para la tranquilidad de los profesionales. Pero eso, también lo tiene claro, no va a ocurrir mientras permanezcan en el poder los que gobiernan ahora.