Presos políticos, mismo país y diferente medidor

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Allá por 2007, cuatro jóvenes cubanos que pasaban el Servicio Militar Obligatorio idearon un plan para irse de Cuba. Estaban hastiados de aquella vida, de obedecer órdenes incongruentes y ser tratados como perros. No querían un futuro así para sus vidas, y su idea, aquella que maduraron en sus mentes de casi adolescentes, pasó por tomar un avión y huir.
Al intentar escapar de la unidad, donde ya habían sobrepasado el tiempo establecido, dos de ellos fueron descubiertos y desvelaron todo el plan. Los otros dos, Leandro Cerezo y Yoan Torres Martínez, no tuvieron otra opción que esconderse en la misma unidad. Al intentar salir por una posta, Torres Martínez mató a un soldado y a un oficial que tomó como rehén en un ómnibus que intentó llevar al aeropuerto José Martí, desde donde pretendían abordar un avión para irse a Estados Unidos.
El gobierno cubano informó a la población, casi al detalle, de todo cuanto iba ocurriendo. Adornó las historias, le dio el color que quiso a los hechos, y logró que la opinión pública los considerara poco menos que bandidos o asesinos inescrupulosos, y no unos muchachos que habían dejado atrás la adolescencia hacía muy poco y estaban cansados de sus vidas en Cuba.
A tres de ellos los condenaron a cadena perpetua. El gobierno quería dar un escarmiento, como hace siempre, y no le tembló la mano al destinarlos para siempre a las mazmorras castristas. Con eso, pensaron los jueces y los fiscales, a ninguno más se le ocurriría intentar una aventura similar. Pero hay historias muy parecidas, en las cuales participaron acólitos de los Castro y no hubo sanciones.
El 1 de noviembre de 1958, cuando la guerrilla de Fidel Castro le tenía casi ganada la guerra a Fulgencio Batista, con el apoyo de una gran mayoría de la población, entre ella de una buena parte del Ejército y los hacendados, el Movimiento 26 de julio secuestró el vuelo 495 de Cubana, que haría el trayecto de Miami a la capital cubana. A bordo iban 17 pasajeros.
El turbohélice Vickers Viscount levantó vuelo para un trayecto de unos 45 minutos, pero cuando los miembros de la tripulación iban a repartir los formularios de Inmigración, cinco miembros del M-26-7 se vistieron con los uniformes del grupo guerrillero y dijeron que la aeronave iría hacia la región oriental de Cuba y no hacia la capital.
A bordo de aquel avión iban armas y municiones para Fidel Castro y su guerrilla. De alguna manera lograron subir el cargamento y la única manera de que no cayera en las manos de las fuerzas de Batista era secuestrando el avión. Y así hicieron.
Pero el aterrizaje, en una pista cercana al central azucarero Preston, al que después le cambiaron el nombre por el de Guatemala y que ya no muele caña, no salió bien, y después de varios intentos y de casi quedarse sin combustible, terminó con el avión en el mar.
Un total de 14 personas murieron, cuatro de ellos niños y cinco ciudadanos estadounidenses. Sin embargo, aquello se quedó en una nebulosa. Estados Unidos estaba contento con Castro por entonces y como no tenía jurisdicción lo dejó así, y después no se investigó más y nadie pagó por el crimen, que fue horrendo, aunque Raúl Castro, que sigue siendo quien gobierna Cuba, lo considerara una «heroica estupidez».
Por aquel crimen nadie pagó, no indemnizaron a nadie. Todo se quedó en la sombra y en el misterio. Pero no el caso de los jóvenes que intentaron llevarse un avión a cualquier lugar, por tal de huir de la dictadura castrocomunista en mayo de 2007.
Por más que los padres de los jóvenes hayan pedido clemencia, y a pesar de que han pasado 16 años de aquellos sucesos, el castrismo mantiene las sanciones y niega cualquier posibilidad de liberación para los implicados. No han escuchado, incluso, ni las súplicas de las madres, como la de Alain Fober Lamorú, quien recuerda que lleva 14 años en la cárcel de máxima seguridad de Kilo 8, en Camagüey, a pesar de que no fue ni es un asesino.
La madre se pregunta si tendrá que permanecer en prisión toda su vida, solo por haberse querido ir del país donde nació en algún momento, aunque, al parecer, seguirá esperando por una respuesta que puede no llegar nunca, porque la dictadura tomó a los tres jóvenes como ejemplo y no tendrá piedad con ellos, a menos que la comunidad internacional se mueva y presione, sobre todo ahora, que el régimen intenta hacer alguna concesión ante el agobio económico que sufre y la posibilidad de protestas masivas.
Lo que molesta es que para ellos, sus secuestradores son héroes, y los que hacen lo mismo en su contra son criminales. Es diferente el rasero para medir las mismas acciones. Unos querían ayudar a la caída de Batista, y otros escapar de la dictadura que siguió a la de Batista, mucho más cruel.

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