Por Jorge Sotero
La Habana.- En la vida hay personas que nacen con suerte y otras a las que la dicha les da la espalda y los abandona en algún momento, como si hubiera un conjuro en su contra que no les permitiera levantar cabeza. Y eso pasa con el presidente de Cuba, aunque tampoco él ayuda mucho, como si no quisiera, o no supiera, poner de su parte.
Tal vez él se crea el más exitoso de los hombres, y sea un ídolo para sus familiares, amigos, y hasta para alguno de esos que decidió tatuarse su imagen en el pecho, pero los que vemos la situación desde otra óptica, podemos pensar lo contrario.
El guajirito nacido en Placetas, que llegó a la universidad, se graduó de ingeniero, y se quedó allí como dirigente de la juventud comunista y luego estuvo al frente de esa organización en la provincia de Villa Clara antes de irse un tiempo a La Habana, para volver después como máxima autoridad, tiene que pensar que es exitoso.
Incluso, cuando lo mandaron a Holguín como salvador de aquella provincia, tuvo que haber pensado que se estaba convirtiendo en alguien importante, que la suerte estaba de su lado, porque él nunca imaginó llegar tan lejos, ni tan alto. El Buró Político del Partido, ministro de Educación Superior y luego vicepresidente del país era mucho más de lo que pudo imaginar.
Para colmo, esos a los que alguna vez pudo ver como competidores, iban quedando por el camino. Unos se murieron y otros fueron lanzados al ostracismo más absoluto. En esa lista están Roberto Robaina, Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Pedro Sáez, Carlos Valenciaga, y muchos más que harían extremadamente larga la relación de defenestrados, en tanto él continuaba su carrera imparable como heredero del poder de los Castro, al menos en el papel.
Pero no hizo más que asumir la presidencia y comenzaron los problemas: un avión rentado (mal rentado) se cayó en La Habana, huracanes, balcones que se derrumbaron sobre personas inocentes, lluvias torrenciales que derribaron viviendas, la explosión de un hotel, la pandemia de coronavirus, luego de un tanque enorme de combustible y la muerte de muchos bomberos inocentes. Incluso, un levantamiento masivo, sofocado a base de golpes y sucias mentiras y estrategias.
La inflación se multiplicó, por su culpa y de su equipo de gobierno, los accidentes de tránsito se convirtieron en el pan nuestro de cada día, lo mismo que los robos y los feminicidios, y ahora, de nuevo, las lluvias torrenciales, con puentes derrumbados, carreteras arrastradas por las ríadas, casas derrumbadas y grandes problemas con todas las cosas que necesita la población para vivir.
Peor no le puede ir al mandatario. Y él, que creyó en algún momento que la suerte corría a su lado, y que lo impulsaba, ahora cree que le da la espalda, y según un amigo cercano, de esos que saben que ya no puede más, le cuesta levantarse en las mañanas para cumplir con su agenda diaria.
Ese amigo confesó a El Vigía de Cuba que ha perdido el sueño, que la ansiedad le ha destapado un apetito voraz, que le cuesta mucho hacer ejercicios y que se equivoca leyendo constantemente.
Diaz Canel se siente solo. Es objeto de burlas un día sí y otro también. No confía en nadie y ve en cada escolta a un espía, a alguien puesto a su lado para chequearlo, para informar a Raúl Castro de todo lo que hace. No confía ni en el hijo de Liz Cuesta, su escolta principal, y ya le comentó al amigo que cualquier día lo quita y trae a alguien de confianza de Santa Clara.
Hace unos meses, en una charla dominical en casa, dijo que “la vida se ha vuelto injusta conmigo. No tengo que pagar las culpas de otro, ni arreglar los entuertos anteriores”. Su hijo mayor se llevó el dedo a los labios y le dijo que no siguiera hablando. Y eso que ese día solo estaban dos amigos de confianza con sus esposas, Liz Cuesta y su hijo, y los dos hijos suyos, más las personas que están a su servicio.
Ya no está tan seguro de ser un bendecido. Y muchas veces se ha preguntado qué será de su vida si comete un error y lo liberan -como suele decirse en Cuba-, o se pregunta qué será de su vida cuando termine su segundo y último mandato.
Nunca encuentra la respuesta, porque vive preso de una incertidumbre enorme, y no encuentra, incluso, ni las formas para asistir a los damnificados por las lluvias torrenciales que azotan al país en los últimos días. Lo que más hace es intentar decir alguna palabra que dé esperanzas, o culpar con vehemencia de todo a Estados Unidos, como si el vecino del norte tuviera la culpa de los males de una isla que se ha ido muriendo poco a poco, enferma de un mal terminal llamado comunismo.
Definitivamente, Díaz Canel no es un tipo dichoso. Puede que el azar lo haya ayudado mucho durante su vida, pero desde hace unos años no logra salir adelante. Él lo sabe y los que mandan de verdad en Cuba se han preguntado más de una vez si sería bueno, o no, dar un golpe de timón y deshacerse de él, solo que ellos tampoco tienen claro si, en lugar de ayudar, perjudicaría sus intereses.
Este no será dichoso, ni inteligente y mucho menos culto, pero es fiel, y hace todo lo que le dicen. Otro pudiera no ser tan dócil y crear dificultades adicionales, porque, a fin de cuentas es Cuba la que no ha tenido suerte en más de medio siglo.