La vuelta de Hassan Pérez

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Por Jorge Sotero

La Habana.- Mi madre era una admiradora de Hassan Pérez. Decía mi vieja, que ya no vive, que le maravillaba ver cómo se le salían las palabras de la boca en un torrente indetenible y a veces inentendible. Y mi papá, lo odiaba. Para el viejo Jorge era el más pedante de todos los voceros del castrismo.

Y así fue durante toda la campaña por la devolución a Cuba del entonces niño Elián. Incluso un poco más, cuando las tribunas abiertas, aquellos actos a los que obligaban a asistir a la mayoría de la población y en los cuales siempre aparecía alguien para decir una sarta de cosas en las cuales ni ellos mismos creían. Alguno, como un amigo cercano, se propuso voluntario con tal de ganarse unos minutos en la televisión nacional.

Nadie como Hassan aprovechó aquello. Una vez, incluso, el ya fallecido dictador dijo que el ferviente orador era uno de los candidatos para la sucesión. Recuerdo los nombres que dio aquel día: Raúl (primero, por supuesto) y luego Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Hassan y hasta Carlos Valenciaga. Y esa ubicación en la línea sucesora terminó por hundirlos a todos, menos al primero.

Lage y Felipe fueron defenestrados de un plumazo. A Valenciaga le probaron no sé qué fiesta mientras el comandante, del cual era su ayudante, convalecía en una clínica en el propio Consejo de Estado. Y a Hassan lo tiraron a la basura como se desechan las cosas que no se van a usar más, porque ya no sirven.

Ya no era presidente de la FEU. Ya no tenía un ómnibus ni un equipo de béisbol con el cual se iba todos los fines de semana a cualquier lugar a jugar un partido, lo cual terminaba en orgías con muchachitas ansiosas de estar con los jovencitos dirigentes que venían de la capital, entre los cuales estaba Hassan.

Un día le dieron una patada y cayó de profesor de Historia en la Escuela Interarmas Antonio Maceo. Allí pasó muchos años, en un ostracismo absoluto. Alguien cercano a aquel joven que ametrallaba a los televidentes y a los presentes en las tribunas abiertas, y al que adoraba mi madre, me dijo un día que se había vuelto loco, porque no encontró jamás explicación a lo que le había ocurrido.

Un buen día, sin embargo, apareció por Bolivia, o al menos eso dijo la prensa de algún país, como asesor del entonces presidente Evo Morales. Había sido mandado desde La Habana, pero no se sabe si para asesorar al indio cocalero o para acabarlo de hundir con aquello del referendo para una relección que ganó y que le costó después un golpe de Estado.

Y luego volvió a perderse. Hasta que aparece ahora, con un discurso en inglés, aprendido en el mismo lugar en el que estudió Díaz Canel. No se sabe si la presencia de Hassan Pérez fue coyuntural, algo así como que lo sacaron del congelador, lo descongelaron y lo volvieron a meter para una ocasión mejor, o es que, acaso, ante la carencia de personajes que pongan la cara, el castrismo agarró al más pedante de sus oradores.

Si estuvieran vivos, mis padres volverían a polemizar. Mi madre, que de inglés no sabía nada, diría que habla mejor que Walt Withman, y mi padre volvería a decir que es el más pedante y repugnante de los hombres que hubiera conocido.

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