La Habana, las lluvias y la catástrofe gubernamental

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Por Anette Espinosa
La Habana.- La lluvia convierte la vida en La capital cubana en un ejercicio de alto riesgo. Muchas calles que años atrás no se inundaban ni con una semana de torrenciales aguaceros, ahora se han vuelto ríos intransitables, porque el agua no encuentra salida. Y encima de eso, se caen casas, edificios multifamiliares y balcones, en tanto el gobierno solo se preocupa por una bienvenida de altura para Buena fe.
En los últimos días, las calles aledañas al mercado de Cuatro Caminos, donde era raro, hace 40 años, ver inundaciones, se han vuelto intransitables. Esos lugares estuvieron en reparaciones por años, al extremo de que muchos vecinos pensaron que no se terminarían de reparar nunca. Y resulta que ahora el agua se estanca allí, cual si fuera un embalse hecho ex profeso. Y todos sabemos lo peligroso que puede ser ese líquido, que recoge toda la inmundicia de las calles y luego los mete en las viviendas.
Y encima, las lluvias terminan por derrumbar casas completas, paredes de edificios, poniendo en riesgo la vida de decenas de familias, como sucedió la víspera en San José, entre Aramburu y Soledad, tal como cuenta la página de Facebook de Bomberos Cubanos, que muestra fotos del lugar.
En alguna de las fotos se observa al personal de rescate sacando a personas del lugar, de un sitio al que, inexorablemente, tendrán que volver, si no encuentran la casa de un familiar que los quiera acoger, algo muy difícil en Cuba, donde en una misma vivienda suelen confluir tres y cuatro generaciones, y a veces padres con dos o tres hijos casados, con nietos incluidos.
Para construir casas, para proyectos sociales, y para viales no hay dinero. El presupuesto del Estado no está destinado a esas funciones, ni tampoco a reparar escuelas ni policlínicos u hospitales, pero sí para levantar hoteles de lujo, como la torre de 23 y K, o todos esos que han construido en los últimos años en la parte este de la capital.
También hay plata para lanzar una campaña de apoyo a Buena fe, para que la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) organice actos de desagravio en cada uno de los centros docentes superiores, o para que las direcciones de Cultura de los municipios capitalinos, incluso las de otras provincias, organicen un programa de actividades para rendirle homenaje a los dos humildes músicos a los que les gritaron en la cara en España que habían traicionado a su pueblo y a su clase.
No hay dinero para edificar viviendas sociales, pero sí para los militares. No importa el grado que tenga el oficial, que enseguida dispondrá de un apartamento, que le cobrarán caro, pero lo tendrán, mientras la gente común -profesionales incluidos- vive aterrorizada dentro de sus casas, por temor a que le caiga encima en cualquier momento.
Esa gente tiene miedo de andar por las calles. Y cuando lo hace, evita las aceras, porque sabe que cualquier balcón puede caerle en la cabeza, como sucedió hace poco más de dos años con tres niñas en La Habana, por lo cual todavía nadie ha pagado, como si el desprendimiento hubiera ocurrido por obra y gracia de las casualidades.
Así está La Habana: inundada, cayéndose a pedazos, en medio de derrumbes e incertidumbre, aunque esa es solo la parte de los comunes. La otra, la de los dirigentes grandes, que son los nuevos ricos de Cuba, o los ricos desde hace seis décadas, luce esplendorosa, hermosa, cuidada y tentadora.
Si los cubanos no nos damos cuenta de que la miseria en que vivimos solo se puede acabar el día en que expulsemos a los fantoches que tenemos de gobernantes, la ciudad se acabará, muchos de nosotros nos moriremos debajo de los escombros o nos tragará una alcantarilla, y luego esos sitios los destinarán a hoteles para el disfrute de extranjeros, que son los únicos que verdaderamente importan en Cuba.

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