Por Michael Palmero
Artemisa.- La situación con los alimentos en Cuba es cada vez más crítica, tanto que la inmensa mayoría de la población corre el riesgo de padecer de hambruna, motivada, sobre todo, por la incapacidad del gobierno de garantizar la producción de alimentos, por más que los grandes dirigentes insistan en culpar a otros.
En un país sin leche, granos, huevos, carnes, harinas ni condimentos, y mientras conatos de levantamiento popular se producen hacia la región oriental, el presidente del país, su primer ministro, y el segundo en importancia del Partido Comunista, más una buena parte de los ministros, se fueron a caminar por Artemisa, y a hacer propuestas de las de siempre, descabelladas.
No se sientan el presidente, el premier y el gabinete a estudiar estrategias a cualquier plazo para que Cuba produzca al menos una parte de lo que necesita, sino que hace reuniones con los productores de la provincia que más alimentos produce en Cuba para pedir más, sin ofrecer nada a cambio, como ha sido habitual por décadas.
Granma lo intenta explicar en una nota de este martes, en la cual la periodista llena de palabras grandilocuentes una reunión más, para decir que el debate con los que producen alimentos fue “Aleccionador y sumamente crítico, ‘a camisa quitada’… con el propósito de evaluar el cumplimiento de los compromisos contraídos por este territorio”.
Según la nota, firmada por Yaíma Puig Meneses, el hilo conductor del debate, dirigido por el Hombre de la Limonada -como lo llama mi colega Jorge Sotero al impuesto presidente de Cuba-, tuvo como hilo conductor “cómo incrementar la producción de alimentos a nivel local y hacerlo de manera sostenible”.
No es necesario haber estado en el referido debate para saber lo que allí se habló, porque situaciones similares se viven continuamente en cualquier lugar al que acuda el mandatario: cinco, 10 o 15 personas se rasgan las camisas, mencionan los problemas que existen, proponen algunas cosas, y luego el que dirige al país hace sus conclusiones y con eso se quedan todos.
Y, entonces, cuando la caravana de autos del mandatario y su séquito se marcha, los que hablaron vuelven a sus labores normales, se olvidaron de las promesas, y los que escucharon engavetaron sus apuntes y la vida sigue igual, como aquella vieja canción de Julio Iglesias.
El gobierno no garantiza maquinaria, ni semillas, ni pie de crías, ni petróleo ni fertilizantes. No se trata de que vayan obsequiándole esas cosas a los productores, sino solo de que se las vendan a un precio acorde a su valor, y no a altísimas sumas, como hicieron recientemente con unos tractores que vendieron por casi 30 mil dólares, en un país donde el salario medio de un trabajador no llega a 30.
El presidente habló de soberanía alimentaria, unas palabras que de tan repetidas ya nadie las cree e insistió en la necesidad de “que el municipio se convierta en el escenario fundamental de la producción de alimentos, y para ello las autoridades locales tienen que poder decidir sobre las empresas estatales que se encuentran enclavadas en su territorio”.
Juro que nunca escuché nada más ambiguo, o más difícil de entender, como lo que viene a continuación: “No es solo cuestión de cambiar la estructura, es cambiar la manera de gestionar los recursos”, dijo el recientemente ‘reelecto’ presidente.
Eso sí, dejó claro que la escasez continuará: “En las condiciones actuales del país y el complejo contexto internacional –subrayó– no se puede depender de las importaciones que se realicen de manera centralizada, porque cada vez son menos y a precios más elevados. De ahí su insistencia en que cada territorio sea capaz de producir buena parte de los alimentos que su población consume”.
El mensaje entre líneas queda claro: en cualquier momento no llegará nada a la población, porque todo tendrán que producirlo los municipios, aunque alguno de ellos no disponga de tierras para plátanos, malanga, yuca o arroz. Algo así como aquello de que quien no produce no come, en un país que han dejado caer a pedazos, desde las grandes empresas arroceras, hasta las ganaderas, y donde el marabú se ha convertido en uno de los principales renglones exportables.
En la reunión, alguien dijo que la prioridad era la alimentación del pueblo. Así lo dice Granma, y cuando lo lees así, en el diario del Partido comunista, te puede salir lo mismo una lágrima que una carcajada. ¿Pero cómo se le puede ocurrir a alguien tal barbaridad? ¿Cómo pueden ser los dirigentes tan hipócritas? ¿Pero se ha pensado alguien que el pueblo es tan tonto que se creerá todo esto?
Al gobierno le importa un comino la alimentación del pueblo. A los que dirigen les interesa estar bien, disfrutar la buena vida, tener sus wiskis garantizados, las copiosas cenas de los fines de semana, los paseos a esos lugares suntuosos a donde no pueden acudir los que trabajan, ni los médicos, y mucho menos los jubilados.
¿De qué prioridad hablan, si el país se cae a pedazos, si los cubanos solo pueden acceder a una pierna de pollo al mes, a algún kilogramo de picadillo y nada más? Pensarán Díaz Canel o Manuel Marrero que con eso se puede vivir? ¿O es que eso es lo que comen ellos durante todo un mes, en un país donde el 95 por ciento de las personas está mal alimentada?
Ninguno de los barrigones que dirige Cuba sabe lo que es acostar a su hijo entre llantos porque tiene hambre y no hay nada que darle, ni agua con azúcar, porque tampoco hay azúcar. Y ni hablar de pan, confituras, jugos, frutas, ni carnes, ni nada de nada. En Cuba vale más un yogurt de 100 gramos, cuando lo encuentras, que lo que gana un médico en un día de trabajo. Si lo piensas así, te das cuenta de que la prioridad para el gobierno es otra y no precisamente la alimentación del pueblo.
El municipio, sea Güira de Melena, Artemisa, San Antonio de los Baños, Contramaestre o Camagüey, no producirá lo que necesita jamás. No lo hace ninguno de los municipios cubanos. Y no porque no quiera, sino porque no lo han dejado, porque el Gobierno -no los sucesivos, sino el mismo gobierno desde hace 64 años- acabó con toda la infraestructura productiva del país. Acabo con la caña, con las arboledas, con las grandes extensiones de tierra dedicadas a la ganadería, y también con la costumbre de un pueblo de producir lo que necesita.
Con las alas cortadas ningún ave puede volar. A los cubanos se las han cortado, y mientras algunos se fueron de su país en busca de otros horizontes, los que se quedan se mueren lentamente en un país con limitaciones extremas, con un gobierno incapaz y cruel, fruto de la más cruel dictadura que padeció América Latina.