Por Jorge Sotero
La Habana.- Hasta hace un par de décadas existía en Cuba un movimiento destinado a recuperar algunas cosas y a crear otras con la intención de evitar importaciones. Confieso que no recuerdo el nombre, pero sí que le daban bombo en los medios de prensa y los que resultaban ganadores a nivel nacional, solían ganarse un auto, ya fuera Lada, Fiat Polski o Moskvich.
Si en tu empresa descubrías un hueco en la manguera plástica que llevaba el agua del tanque a la pila del pantry, y le ponías un trozo de tape, el jefe te pedía que hicieras un expediente y presentaras aquello en el foro, con ponencia incluida. Tenías que decir cuánto le ahorraba aquello a la empresa o al resto del país. Había innovaciones que se presentaban año tras año, porque cada empresa o institución tenía la obligación de presentar alguna idea, porque si no lo hacía, no ganaba nada en la emulación.
Los que tenemos más de 45 años sabemos bien de qué hablo, y pudiéramos mencionar un listado bastante grande de las ideas que se generaron en ese entonces, como alguien que dijo, en su ponencia de defensa, que su invención podía ahorrarle al país más de 500 mil dólares, porque inventó una presilla con la cual los Fiat Cinquecento podían seguir trabajando.
Cuando el jurado le preguntó por qué se refería a tanto dinero, sacó un documento donde, entre otras cosas, informaba sobre la cantidad de esos vehículos que tenía ETECSA, y cuánto costaría reponerlos sino aparecía su invención para mantenerlos caminando. Cuando terminó de hablar, unos se miraron asombrados, y otros -los estúpidos de siempre- aplaudieron emocionados y casi gritan ‘Pase de oro’, como hacen en esos shows de tv donde concursan personas con capacidad para generar incredulidad.
Esos movimientos de invenciones y piezas de repuesto desaparecieron, pero no la capacidad del cubano de sobreponerse a la crisis extrema que remueve todos los estamentos del país, desde el hogar hasta los hospitales, desde las escuelas hasta las universidades.
Los ortopédicos, ante la escasez total de yeso, usan cartón de caja o madera para inmovilizar a las personas que han sufrido fracturas en sus extremidades. Los enfermeros reutilizan las jeringas desechables. Los panaderos hacen pan sin aceite y con solo la mitad de la harina establecida. Las personas van al trabajo a pie, aunque tengan que caminar cuatro o cinco kilómetros a pesar del calor implacable de Cuba.
La mayoría de los hogares podrían ganar varios premios, si existieran aquellos festivales, porque aquí se inventa el combustible, el detergente, la ropa, y, sobre todo, la comida. Poder llevar a la mesa un plato de comida es ahora mismo una heroicidad en la isla, lo mismo que tratar esas enfermedades de los ancianos, a los que solo le llegan los medicamentos una vez cada dos meses, o más, e incompletos.
Cada cubano podría escribir un tratado sobre cómo vivir un mes con un salario que solo daría para unos tres días, solo para comida. Y un padre cubano ganaría un premio si lograra explicar cómo puede, con lo que gana en una empresa, comprar un par de zapatos para sus hijos pequeños que van a la primaria.
Y si Alejandro Gil, por ejemplo, logrará explicar coherentemente las bondades del reordenamiento económico y las supuestas bondades que aportaría a la población cubana, se le podría dar fácil el Nobel de Economía. Y creo que sería justo, porque hay cosas que son inexplicables.
También podría ganar un premio el chapista de Placetas que con un chasis de un auto americano de cualquier año anterior a 1959, es capaz de devolver a las vías un almendrón listo para competir con un carro moderno en las desvencijadas carreteras cubanas. O el que inventó la crema que ha hecho blanquear la piel de Salvador Valdés Mesa, el inocuo vicepresidente.
Y como aquellos festivales no solo eran de piezas de repuesto, sino de racionalizadores, sería justo premiar al que diseñó la canasta básica, con cinco o seis productos al mes, en cantidades limitadas, y pensó que con eso se podía vivir.
En fin, si se usa cartón como yeso, scotch por esparadrapo, si algunos locos hacen gasolina de pomos plásticos, y la gente sobrevive sin comida, también se podrían presentar en el foro ponencias sobre cómo dirigir un país sin coeficiente intelectual, o sobre lo que es necesario hacer para mantener estilizado al primer ministro Manuel Marrero.
Cuba es el país del invento, y a mí ya nada me asombra, incluso que un día nos digan que tenemos que vivir sin comer, algo que ya alguno de la alta dirección debe haber pensado.