Por Jorge Sotero
La Habana.- No es justo que todas las críticas por lo que ocurre en Cuba vayan dirigidas a Miguel DíazCanel, más conocido como el Hombre de la Limonada. Es culpable, de eso no tengo dudas, pero es más bien el tonto útil de todo esto, que el máximo culpable. Más responsabilidad que él tienen los Castro, y tanta como él tiene el primer ministro, Manuel Marrero, de quien hablaremos esta vez.
El fornido -también podemos llamarlo gordo u obeso- primero estuvo en Camagüey, como parte de la campaña emprendida por las altas autoridades cubanas para motivar a la producción de alimentos, y ofreció declaraciones a los medios, aunque solo hacen referencia a sus declaraciones los reporteros del equipo del presidente.
Según un despacho de Granma, firmado por Yaíma Puig y Alina Perera, periodistas de cabecera de Díaz Canel, Marrero esclareció conceptos, entre ellos el de «hacia dónde es que tenemos que ir», un cuestionamiento encaminado a buscar «nuevos modos de hacer para que la sociedad experimente avances».
Marrero parte de vender la presa antes de cazarla, y advierte que «hemos dicho al pueblo que este tiene que ser un año mejor». Y está claro, se lo han dicho a la plebe lo del año, pero no aclara si el ‘mejor’ es para ellos o para un vulgo que ya no le cree nada de lo que dice.
Eso sí, el despacho de Granma es honesto, porque aclara que el diálogo de Marrero fue solo con el equipo de prensa de la Presidencia, porque allí, en Camagüey, no hay otros periodistas, otros medios, ni otros corresponsales. Pero sigamos adelante con sus declaraciones, porque no pueden ser más motivadoras.
A ver, la gira que realiza por el país junto al presidente, contado por él, fue planificada desde que ambos se dieron cuenta -como buenos eruditos- de que venían tiempos complicados, motivado por el bloqueo -¿por quién si no?- y entonces decidieron «ir a cada provincia a pedir a los principales actores, a los que realmente deciden, un extra…» con la intención de «hacer las cosas diferentes, y no un poco más de lo mismo -como diría el sabio de Yusuam Palacios- buscando soluciones a partir de las propias potencialidades».
Y dijo que, «en esas reuniones se establecieron compromisos», algo habitual en el trabajo de los dirigentes cubanos, que siempre se comprometen, o comprometen a los de abajo, y al final no se consigue nada, pero se hacen los compromisos, incluso se firman.
Sin embargo, se refirió también a lo que se encontraron él y su acólito Díaz Canel en esas reuniones que han realizado en cada provincia, intentando convencer de que produzcan a los que nada pueden hacer. Sin embargo, dijo haber tropezado con «experiencias muy interesantes». Y claro, se refiere a aquellas que vio en las reuniones, las que dijo un dirigente en la reunión, no a una finca plantada de frijoles, yuca o a una cría de cerdo, porque eso no existe.
Según la nota de Granma, Marrero es un hombre honesto, porque admitió que «en materia de producción -aunque hay avances- (el entre plecas es de los periodistas, no mío) no se logra satisfacer la demanda del pueblo», pero es una lástima que no diga en cuánto, en qué por ciento, porque eso de que el pueblo pasa hambre -que no él- (y ahora sí son mías las entre plecas- se sabe, se siente, se ve. Solo hay que ser parte del pueblo y no de la familia Castro o la cúpula gobernante.
Sin embargo, Marrero ofreció un dato interesante: «la producción de alimentos agrícolas del país tiene una estructura cuyo 80 por ciento es producido por formas de gestión privadas, no son empresas estatales», y eso pasa en un país donde el Estado es el dueño casi absoluto de la tierra, sobre todo de las mejores, de las más fértiles.
Como siempre ocurre en estos casos, culpó a otros por el déficit de productos, entre ellos la leche. Y dijo que el 70 por ciento de la que se consume -en Cuba solo toman leche los niños hasta los siete años- tiene que ser importada. Eso quiere decir que se importa una cantidad ínfima y se produce menos, entre otros motivos, porque la masa ganadera comenzó a desaparecer, porque los campesinos individuales pierden cada vez más su ganado como consecuencia de los ladrones que lo matan para venderlo ante la alta demanda de su carne, entre otras cosas.
Pero Marrero es un grande, y si yo apoyara a la revolución, él sería mi ídolo, al seguro, porque dijo que la solución de todos esos problemas «pasa por disciplina, pasa por exigencia, por lograr contratar, pagar las producciones a los campesinos, y también por exigir que se produzca, porque el gobierno ha dado esas tierras y, por tanto, hay un compromiso y un encargo, que es garantizar la producción para el pueblo».
Cuando llegué hasta ahí me aburrí de leer lo que dijo Marrero, sobre todo porque no me parece inteligente repetir la sarta de estupideces que dice el hombre encargado de dirigir el gobierno del país, principal responsable de que la gente no muera de hambre, ni que escaseen tantas cosas elementales para la vida, entre ellas los medicamentos. Y creo que pudieran hacer él, y los ministros que nombró -que son muchos, muchos más que en cualquier otro país- muchas cosas por el bien de los cubanos. Pero todos sabemos que es imposible, porque ni Marrero ni Díaz Canel están preparados para dirigir una nación.
Ellos, si acaso, solo atinarán a hacer lo que les diga la familia Castro, y a estos últimos solo les interesa la vida sosegada y fácil que heredaron de Batista. Para los herederos de Fidel, los de Raúl y este último, Cuba está bien, porque ellos viven sin problemas, o mejor: «a toda soga», como decía el viejo Antonio Suárez allá en Cumanayagua.