La odisea de la familia Beirut desde el 11J

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Por Jorge Sotero
La Habana.- La familia Beirut, lo mismo en La Habana que en Guantánamo, vive momentos duros desde que varios de sus integrantes fueron detenidos por participar en las protestas del 11 y 12 de julio de 2021. Los Beirut no marcharon por hambre, porque en casa siempre hubo un plato de comida, a veces hasta para algunos que no eran del núcleo y lo necesitaban.
Pero después de las protestas, el régimen decidió que con medidas ejemplarizantes, desproporcionadas totalmente, iba a resolver el problema, acallar a todo el que intentará manifestarse, y los Beirut entraron en ese grupo que tenía que pagar, aunque ellos solo se manifestaron pacíficamente, y pidieron para el país lo que todos quiere: libertad de acción y de palabra.
Zoila Rodríguez tiene a dos de sus hijos presos y al padre de ellos. Desde que los jueces dictaron sentencia contra su familia, ha recurrido a decenas de lugares, a enviado cartas a cuanta institución se le ha ocurrido, pero siempre la respuesta ha sido la misma. Ni la Asamblea nacional, ni los tribunales, ni el Consejo de Estado tomaron en cuenta sus pedidos, y no podía ser de otra forma, porque la decisión de condenar a los que protestaron salió de allí, de esa cúpula que mantiene al país envenenado y dividido.
Con 60 años, nunca imaginó Zoila que tendría que pasar por situaciones como las actuales, con Katia y Exeint, sus hijos tras las rejas, y también con Fredy, el padre de ambos y su ex esposo, con el cual comparte aún la vivienda y a quien le tiene mucho aprecio y consideración, por haber formado una familia entre ambos.
A Exeint, de 41 años, lo detuvieron en Guantánamo y allá lo condenaron. En la más oriental de las provincias cubanas tiene a su esposa y tres hijos adolescentes. Katia tiene 36 y vive en La Guinera, donde marchó con su padre, Fredy, un hombre de 64, con enfermedades propias de la edad, entre ellas una de la piel que necesita cuidados y tratamientos constantes, que en la cárcel nunca recibirá.
Katia tiene también problemas de salud. Padeció incluso de un cáncer, y también tiene hijos. El día de la detención fue golpeada, lo mismo que una de sus hijas que iba con ella. Igual hicieron con su hermano en Guantánamo. Todo eso lo vivió Zoila, que ahora se encarga de visitar las presiones, hacer gestiones para que le reduzcan las condenas y buscar y preparar cosas para llevar a la cárcel, porque la comida de esos lugares solo provocarán la muerte de los condenados.
Según Zoila, a “Fredy, desde que se los llevaron, me dijo que los iban a fundir en años, que el gobierno no creía en nadie y solo les importaba el poder”. Su exesposo, hijo de un emigrante árabe a quien en los 70 el gobierno prácticamente expropió de sus tierras para construir una carretera, no esperaba del régimen otra cosa que lo que ha hecho: condenas ejemplarizantes para que a nadie se le ocurra salir de nuevo.
Zoila sabe que con Katia hay otras 29 mujeres presas por los sucesos del 11J. Y sabe que hay muchos niños y adolescentes que lamentan la ausencia de sus padres, que están en las cárceles. Y pensar, dice, que esos niños tienen que escuchar en las escuelas hablar de las bondades de la revolución.
Desde su familia cayó presa, la vida de Zoila se centra en salir a la calle y buscar lo que necesita para llenar las tres jabas (como se le llama al bolso que dejan entrar a la prisión), cuidar a Luis, el hijo de nueve años de Katia, ayudar al yerno en el negocio familiar y viajar cada mes hasta Guantánamo. Son muchos kilómetros, más de 800, y ese trayecto lo hace en lo que aparezca: tren, autobús, camiones. Le da igual cómo llegar, mientras esté en la visita de su hijo. El viaje lo hace con un maletín a cuestas que llena con lo comprado en La Habana.
Encima de eso, las preocupaciones no la dejan dormir, por los problemas de salud de Katia, que arrastra desde que era niña, que incluyen una gastritis crónica, migrañas, y ahora hasta un dolor en un seno por el cual no ha recibido atención. También por los de Fredy, que debe ser uno de los reos de mayor edad por lo del 11J, quien ingresó en prisión con un diente roto y hasta una costilla, y que padece de vitiligo, entre otras cosas.
Zoila no para a pesar de las amenazas. A su casa mandaron a dos agentes de la Seguridad del Estado para advertirle que no participara en ninguna manifestación de las madres, porque eso, supuestamente, podía empeorarlo todo. Pero ella sabe que nada puede ser peor que lo que está viviendo, con dos hijos presos y su compañero de la vida por más de 30 años.
Para la madre y abuela, la situación es muy dura. Cuando su hija pague la condena y regrese a casa, ella tendría 80 años. Y su es esposo, si sobrevive, regresaría al hogar con 84. Le parece demasiado duro, y por eso ha decidido luchar, no parar hasta conseguir que sus seres queridos salgan en libertad, regresen a sus casas, con sus familias.
La familia Beirut no es de delincuentes. No han ido por ahí dando malos ejemplos y tenerlos presos es un crimen y una injusticia. Zoila lo sabe y por eso pelea. El mundo debería ponerse de su parte y ayudarla en esta cruzada por liberar a su gente.

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