Por Jorge Sotero
La Habana.- Cada cinco de junio los medios cubanos se llenan de apologías a todo lo que, supuestamente, hace el gobierno en defensa del medio ambiente, por aquello de no dejar pasar que en muchas partes del mundo se celebra el día mundial del medio ambiente. Aunque la mayoría de los cubanos sabemos que se trata de una mentira más.
Según el diario Granma, «Cuba puede presentar una agenda de misiones en pos de su contribución para mejorar el planeta en que vivimos, lo cual es una aspiración ante la erosión que gravita sobre él. Solo en 2022, el país gestionó 74 proyectos de investigación insertados en programas nacionales y sectoriales que tributan al desarrollo de la economía nacional y el bienestar de la sociedad, junto al cuidado del entorno».
Visto así, parece genial: proyectos, miles de hectáreas de bosques recuperadas, disminución de las emisiones de carbono, algo que no es tan complicado en un país donde no hay combustibles y ni las plantas eléctricas funcionan, aunque muchas de las pocas industrias que quedan son altamente contaminantes.
Igual sucede con la conservación de las costas, de los humedales, como el de la Ciénaga de Zapata, sin olvidar que fue el gobierno quien autorizó la entrada al país de especies exóticas que terminarán por acabar con las especies endémicas, como ha sucedido con el claria, por ejemplo, que ha acabado -o está a punto de hacerlo- con la mayoría de las especies autóctonas en ríos, lagunas, y presas.
Pero lo que no acabo de entender bien es cómo el Granma, que es como decir el gobierno, se atreve a hablar sobre estos temas, en un país contaminado de cabo a rabo, desde las cuentas hidrográficas hasta los ríos y las costas, donde las aguas albañales corriendo por las calles se han convertido en parte de la vida cotidiana de los cubanos.
En El Vedado capitalino, por ejemplo, hay varias calles donde las aguas negras corren calle abajo. En 10 de Octubre, también en La Habana, sucede lo mismo, pese a las quejas constantes de la población, sin que nadie se ocupe de ponerle control. En el Mariel, las emanaciones de la fábrica de cemento afectan a la población.
El río Luyanó envía toneladas de residuos tóxicos a la bahía de La Habana cada día, a pesar de la planta procesadora que lleva un par de décadas en construcción. En Santa Clara, las aguas negras de buena parte de la ciudad corren por el Bélico o el Cubanicay. Y lo mismo sucede en Sancti Spíritus con el Yayabo, o con todos los ríos en cada uno de los pueblos que atraviesan.
Pero hay otra contaminación y otro daño notable al ambiente y a la salud de las personas, de lo cual no habla Granma hoy: la basura en las calles. No hay una ciudad ni pueblo de Cuba que no esté llena de basura, ahora mismo. Las quejas son habituales y las redes sociales están repletas de reclamaciones, sin que intendente, gobernador, ministro o dirigente alguno haga nada.
Tampoco hay proyectos para que las decenas de cabeceras municipales de Cuba que aún no tienen servicio de alcantarillado o acueductos, puedan tenerlo, ni para reparar los rotos, que provocan que las aguas se mezclen y enfermen a la población, una de las razones por las cuales aparecen siempre nuevos brotes de enfermedades, sobre todo en las personas mayores y en los niños.
En fechas como estás, el gobierno cubano haría mejor guardando silencio, sin alardear de nada, porque el castrismo ha sido la madre de todas las contaminaciones, desde el río Almendares a la Bahía de La Habana, pasando por todas las cuencas, la mayoría de los mares adyacentes, y los suelos, como fruto de una errática política que dura más de medio siglo.
Si es cubano, y no me cree, solo tiene que salir a la calle y mirar a su alrededor. Se topará con basura sin recoger en muchos sitios, ríos de agua pestilente, albañales corriendo pegado a las aceras, costas degradadas, e industrias -las pocas que funcionan, repito- enviando al aire productos contaminantes.
Los medios de prensa tienen que revisar sus agendas. Y no escribir por quedar bien. Hay que tener un poco de dignidad, al menos.
