La verdad sobre el póster del Che

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Por Guillermo Cabrera Infante (Tomado de INCUBADORA)

La Habana.- Los editores italianos buscaban material gráfico de la ‘revolución cubana’ para una nunca escrita autobiografía de Fidel Castro. La editora milanesa, sus promotores, se habían interesado, tal vez demasiado, por la idea originada en Carlos Franqui, quien ideó hasta un lema: ‘Fidel escribe a Fidel’. El máximo líder no sólo autorizó su supuesta autobiografía sino que pareció entusiasmado. Pero el entusiasmo de Castro, finalmente, duró poco y el ambicioso contrato de los milaneses se hizo papel mojado. Antes fue Franqui quien sugirió la visita al estudio de Korda y quien concertó la entrevista con el propio Korda. La pasión de Korda por el reconocimiento se hizo dominante y aceptó la reunión con su considerable entusiasmo. Korda les mostró a sus visitantes de la tarde todo su material: fotos, contactos impresos, negativos: todo. Feltrinelli y Riva miraron, más bien escrutaron, todas las mercancías que Korda mostraba como un tendero locuaz.
Feltrinelli y Riva, el dúo editor, como italianos que eran, tenían la visión plástica de profesionales en la materia gráfica. Señalaron las fotos, marcaron contactos y acordaron con Korda. Luego pidieron ver ‘otras fotos de otros líderes’ de la hagiografía castrista: héroes, mártires y compañeros perdidos pero no olvidados. Vieron de pronto al héroe malogrado a punto de convertirse en la madre de todas las batallas perdidas. El fracaso del guerrillero como triunfo total. Era, naturalmente, el Che Guevara. Pero era una ‘foto de grupo’, como se dice. En el grupo no sólo estaba el Che sino toda la Plana Mayor de la Revolución en el poder: el Máximo, el entonces presidente [Oswaldo] Dorticós y otros adlátares (en latín ad later quiere decir, precisamente, al lado) que luego serían meros miñones aquellos que se salvaron de la cárcel, el ostracismo o el exilio.
Una reflexión oportuna. La característica física más acusada del Che (a quien conocí el 3 de enero de 1959) fue su fotogenia desde su campaña de las sierras cubanas hasta su muerte en Bolivia. Piensen por un momento en Raúl Castro ocupando el lugar histórico del Che y sabrán por qué su imagen es tan popular. En todas las hagiografías hasta el mártir, sobre todo el mártir, tiene que ser fotogénico.

Sartre y Beauvoir

La foto incluye (que es como decir: la encabeza) al capo di gruppo (como dicen los italianos, pero faltan dos enviados especiales extranjeros que no eran extraños: Jean-Paul Sartre y su carnal, Simone de Beauvoir). La foto del grupo fue tirada por Korda y fue tomada en el entierro de las víctimas del vapor La Coubre, de bandera francesa pero venido de Amberes, que estalló a las 3:10 pm en el muelle del Arsenal en Tallapiedra, bahía de La Habana. Lunes de Revolución, suplemento literario que yo dirigí hasta su clausura en noviembre de 1961, publicó tres días después del desastre (que nunca se verificó si fue sabotaje o accidente) un número extra con fotografías, testimonios. Toda la redacción de Lunes escribió en ese número, lo hizo hasta ¡Virgilio Piñera!
En ese número extra dedicado a un acto extraordinario había una profusión de fotos y en su manchón se destaca como fotógrafo nada menos que Korda. Conservo ese ejemplar (y puedo mostrarlo al lector cuando quiera) en mi colección de Lunes en mi biblioteca. Ahora falta añadir un breve perfil de un hombre breve: Alberto Korda né Díaz.Conocí a Norka (su mujer luego su esposa) primero. Íbamos por la calle Infanta en un taxi raudo y loco Jesse Fernández y yo un día de abril de 1958. Habían venido a La Habana gran cantidad de modelos atraídas por el Habana Rally de carros de carrera, con Fangio de estrella absoluta. Pero Jesse estaba en La Habana haciendo un reportaje gráfico de Alicia Alonso: para Life en Español, del cual yo escribí su texto. Jesse Fernández no sólo fue fotógrafo: era un artista completo con la cámara Leika como con los pinceles. Sus collages, con el tema obsesivo de la calavera humana, eran auxiliados por una caligrafía de una belleza extraña: el texto como parte del arte. Fue entonces que vimos al otro lado de la calle como esperando la guagua a una mujer alta y esbelta y rubia. Su imagen fue tan extraordinaria que ordenamos parar al taxista. Cruzamos la calle y yo me acerqué, era como todos los tímidos tremendamente atrevida, la visión dorada, que para acentuar su aspecto nórdico tenía los ojos azules y le pregunté en mi inglés de entonces: ‘Are you a model?’. Y recibí una respuesta aún más extraordinaria que la visión: ‘Eh, chico, ¿qué te pasa?’. Su cara hizo un contraste violento con su dicción: la rubia de aspecto gringo (ese adjetivo denigratorio nunca se usó en Cuba), la visión de Venus sin pieles, la esfinge adorable había hablado con un lenguaje absolutamente habanero, pero en su variante de barrio pobre, venida de no sé qué lengua mestiza y popular. Tuve que excusarme: me excusé así: ‘¿Pero tú no eres americana?’. Debía haberle dicho primero: ‘Perdona, bonita’, pero ella era más que bonita: era bella. Ella me respondió: ‘Qué voi a sel’. Era, por supuesto, una modelo única en La Habana. Luego le propuse lo que era una proposición deshonesta disfrazada de una pregunta profesional. (Así era yo: una versión cubana del Caballero Audaz). ‘¿Dónde y cómo te puedo volver a ver?’. Y ella respondió: ‘Yo soy modelo de Kolda, el fotógrafo. Hable con él’. Después nos dio la dirección del estudio de Korda en la calle 21, frente al hotel Capri, recién estrenado. Jesse y yo nos fuimos, él exclamando: ‘¡Qué clase de maricón será ese Korda!’ -y yo asentí-.

Muy habanero

Pero se equivocaba Jesse. Nos equivocamos los dos: Korda era de todo, menos maricón. Era más bien un personaje muy habanero: una versión menuda de Yarini, el notorio chulo fascinante en La Habana de los años veinte. Era pequeño, prieto con un bigote fino y ojos vivos y alegres y maliciosos. Era, además, descubridor y amante de Norka y quien le había puesto su seudónimo exótico. (Por cierto, Korda tenía una obsesión más subliminal que sublime con el nombre que hizo famoso Sir Alexander Korda, exuberante productor húngaro, establecido en Inglaterra: su hija se llama, legalmente, ¡Norka Korda!). Resultaba, también, extrañamente atractivo para las mujeres.
Norka, que luego fue mi amiga en La Habana como en París y que pertenece a mi colección de cuerpos divinos, resultó una mujer de una generosidad tan grande como su valor físico y su rara moral.
Korda cobró también una obsesión con la ropa que llevaba Jesse. Era un atavío de artista de la Manhattan del Greenwich Village en los años 50 sin ser beatnik: usaba pantalones chino de color kaki, camisa de mezclilla azul y calzaba desert boots (botas del desierto) de ante, no de antes sino a la última moda masculina.
Korda trató, por todos los medios, de imitar el atuendo (y también, por qué no decirlo, el arte elegante de Jesse) y al final encontró su equivalente en La Habana opima de 1958. La diferencia estaba, sin embargo, en el aspecto de Jesse, que no sólo era un artista sino que lo parecía, con su pelo crespo, su amplio bigote rubio, sus gafas de genuino carey y su eterno cigarrillo Player en sus labios irónicos. Korda nunca pudo lograr la elegancia de su modelo sartorial, ni su genuino arte fotográfico.
La otra pasión dominante en Korda era el éxito como fotógrafo. No sólo en La Habana, también en Nueva York: Manhattan era su destino entonces y de ahí venía, exitoso, Jesse Fernández. Korda era un fotógrafo de agencias de publicidad, también intentaba ser artista. Luego su próxima estación obsesiva fue Richard Avedon, que era hacía rato el más grande fotógrafo de modas de moda. Pero esa tarde nos mostró muestras de lo que era, según él, su estilo fotográfico. Había de todo, sobre todo mujeres, muchas mujeres. Algunas vestidas, otras a medio vestir y todavía otras semidesnudas. Entonces se me ocurrió una idea gráfica: ¿por qué no publicar algunas, no todas, esas fotos en mi columna de cine en Carteles?
Yo ya había desarrollado el hábito de publicar, cuando me aburría de criticar películas pero también para aumentar los lectores (en este caso veedores) masculinos, fotos de estrellas y estrellitas mostrando en paños menores sus encantos mayores. Esas fotos se llaman en la jerga del cine con el curioso nombre de cheescake. (Explicación: cheescake: slang mujeres exhibidas por su sex appeal en fotos de magazines, periódicos o películas). Le propuse dedicar, de vez en cuando, espacio de mis páginas con sus fotografías. Fue así como introduje a Korda, para bien o para mal, en el periodismo y en las artes gráficas.
Las primeras páginas de un erotismo mudo en Carteles, todas dedicadas con sus fotos a hacer modelos (o modelitos) habaneras famosas -o por lo menos notorias al imitar modelos extranjeros- fueron de una rubita menuda y sensual. Titulé el reportaje gráfico, que era lo que era, La BB Cubana. BB, claro, eran las iniciales archisabidas de Bigitte Bardot. La BB cubana se veía desnuda, pero su desnudez estaba apenas disimulada, o camuflada, por cubrirla Korda con una gran guitarra -en un sí es no es desnuda.
Esas páginas, esas fotos, tuvieron un gran éxito de público, de todos los sexos. Dediqué muchas páginas a esas mujeres, muchachas más bien, ese año de gracia de 1958 y gran parte del histórico 1959. Korda se dedicó por su parte en el arte erótico de acostarse con casi todas ellas, Norka o no Norka. El cuarto oscuro es siempre cómplice.
Luego Korda pasó en 1959 a formar parte del elenco gráfico de Lunes, que tuvo tres fotógrafos. Además de Korda estuvieron Jesse Fernández y Mario Joya. Korda, regresado Jesse a Nueva York, hasta fue conmigo en la turné política de Fidel Castro a los Estados Unidos. Yo iba como reportero, Korda se entusiasmó con el viaje porque ansiaba encontrarse en Manhattan con Avedon -su destino privado. Korda, efectivamente, llegó a conocer a Avedon, entonces en la cumbre de su fama. Para esta visita ansiada se proveyó de un catálogo con sus fotos para enseñarlas, en su opinión, al Gran Avedon. Lo esperamos en mi habitación del hotel el fotógrafo Raúl Corrales y yo. Corrales quiso seguir los pasos de Korda y que yo le publicara sus fotos de desnudos. Lo hice. Pero eran pobres imitaciones: no sólo en su calidad sino en el atractivo de sus modelos. La envidia de Corrales persiguió a Korda hasta Manhattan, y su contento fue desmesurado cuando regresó Korda abatido y triste. Avedon le había dicho que sus fotos estaban bien (casi queriendo decir ‘para un cubano’) pero le faltaba mucho que aprender, sobre todo en cuanto a técnica y Miss Sansén, dijo Korda. (Korda quería decir mise-en-scene, puesta en escena, pero siempre padeció del mal de Malaprop. Una vez me llamó a Lunes para decirme exaltado que estaba de visita en su estudio Kentinian. Me constó descubrir que quería decir Kenneth Tynan, el famoso escritor inglés de paso por La Habana). Fin del viaje de Korda a la gloria instantánea -y al resto del periplo con Fidel Castro por las Américas.

Sorpresa

Korda fue como fotógrafo de Lunes no a cubrir la hecatombe (que ahora un miñón de Castro dice que fueron 120 las víctimas mortales, cuando entonces se acordó que eran 80 y más de 130 los heridos: es evidente que para la propaganda castrista nunca hay límite de muertos) sino ¡sorpresa!, siguiendo a Sartre por todas partes -incluyendo el funeral. Luego Korda en sus muchas declaraciones de hablanero vertiginosamente locuaz dio muchas versiones del golpe de cámara que no abolirá el azar. Dijo, entre otras cosas, que había ido a fotografiar no a Sartre, que estaba en la tribuna, sino al funeral mismo y a sus protagonistas, sobre todo a su orador primero, el entonces Primer Ministro Fidel Castro. Korda, después que Feltrinelli convirtió su foto en una imagen y en el póster subversivo del siglo XX, se dedicó a hacerse el elogio retrospectivo y a decir todas esas mentiras castristas que se convirtieron en desinformación colectiva. Ésa es la razón por qué he venido a decir la verdad del caso.
Pero Korda tuvo un tropezón y dio lo que se llama un mal paso. Su amor por el desnudo fotográfico se encontró con la Revolución Cultural castrista. Había fotografiado, su última entrega, a una muchacha desnuda en una actitud de sumo militarismo gráfico: era una mulata que posaba desnuda con un arma en la mano. Sostenía ella, ‘cálida y sensual’, una metralleta checa, guitarra, en sus manos y frente a su cuerpo desnudo. Pero no se veía ni su cabeza, que debió ser bella, ni su pubis militante: sólo lucía, como los restos de una diosa griega en sepia, sus senos erectos. Era la despedida de Korda del desnudo, esta vez tal vez demasiado artístico, casi un kitsch. Me regaló una copia. La puse en la pared de mi estudio en mi apartamento de La Rampa y la vio todo el que me visitaba. Era mi respuesta a no poder desplegarla en la redacción de Lunes, que ya había sido clausurado.
Pero Korda metió la mala pata al regalarle otra copia al poeta soviético Yevgueny Yevtushenko. La vieron en su casa (el poeta descansaba, por prescripción del Ministerio de Cultura ruso, en el trópico del duro, rudo invierno político de Moscú) un amigo y alguien más. El escándalo siguiente resonó no sólo en la Embajada Rusa sino hasta en la Cancillería cubana. Yevtushenko, tan rápido como el viaje de una hoz sobre un martillo, esa especie de guillotina marxista, regresó raudo a Moscú y Seguridad del Estado recogió las copias que Korda, inadvertido que era, había regalado a los troyanos: era un regalo griego. Yo, por cierto, conservé la mía en mi más cerrado armario. (Era en realidad un closet). Fin de un éxito erótico y un escándalo político.
Pero seis años después Seguridad del Estado tuvo su revancha. Un día fue a entrar Korda a su estudio y lo encontró sellado por ‘las autoridades competentes’. Agentes de Seguridad, con la autorización del Ministerio del Interior y la complicidad de la noche, habían allanado el estudio. Recogieron ‘documentos gráficos’ que no sólo incluían fotos, sino contactos (fotográficos no políticos), impresiones y negativos. Dice el cha-cha-cha que ‘todo en esta vida / se sabe / sin siquiera averiguar’. Así supo Korda que la orden venía, como todo en Cuba, de la ‘boca del Caballo’ -Castro mismo. Los negativos fueron a parar a su sancta sanctorum en la calle Once, que era el edificio en el que vivía Celia Sánchez y donde Fidel Castro solía pasar las noches y los días. No sé si siguieron allí, pero sí supe del destino de Korda. Este fotógrafo tan superficial fue condenado a la destartalada choza sede en la costa de la playa de Jaimanita del Instituto de Oceanografía. (Antes, en marzo de 1968, Korda había estado preso). De su prisión submarina ahora vino a salvarle, en 1984, la nueva ola de la imagen recobrada del ‘Guerrillero Heroico’.
Pero dice un dicho sabio que primero se coge a un mentiroso que a un cojo -sobre todo si el mentiroso es un cojo moral. Korda declaró, con tanta pobreza verbal como técnica, que hizo esa tarde de marzo dos fotografías al Che: ‘Una horizontal y otra vertical’. La ‘foto vertical’, la mejor, la primera en su elección y la mía, ¡fue de Sartre y Beauvoir! Y fue publicada, como era debido, en el número de Lunes titulado Sartre visita Cuba el 21 de marzo de 1960. En ella y en primer plano aparecen Popol y La Beauvoir. Pero, en segundo plano, está entre el dúo doliente el ¡Che Guevara! Aparece con la boca desmesuradamente abierta, gritando una consigna fidelista nada parecido a la otra foto.
Cuando Korda le enseñó la foto de grupo a Feltrinelli y a Riva ambos repararon en la cara del Che nunca en primer plano. Fue el doble ojo italiano de Riva y Feltrinelli quien descubrió la foto como close-up. Los dos italianos le pidieron a Korda que aislara y ampliara la cara del Che -y con ese coup de grace produjeron la imagen que todos conocen, conocieron durante décadas y nadie nunca se enteró que no la había hecho Korda.
¿Casualidad o designio? Veamos el inicio de esta carrera fenomenal relatado por su único iniciador que queda vivo: Valerio Riva. Giangiacomo Feltrinelli, como se sabe, fue el rico heredero y aún más rico editor y promotor que ‘se inmoló’ al tratar de poner una bomba en una torre principal del sistema eléctrico de Milán. La bomba le estalló y le amputó una pierna. Sus secuaces, con pavor súbito, lo dejaron solo y murió desangrado.
Me escribe Valerio una carta (que escribió después de publicar su artículo sobre el tema en Italia) fechada el 7 de junio de 2001: ‘La cosa pasó en una de las reuniones públicas del Congreso Cultural de La Habana de diciembre de 1967. Franqui me había hecho invitar. Fue en aquella ocasión que me vi atacado fuertemente como editor de los afiches con la foto de Korda: ‘pornográficos’ los llamaban, y me acusaron (a mí, no a Feltrinelli) de haber mezclado el sexo (la cursiva es mía, G.C.I.), la publicidad y la degradación occidental a la figura del purísimo héroe socialista… El Presidente de la Reunión, (venido) de Zaire, me acusó de trotskismo y me impidió hablar a partir de ese momento’. (Ésta es, por supuesto, la admisión de que los italianos separaron la foto en La Habana pero fue en Milán que la limpiaron y le dieron carácter de icono).

La opinión de los chinos

La carta de Riva (escrita en su perfecto español) es suficiente en sí misma, como explicación. ‘Ese momento’ fue cuando la Casa Feltrinelli hacía recorrer la imagen del ‘Guerrillero Heroico’ (como titula Korda su fotografía) por todo el mundo. Occidental por supuesto, ya que los soviéticos (‘de entonces que ya no son los mismos’, parafraseando un verso de Neruda) y los chinos odiaban ideológicamente al Che -ese argentino que había iniciado su carrera en Cuba como estalinista rabioso- no sólo después de haber visitado China y comunicado sus planes de ‘una revolución continental’. A lo que respondió Liu Chao-Chi, jefe del ejército de Mao y tal vez el chino más poderoso entonces, francamente: ‘Eso será muy bueno para el compañero Guevara, pero muy malo para nosotros’. Respuesta que se conoce cuando el Che ya estaba muerto. De ese viaje, curiosamente, Guevara regresó muy impresionado política y militarmente por ¡Corea del Norte! Hay que recordar además que al inicio de su aventura en busca de su ‘destino sudamericano’ Che Guevara produjo una de las frases más deshumanizadas venidas de alguien creído un mártir humanitario: ‘¡Qué bueno sería que hubiera dos, tres Vietnam más, con sus secuelas de sangre y de muerte!’.
He escrito este perfil de Alberto Díaz, alias Korda, ya muerto, porque Korda (y los escritores de obituarios del mundo Occidental) diseminó mentiras sobre mentiras, todas la ‘versión oficial’. Como esa en que declara que el ‘periódico Revolución no quiso publicar’ su foto del grupo, insinuando que no lo quiso hacer Carlos Franqui, su director. ¿Cómo iba a hacerlo si Korda era el fotógrafo de Lunes? Por mi parte, publiqué la fotografía que era de máxima actualidad para el suplemento: La de Sartre y Beauvoir. La inferencia, después, era para desacreditar a Franqui, tarea a que se ha dado Fidel Castro y todos sus millones de miñones.
Una palabra o dos, como dice Otelo, antes de irme. Es, como siempre, una pregunta de despedida. ¿Alguien ha reparado que la imagen del ‘Guerrillero Heroico’ muestra la cara no de un ‘visionario revolucionario’ sino de un perdedor nato?

 

 

 

 

 

 

 

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