San Respeto (Inexplicable: los que no creían, ahora adoran a la Iglesia)

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(Tomado del muro de Facebook de Eduardo González Rodríguez)
Santa Clara.- Era 1987 o 1988, no recuerdo exactamente. Estábamos de maniobras en Corralillo. Tres meses de maniobras a unos kilómetros de la costa, viviendo en casas de campaña y comiendo en un comedor de monte cubierto con una lona verde inmensa.
Nos levantábamos a las cinco de la mañana para comenzar el trasiego que demanda una maniobra con tanques, carros blindados y unos aviones que nos sobrevolaban con rapidez a muy baja altura. Era duro aquello. Duro y ruidoso, pero siempre inventábamos algo para divertirnos. Nos fugábamos de noche para cualquier escuela al campo que estuviera cerca o nos metíamos unas caminatas de kilómetros hasta la escuela de becados de Motembo, Houari Bomediene, para probar suerte con las muchachas. También de vez en cuando nos íbamos para cualquier playa del litoral, Sierra Morena, El Salto o Ganuza, en busca de aventuras que nos salvaran del aburrimiento de tanta manigua y tanto tiroteo.
Un Domingo después de almuerzo nos fuimos a reposar a la casa de campaña. Hacía un calor tremendo. Nadie tenía ánimo de fugarse por miedo a derretirse en el camino. Entonces Pedro Sierra, un buen amigo, sacó una Biblia que alguien le había prestado y se puso a leer tranquilamente.
No habían pasado veinte minutos cuando el político entró a nuestra casa de campaña sudando como un boxeador. Se quedó mirando a Sierra con ojos de sobresalto.
-Pedro, ¿tú crees en Dios? -Le preguntó abanicandose el cuello con las solapas de la camisa.
-Me prestaron el libro y estoy leyendo un poco para que me de sueño, teniente. -Le respondió Sierra cerrando el libro.
-Coño, pero no puedes leer otra cosa. Todo lo que dice ahí es una mentira para engañar bobos. ¿Quién te prestó esa mierda?
Como vi que Sierra se sentó en la cama y comenzó a titubear, le dije al político que el libro era mío.
-¿Y qué hace un soldado con una Biblia? -Me preguntó poniéndose las manos en la cintura.
-Teniente, además de soldado, soy católico, apostólico y romano.
Él se quedó mirándome con asombro. Me imaginé que estaba tan, o más confundido que yo con ese tema. Todavía, ahora mismo, no sé qué diferencia existe -si existe alguna- entre un católico apostólico  romano y un monje del Tibet, pero siempre, desde niño, me pareció insoportable ese tipo de gente que por decreto, por moda o conveniencia, le ponen nombre y apellidos a cualquier cosa.
-¡Ah, caramba! -Dijo sonriendo irónicamente- Yo creía que eras revolucionario.
-Bueno… soy revolucionario, soldado y católico, apostólico, romano.
-No se puede ser revolucionario y creer en éstas cosas… -dijo quitándole el libro a Sierra- Contigo se ha hecho un mal trabajo político ideológico. El libro me lo llevo. Y esto hay que analizarlo, para que lo sepas.
Luego supe por un amigo que en una reunión de oficiales,  un capitán intentó explicar la mentalidad aberrada de un religioso con un dibujo mío con el que, según él, yo pretendía hacer proselitismo entre los guardias. Ellos en el dibujo veían una cruz y otros elementos religiosos. Yo les puedo jurar que en ese dibujo, posiblemente el único que he hecho en mi vida, lo que pretendí mostrar era un elefante a través de una ventana en primer plano.
Y hablo de esto, y a esta hora, porque leí el comentario de una mujer a propósito de la visita de los mayimbes al Vaticano. Como hay gente ofendiendo al Papa y a los dirigentes, ella ha escrito para todos, para que nadie lo dude, para que quede claro: «La tierra del Vaticano es sagrada».
Bueno, será ahora. Hace unos añitos atrás ese comentario podía costarle, a ella y a cualquiera, la universidad, el trabajo, la apatía de los vecinos y hasta el odio. Y es que hasta hace unos añitos atrás aquí los mayimbes se pasaban al Papa, a los cardenales, a los santos, y hasta a los monaguillos, por los huevos. ¿Alguien puede desmentirme?
Por eso milito en la Iglesia del Respeto. Cada quién es responsable de sus creencias, de sus sueños, de sus convicciones y de su vida. Es simple. Basta no hacerle daño a nadie y por lo menos intentar ser buena persona. Lo demás es humo para entretener egos. Eso sí, no soporto a los extremistas y a los que no tienen un discurso propio. Si quisiera escuchar las mismas palabras día tras día me hubiera comprado una cotorra.

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