Por Anette Espinosa
La Habana.- Yordanka Battle Moré me simpatiza. Su manera de exponer sus argumentos, cómo defiende sus posiciones, con sencillez, claridad, sin caer en las habituales groserías de la mayoría de aquellos que atacan a la dictadura, la hacen grande ante mis ojos.
Desde su primera aparición en redes sociales me pareció una mujer honesta, con habilidad para empatizar con los que la escuchan o la siguen, con poder de convocatoria. Es una joven limpia, transparente, sin miedos, de esas que no se achicó hasta ahora ante las presiones del régimen y de sus fuerzas represivas, que conocen muy los métodos que utilizan para hacer cambiar de parecer a los que se les oponen.
A Yordanka la sacaron del trabajo. Buscaron justificaciones y la privaron de trabajar, que es un derecho humano fundamental, porque garantiza los ingresos necesarios para vivir. La presionaron, le metieron miedo, pero hasta ahora no sacaron de ella una palabra fuera de tono.
Por esa razón se ha convertido en un ejemplo para muchos otros jóvenes, aunque no siempre la imitan, sobre todo a la hora de plantarle cara al gobierno comunista. La mayoría de los cubanos prefieren hacer silencio, tragarse los problemas, sufrirlos, aguantar como han hecho hasta ahora, antes que decir lo que piensan, antes de denunciar los abusos.
Battle lo dice todo a su manera. No oculta su fe en Dios, y prioriza por encima de todo su libertad. Su frase: «la libertad no es un plato de comida ni una posición material», me gusta. Pero el cubano, como ella dice, no lo ha entendido, por esa critica la «mentalidad de esclavo» que muchos compatriotas tenemos.
Yordanka dice que ella es libre porque conoce la verdad. Y apela a Martí y a aquella frase de «ser cultos es el único modo de ser libres». Dice que jamás tendrá que ir a un consejo de dirección, ni a un primero de mayo, ni pagar el día de la patria. Y advierte que jamás mentirá, ni votará por nadie que ella considere que no está capacitado para ejercer sus funciones.
A Battle la sacaron el año pasado de su trabajo en una empresa del Estado por criticar la caótica situación de Cuba. La joven no dijo nada que no fuera verdad, pero al castrocomunismo la verdad lo ofende, y que alguien diga que los dirigentes roban, o que los Castro han esquilmado al país, constituye un delito merecedor de castigo, cuando lo que deberían hacer es enaltecer a esas personas por tener el valor de plantarles cara a los tiranos.
Yordanka Battle está en la calle. Pero ella sabe que la vigilan, que rastrean sus redes sociales para ver qué dice y sobre qué. Y sabe también que le tienen un expediente abierto, al que cada día agregan nuevos elementos con el objetivo único de enjuiciarla un día, o de presionarla antes de mandarla a la cárcel para que se gestione una visa humanitaria y abandone el país, como hicieron muchos hasta ahora.
A los dueños de Cuba no le sienta bien tener jóvenes que piensen por sí solos. No les gustan los opositores jóvenes, y hacen todo lo posible porque tomen un avión y se vayan de Cuba. Fuera, el poder de influencia de cada uno de ellos disminuye. Solo si no consiguen que se vayan, los mandan a la cárcel, con pruebas inventadas y delitos inexistentes, porque decir lo que uno piensa no será jamás una violación de la Constitución.
En ese mundo de presiones despiadadas y sórdidas, de gente sin escrúpulo, se mueve esta habanera valiente, que hasta ahora no ha claudicado ante la dictadura, y que ojalá no lo haga nunca. Con jóvenes como ella, en algún momento Cuba saldrá adelante. Lástima que no todos comprendamos que el comunismo no va a regalar nada, que nunca se va a apartar, y que si queremos conseguir algo, tenemos que arrancárselo a la fuerza.
Mientras nos preocupemos por el pollo, por las colas y por la gasolina, nos tendrán en sus manos. Yordanka Battle se dio cuenta, pero la inmensa mayoría cree que con un paquete de perros, una libra de picadillo y cuatro muslos de pollo se ha resuelto el problema. Y el problema es mucho más que eso; es la libertad.