Por Anette Espinosa
La Habana.- Luis Dener, el influencer cubano que mantiene en jaque al castrismo desde su canal de Youtube, va con niña pequeña a un mercado en Noruega y no tiene que dejar el bolso en ninguna parte. Entra con él. Lo mismo hace el amigo Siro Cuartel desde su tranquilo refugio en cualquiera de esos lugares del mundo donde vive. Siro entra a un Mercadona, en España por ejemplo, con dos bolsas de cosas que compró en una tienda antes, y las coloca en el mismo carrito donde pondrá lo que adquirirá ahora.
Un amigo que vive en Texas me dice que no hay que dejar los bolsos en ninguna parte y que nadie te revisa las compras al salir, incluso que no necesitas mostrar el vale de la compra. Manuel, que lleva años exiliado en Alemania, me explica que en la mayoría de los supermercados no hay cajeros. A ver, hay cajas, pero sin personas, porque el que compra paga sin la intervención de nadie.
Frank, que vive en Toronto, me dice que nadie se para detrás de él, en el mercado, cuando va en busca de algo. Si levanta una mano para reclamar ayuda, puede que aparezca alguien. Incluso, dice que puedes devolver lo que compraste, si no te gustó, y al momento te devuelven tu dinero. Y no tienen que ser solo electrodomésticos. Puede ser ropa, incluso alimentos.
Ayer fui a Galerías Paseo. Fui a ver qué había para comprarle a mi niña de dos años: yogurt, galletas, alguna otra confitura, y solo había galletas de soda, por suerte. Ante todo tuve que dejar el bolso. Después, sentí la presencia constante de alguien cerca, como si yo, que nunca he tenido problemas con la justicia, que soy graduada de periodismo, y que mis padres me dijeron siempre que se podía ser pobre, pero honrada, me fuera a robar algo, en alguna parte de la ropa que cubre este cuerpo de 119 libras.
Fueron momentos incómodos, desde que entré hasta que salí. Por un momento dije que no iba a volver nunca más a ese lugar, pero si no regreso no podré comprar otra vez galletas para mi pequeña Lisette, que no tiene la culpa de lo que se vive en este país y no sabe de otra cosa que exigirle comida a sus padres.
Eso no ocurren solo en La Habana. Es más, creo que en la capital, hay ciertas facilidades. Hace unas semanas, mi esposo y yo fuimos a ver a su madre a Guines, el municipio de Mayabeque, distante unos 50 kilómetros de acá. Nos dijeron que en La Espiga de Oro, una de las tiendas de allí, habían unos juguetes y hasta allá fuimos.
La cola afuera era inmensa, y una señora en la puerta solo dejaba pasar de cinco en cinco, cada vez que salía una cantidad similar de personas, sin que hubiera abarrote dentro y con las cajeras echándose fresco. Estuvimos dos horas y nos fuimos, pero en ese tiempo vimos que la misma señora de la puerta revisaba, una por una, cada jaba y chequeaba lo que llevaban con los vales de pago. Los bolsos había que dejarlos al doblar, porque solo se podía pasar con las manos limpias.
Un rato después, de regreso a casa, pasamos por una tienda en San José de las Lajas. Fuimos a por detergente líquido, que había. Fuera, decenas de personas hacían cola. Dentro, dos cajas y unas 10 o 12 personas, los anaqueles llenos de dos o tres cosas: el detergente, rones, cervezas y algunos encurtidos. Una hora y media estuvimos en aquello. Los bolsos tuvimos que dejarlos a más de 50 metros de la entrada, y al salir nos revisaron cada producto, a pesar de que el portero, muy amable por cierto, vio que pagamos y salimos directo hacia donde él estaba.
Esta es solo mi experiencia y les aseguro que es lastimosa. Y cuando estas cosas me ocurren, me dan deseos de presentar una denuncia en alguna parte porque alguien, que es el gobierno, o el sistema, me acusa de presunta ladrona. Pero me doy cuenta de que es imposible, porque no hay dónde hacerlo, ni nadie que tome en serio al pueblo, que, a fin de cuentas, es el cliente.
¿Una explicación? La tengo, claro: cree el ladrón que todos son de su misma calaña y por eso pone esos controles. Cuba no cambia, no mejora, y a medida que pasa un día empeoramos. Me duele decirlo, pero es la verdad.