Oscar Durán La Habana-.
El 23 de Febrero de 2017, Yesenia B.C despedía a su papá en el cementerio de Placetas. Delante de todos los presentes, se paró arriba de la tumba del padre y le cantó Preciosa a capela, ese tema interpretado por Descemer Bueno y el Chacal: “…la próxima vez que te vea, será entre mis brazos”…
Dice Yesenia que a partir de ese día, su vida se convirtió en un verdadero Macondo. Cada quien va por ahí con la historia que le tocó en suerte. Esta es la de una doctora, graduada por la Revolución y esclavizada por la Revolución.
Ni en sueños, Yesenia imaginó estudiar medicina. Terminó noveno grado y se fue a jinetear a La Habana. Su vulva la vieron hasta los ciegos; por ahí pasaron desde Policías -para mantenerlos callados- hasta sudafricanos. Un buen día a Fidel Castro se le ocurrió inventar Cursos de Superación Integral para Jóvenes y empezó a regalar carreras universitarias a trocha y mocha. En ese barco se montó la protagonista de este escrito.
No sé cómo lo hizo, pero Yesenia se graduó sin repetir un año. “Ni yo me lo creo”, decía con una sonrisa pícara. A partir de ahí, se metió en un personaje de médico -porque lo era- y pasó de ser la jinetera del barrio a que todos la nombraran la doctora B.
Nunca quiso salir de misión mientras su padre estuviera vivo, pero como acababa de fallecer el señor R.B, partió hacia Venezuela. A los 12 días de estar en Maracaibo, un venezolano la violó mientras hacía la guardia en el hospital. La cambiaron a Caracas y allí le dieron un disparo en la pierna izquierda mientras compraba un refrigerador para mandarlo hacia Cuba. Por suerte, nada grave.
Esa misma noche llegó toda adolorida a la casa donde se quedaba y se topa con la sorpresa que la pareja de doctores que vivía con ella, desertaron de la misión y ya estaban por Cúcuta, Colombia, destino a Estados Unidos. De casualidad le da por mirar el maletín donde guardaba el dinero y ve que ya no están los 16.500 dólares, sus ahorros de toda la vida.
Se rajó en llanto. Cada criatura de este mundo está sometida a una providencia irresistible superior a su voluntad. Más allá de esa visión elemental del destino, Yesenia no merecía pasar por todo esto: padre muerto, herida a bala, robo de todo su dinero.
Viró para Cuba con una mano delante y otra atrás. El gobierno no la apoyó en nada. Gracias a una paciente venezolana, pudo mandar por carga dos televisores, un refrigerador, microondas, mesa comedor, sofá y hasta un peluche grande. ¿Y saben algo? Nada llegó a la isla. Según la Aduana, el barco fue interceptado en Panamá por sospecha de droga en su interior y todo fue confiscado.
El horror genera más horror. Es por eso que el 28 de Julio de 2020, Yesenia tiene guardia en el hospital provincial. Su última. La noche está tranquila, pero todos los médicos de guardia saben que está por llegar algún caso de coronavirus. Mientras tanto, tiran par de colchonetas viejas y empiezan a dormir. Son las tres de la madrugada. Media hora antes, la Señora Muerte se soltó el pelo y empezó a hacer ronda. Acaba de elegir a su próxima víctima. Se llama Yesenia. Posiblemente lo único democrático que tenga Cuba es la muerte. Ella elige sin miedo, sin susto.
Yesenia empieza con una fiebre de 40 grados. Le hacen el PCR y da negativo. La remiten para urgencia. Está muy mal. Lo que más impresiona, en todo esto, es que no hay medicamentos ni condiciones para salvarla. Potencia médica al desnudo.
La mayoría de las veces la COVID toma por sorpresa a los médicos, ellos piensan que nunca les va a tocar ese tipo de muerte. En ese acto de confianza, la muerte entra en escena y se lleva a Yesenia, quien queda tendida bocabajo y de espalda a la luna. En eso, viene un camillero a llevarse el cuerpo a la morgue escuchando Preciosa, bien bajito, desde su celular .
A estas alturas, el padre ya tiene a su hija entre sus brazos. Sin nadie imaginarlo.