(Tomado del muro de Facebook de Eduardo González Rodríguez)
La Habana.- Según vi en un comentario (estoy seguro de que ustedes también lo vieron) en Cuba estuvo prohibido sembrar trigo porque a alguien en Europa, por allá por 1887, se le ocurrió que debíamos importarlo de Castilla. Como comentario histórico, pasa. Pero utilizarlo para demostrar de qué manera, y a qué precio, nos han colonizado, es un absurdo.
En la segunda mitad del siglo XIX, precisamente para sustituir la cosecha del trigo prohibido, comenzó a sembrarse arroz. Es cierto que el trigo había que importarlo, pero… ¿por qué en pleno siglo XXI seguimos importándolo? ¿Por qué, si nadie en Europa -y menos en el siglo XIX- nos prohibió sembrar arroz, tampoco tenemos arroz?
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Yo creo que la tierra está mal administrada, y creo, además, que también hay verdades mal administradas. No «nos acostumbramos a consumir cosas importadas en vez de producirlas nosotros mismos», nos acostumbraron a consumir cosas importadas porque se suponía que esa variante era mejor que producirlas.
A pesar de que en los años 90 muchas personas creían que algo así carecía de lógica, -¿como es posible importar si no produces algo, cualquier cosa, que genere dinero para pagar lo importado?- se hicieron reuniones a lo largo y ancho del país para que se asimilara la idea de que el turismo garantizaría lo que no podrían garantizar la producción de los centrales azucareros que dicho sea de paso, habría que deshabilitar a causa de la falta de combustible que nos golpeó cuando cayó el campo socialista en Europa del Este.
En la tierra que se utilizaba para la caña de azúcar, se sembraría arroz, frijoles, papa, malanga, yuca… y los trabajadores de los centrales no quedarían al pairo. Comenzarían a recibir cursos de superación para integrarse a otras labores, incluso, con un salario digno asegurado. ¿No se acuerdan de eso?
Resumiendo, lo apostamos todo al turismo y terminamos amarrándonos las manos nosotros mismos, trayendo y distribuyendo mercancías de los cuatro puntos cardinales -hasta de los EUA- sin que nadie nos obligara. Nos olvidamos de la tierra y alguien creyó que con los organopónicos se solucionaría el problema de alimentación en las ciudades. Lo demás vendría «de afuera». Ahora culpamos a la Covid, a la tarea Ordenamiento, a la inflación internacional, pero la realidad es que en materia económica estábamos heridos desde que se desmontó el primer central de Cuba. No por gusto la gente recuerda aquellos inmensos carteles de «sin azúcar no hay país» que se levantaban a derecha e izquierda de cualquier carretera cubana y que hoy despiertan sonrisas de suspicacia.
Es posible que en 1887 tuviéramos que acatar el decreto de alguien preocupado por no perder el mercado de trigo, pero, que yo recuerde, no nos prohibieron sembrar lo que se dijo que se sembraría cuando se acabaran los campos de caña. Hoy es absurdo llorar sobre la leche derramada, pero no se puede culpar de todo al viento, a los ciclones, a los virus y a un papel firmado hace más de un de un siglo. A mí me parece tontería.