(Tomado del muro de Facebook de María Roig)
La Habana.- De los que emigraron de Cuba en los primeros tiempos, muchos murieron sin poder ver a su familia de nuevo, porque no era posible volver y muchos sufrieron cárcel, represión, violencia.
Cuando el régimen se dio cuenta de que eran una enorme fuente de ganancias y permitió la entrada, los que decidieron regresar bajaron la cabeza y trataron de olvidar lo sufrido, (todo) por ver y ayudar la familia. Indirectamente le dieron oxígeno a la dictadura (que ya iba perdiendo la ayuda socialista).
Luego vinieron los siguientes éxodos: Mariel, balseros etc… Y también fueron reprimidos con la ayuda de la población más radical. Pero luego (esos mismos) continuaron con la tendencia a volver y a ayudar.
La última generación también quiso emigrar, con el ya abierto beneplácito del régimen, para que los sigan manteniendo y, en muchos casos, (para que sirvan) como agentes de opinión a su favor en el exterior.
Por el amor a la familia, el cubano sufre represión, calla e insiste en ayudar, aunque no quiera colaborar a mantener aquello, porque es la única manera de que la familia pueda sobrevivir.
Por todo esto, cuando alguien dice que la situación de Cuba debe resolverse sólo allá, y que los que vivimos fuera no tenemos derecho ni a opinar, sacan lo peor de mí.
Pero lo más triste es que, muchas veces, esas posiciones vienen de personas que también viven en el exterior.
Cuando me quieren callar, aunque en algo esté equivocada, me resisto a aceptarlo.
Quien ha sufrido desprecio, quien, a pesar de todo, ha ayudado al que vive dentro, tiene derecho a hablar. Cada cubano, donde esté, tiene derecho.
En dictadura nada es insignificante, todo contribuye, o no, a su existencia. Que cada cual haga lo que pueda, y quiera, y deje de intentar callar a los demás.
