Por Anette Espinosa
La Habana.- La situación en Cuba es caótica con todo. No solo faltan los alimentos, las medicinas, los productos de aseo, o las viviendas. Tampoco hay transporte. En la capital cada vez se ven menos ómnibus y en las provincias son tan escasos que rara vez se puede ver alguno.
Desde hace muchos años, más de 30, la movilidad de las personas en Cuba empeoró de una manera drástica, y el gobierno, que se percató de que las personas podían vivir sin tener que moverse tanto, cada vez apretó más la tuerca. Por eso, cuando le digan ahora que en la capital solo trabaja el 30 por ciento del parque de ómnibus, no se lo crea, y pregúntese cuál es la referencia.
No tengo el dato de cuántos ómnibus tenía la capital cubana hace tres décadas, porque era una niñita de unos seis años, y a esa edad uno no se pone a sacar cuentas, pero la ruta 79, por ejemplo, pasaba muy seguido, casi una detrás de la otra. Y la 20 también. A veces se cruzaban dos, en sentido contrario en la parada que estaba frente a mi casa. O llegaban otras dos en el mismo sentido, aunque siempre iba alguien de pie, hay que reconocerlo.
Pero un día esos ómnibus desaparecieron. Podías pasar semanas sin ver una 20, ni una 79. Y en lugares donde otrora la gente cambiaba de un vehículo a otro comenzaron a hacerse colas enormes, que también desaparecieron, pero solo porque las personas entendieron que no había ómnibus.
Dice mi padre que para ir a ver a sus abuelos a Tapaste, solo tenía que llegar a La Habana Vieja y que al instante salían las guaguas que iban para Jaruco, o las de San José, y de ahí agarraba otra, muy rápido, y en menos de una hora estaba en el lugar. Pero todo eso es parte del pasado.
Solo que ahora dicen, y repiten, que la capital funciona con el 30 por ciento del parque de ómnibus. Hace un año era el 40, pero no revelan a cuántos vehículos hacen referencia, ni qué cantidad representa ese por ciento. Aunque no hay que ser muy listo para imaginar que deben ser, si acaso, dos o tres carros por rutas, sin olvidar que apenas quedan solo algunas de las que existían a principios de los 90, cuando yo era una niña.
Admito que no soy buena para las estadísticas, pero mi padre dice que en Cuba circula menos del uno por ciento de los ómnibus que prestaban servicios antes de la llegada del periodo especial, y esa cantidad no se comparaba, decía mi difunto abuelo, con lo que existía antes.
El viejo Gregorio, que así se llamaba mi abuelo, decía que por la Carretera Central, que era un plato por entonces, no se podía ir, porque el transporte era tanto que los viajes se demoraban más de lo debido, lo cual obligaba a tomar atajos para avanzar. Y ahora la Central, los circuitos Norte y Sur, y hasta la Autopista, permanecen vacíos y llenos de huecos, que las hacen casi intransitables.
No es el momento de hablar de ferrocarriles, pero no puedo dejar de decir que, según un amigo que se ha dedicado por años a viajar por medio mundo, el pueblo cubano es el que menos se mueve de todos los continentes, y no es porque prefiera esas costumbres medio sedentarias, sino porque no tiene opciones. O mejor, porque el gobierno se las quitó.