Por Anette Espinosa
La Habana.- Es 14 de junio y las páginas de los medios cubanos se llenan de alegorías al Che Guevara, el argentino que peleó al lado de Fidel Castro contra el gobierno de Fulgencio Batista, que murió después en Bolivia, y este miércoles cumpliría 95 años.
Una vez consolidado el proceso que lo llevó al poder, con muchos de los líderes de la contienda muertos, fusilados, desaparecidos, presos o desterrados, Fidel Castro necesitaba un héroe, y no encontró mejor aliado que Guevara, quien había regresado clandestino desde el Congo y se fue a Bolivia a armar una revuelta que nunca contó con apoyo alguno, salvo de dos o tres facinerosos.
Ya Castro había leído la famosa carta de despedida que le escribió el Che. Lo hizo cuando el argentino estaba en el Congo, y cuentan algunos allegados, entre ellos el ya fallecido Ulises Estrada, que Guevara se molestó con aquel acto, que era como quemar las naves y cerrarle las puertas del retorno a Cuba, a la que consideraba de verdad su patria.
El carnicero de La Cabaña, el hombre que le confesó a su familia en una carta, que le gustaba matar, que lo disfrutaba, no tuvo más opciones que marcharse. No tenía Castro a dónde mandarlo. Por meses le buscaron un sitio, hasta que decidieron, de acuerdo con él, que sería a Bolivia, pero todo fue un rotundo fracaso. Y le costó la vida a él y a la mayoría de los que lo acompañaron.
Las versiones sobre la muerte de Guevara difieren. Sus admiradores dicen que le pidió al soldado que fue a ultimarlo que disparara, que iba a matar a un hombre. Los propios protagonistas de la gesta recuerdan que, al caer prisionero, gritó que era el Che Guevara y que valía más vivo que muerto.
Contrario a lo que piensan los cubanos, en Bolivia la inmensa mayoría de la población lo odia, porque sus acciones costaron la vida de soldados de aquel país. Solo un grupo, los cercanos a Evo Morales, lo veneran.
Sin embargo, a pesar de que no se le recuerdan dotes de estratega militar, ni de economista y mucho menos de estadista, incluso ni de médico, en Cuba lo consideran el paradigma perfecto para las nuevas generaciones, por una supuesta disciplina espartana y un altruismo sin límites, que el castrocomunismo insiste en imitar.
El Che Guevara fue un asesino, un tipo feliz de haber matado a sangre fría a personas condenadas en juicios sumarísimos desde la Sierra Maestra. Si alguien tiene duda, que se lea sus apuntes de la contienda, luego de que Fidel Castro lo nombrara comandante. En su diario lo deja claro. Y si tiene alguno más dudas, que escuche los testimonios sobre lo acontecido en La Cabaña, entre ellos el del Padre Arzuaga, el párroco vasco que ofició en aquella fortaleza donde mandaba el argentino, y que fue testigo de decenas de fusilamientos.
Guevara no fue bueno ni como médico, porque dicen, incluso, que nadie pudo probar jamás que se hubiera graduado de medicina en ninguna universidad, ni como estratega militar, porque la invasión hasta Santa Clara fue un paseo de un grupo de guerrilleros con unos soldados rivales vendidos, ni como economista o político.
Pero aquella imagen tomada por Alberto Korda cuando el entierro de las víctimas del vapor francés La Coubre, y su vida bohemia y aventurera, más el empujón que le dio Castro, que necesitaba héroes al más puro estilo homérico, terminaron por convertirlo en un ícono mundial, en un paradigma para los que luchan por cualquier derecho, incluso para las minorías que defienden los derechos de los homosexuales, que olvidan -o no conocen- que Guevara fue un homófobo recalcitrante y uno de los cerebros pensantes detrás de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción, las tristemente célebres UMAP, a donde fueron a parar miles de cubanos.
Y este miércoles, como sucede cada 14 de junio, los medios de prensa cubanos, las maestras en cada una de las escuelas, o los encargados de esas labores en los centros de trabajo, intentan meterle por la cabeza a los cubanos al héroe, al hombre altruista y justo sobre todas las cosas, al paradigma del revolucionario, cuando en realidad fue solo un culpable más de los males que aún sufre Cuba.
El argentino no fue nada de lo que dijo Fidel Castro y de lo que nos hicieron creer. Incluso a Castro se le fue la mano y lo aupó tanto después de muerto, que en el mundo lo recordarán más que a él, que murió senil y malhumorado, cuando el proyecto social que intentó formar hacia aguas por todas partes.