Un elefante blanco en la Atenas de Cuba

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(Tomado del muro de Facebook de Roberto Jesús Hernández Hernández)
Matanzas.-

Cuando supe que en Milanés y Ayllón iban a construir una moderna tienda me asaltaron las quejas y las dudas. Qué lejano parece aquel día. No hace tantos años, pero ahora mismo se siente como una eternidad. Debe ser porque mi vida todavía es breve.
Por puro instinto acudí entonces a un arquitecto respetado que conoce nuestra ciudad de Matanzas íntimamente, y me recibió en un estado de consternación casi idéntico al mío. «Tantos años estuvimos reservando esa parcela para hacer allí algo digno de la Atenas de Cuba, un edificio respetuoso con ese entorno patrimonial, tan cerca del teatro Sauto, que tuviera en el piso más alto una galería con vista al mar,…y ahora pasa esto», fueron sus palabras casi exactas.
Bien es cierto que algo había que hacer allí, porque quien lleva en el bolsillo más agujeros que monedas no puede vivir eternamente contemplando las ruinas mientras sueña con palacios, sin mover nunca un dedo ni una piedra. ¿Pero de verdad era esta la mejor alternativa?
He visto crecer la criatura a un ritmo lento, pero indetenible, en medio del hormigueo de los obreros. No hay mañana que no me angustie, ni «tarde que no me enoje». Han sido vanos todos mis intentos de no fijarme demasiado en ella. Al final, he llegado a aceptar su presencia sin que me guste, como cualquier persona aprende a convivir con esa parte del cuerpo que le desagrada por algún motivo: una oreja demasiado grande, una nariz torcida, o una teta que no se parece a la otra. Ya no la miro con desprecio. Si acaso con aburrimiento.
Cuando se aprobó el proyecto, cuando comenzó su ejecución, no existía esa «moneda» artificial que ahora nos divide: MLC. Sí que había, por supuesto, otras heridas abiertas por la doble moral y la doble moneda, por el bloqueo y hasta el cambio climático. Luego vivimos los días ruidosos y felices del aniversario 325 de la ciudad, donde nos permitimos soñar con un futuro que estuviera orgulloso de su pasado. Y luego vivimos muchas cosas, hermosas unas y terribles otras. Entre tanto ajetreo, se fueron apagando las voces de los que condenaron el nuevo mercado en construcción.
Su apertura avivó expectativas. Desde entonces la cola para acceder al moderno centro comercial es larga como una serpiente mitológica. En ella brilla por su ausencia la gente más humilde. Los turnos para poder entrar se compran y se venden: son también mercancía. Ya nadie se cuestiona el uso que le dieron a la parcela del Centro Histórico tan estratégicamente ubicada. Hoy son otras las prioridades, las urgencias. Comprendo.
No será la Puerta de Alcalá, pero también está ahí viendo pasar el tiempo. María Luisa Carrasco (Pánfilo, te debemos en serio lo que dices en broma) se pasea por sus espacios interiores amplios y climatizados, entre productos nacionales e importados. Se desplaza de un estante al siguiente con la gracia de un colibrí que va de flor en flor. Para mantenerse siempre un par de centímetros por encima del suelo no necesita alas, solo el saldo en MLC de su tarjeta.
Plaza Milanés y Ayllón es la denominación oficial de la tienda. Pero la gente, en su sabiduría caótica, infinita, natural, la rebautizó con un nombre más revelador de su anacronismo: El Elefante Blanco. ¿Será verdad, como escribió Borges, que «el nombre es arquetipo de la cosa» y «en las letras de rosa está la rosa»?
Andamos todos como los ciegos del cuento, cada quien juzgando erróneamente la forma del paquidermo luego de palpar solo una parte de su gigantesca anatomía. El mañana está lleno de sombras, pero también de posibilidades. Ojalá que lleguen días mejores, para nosotros, para la ciudad. Mientras tanto, María Luisa Carrasco monta en su elefante blanco tan altanera como los reyes del antiguo Siam.

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