HIERRO

ARCHIVOSHIERRO
(Tomado del Muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- El martes 25, día en que publiqué mi post «Eduardito», recibí desde Toledo 2, campamento en que se encuentra confinado, dos llamadas suyas. Las agradecí en grado sumo porque demostraban que no le habían impuesto restricciones a la comunicación conmigo y que todo andaba viento en popa y a todo desvelo.
Pero —siempre hay un pero— un tercer timbrazo me comunica algo grave con epicentro Eduardo Luis Fernández Suárez, además de que se le había sometido a un interrogatorio. En una cuarta me ruega fuera temprano al establecimiento penitenciario, necesitaba hablar urgentemente conmigo.
Así hice. A las ocho de la mañana solicité en la garita una entrevista con mi hijo. Se me conminó pasar a un salón. La espera derivó en reunión con la directora, dos miembros —ella y él— del Minint que atienden a mi hijo, y con el propio Eduardo Luis, quien se incorporó más tarde.
Faltaría a la verdad si aseguro me trataron mal o no me dejaron expresar abiertamente mis criterios con profusión que sobrepasó las expectativas.
Se abordaron temas relacionados con las reacciones encontradas sobre mi post, mas no fueron los más discutidos. El que levantó ronchas —y pudo haber desencadenado una «lesión causada por un corte que produce una discontinuidad de la anatomía normal»— fue el que dejé caer en el segundo párrafo a manera de suspense. La directora de la prisión expuso que a mi hijo se le había encontrado un «hierro» —mencionó la palabra varias veces— en su puesto de trabajo como barbero, en una oficina que no está cerrada a cal y canto, «accesible para mucha gente».
Dirigió su mirada hacia mi hijo y se concentró en un extenso regaño por ser él, con su actuar, el responsable de la «mala interpretación» que se hacía de la aparición del objeto ferroso. Para apoyar sus palabras, hizo buscar a la que mi hijo, en la llamada telefónica, había calificado como «chaveta». Pude tenerla en mis manos —protegida con un pañuelo, no soy de venderme fácil— y constaté la observación previa de Eduardito: se discutía allí sobre un arma blanca, instrumento perfecto para herir o causar la muerte.
Exigí se hiciera constar, en acta que tomaba la otra compañera, que Jorge Fernández Era calificaba la diatriba como una falta de respeto por parte de la directora del centro penitenciario a mi hijo y a mí, quienes habíamos sido las únicas personas honestas al calificar el objeto perforante; que los tres miembros del Ministerio del Interior, lejos de alarmarse ante un hecho de extrema gravedad y ordenar una inmediata investigación, se hacían cómplices utilizando un eufemismo —«si no saben lo que es “eufemismo”, busquen la palabra en el diccionario», les espeté— para disminuir la connotación del hecho.
Pregunto ahora: ¿informará a sus superiores la directora del centro —quien mucho se molestó por el alcance de lo planteado en mi post «Eduardito» y lo calificó como absoluta «mentira»— para que se investiguen a fondo las circunstancias que permitieron que la chaveta —¡chaveta y bien!, adjunto dibujo que no cobraré al Departamento Técnico de Investigaciones; espero calibre la existencia de una cinta para asegurar el arma a la muñeca— fuera a parar allí, en un establecimiento penitenciario donde el control sobre adminículos semejantes tiene que ser estricto? ¿Debo creer que resulta imposible indagar cuántos reclusos y miembros de las fuerzas del orden pasaron por el local en el tiempo que medió entre la última vez que mi hijo trabajó y el descubrimiento del objeto perforador? ¿Se pelaron en ese lapso la totalidad de reclusos, combatientes del Minint y personas —yo mismo— que estaban de visita, como para hacer imposible tal pesquisa?
El hecho que narro —y denuncio con un ¡paren ya!— sucedió el día en que llamé la atención sobre la amenaza que representa para la integridad física y espiritual de Eduardito el chantaje aplicado contra el familiar que se entrevistó el miércoles 12 con la directora de Toledo 2. Veremos qué alegan como justificación del hecho aquellos que me acusan de armar una campaña de descrédito contra los combatientes del Minint, o la persona —no quieran saber quién— que me tilda de «hijo de puta».
Detalle ad hoc: el miembro masculino del Minint allí presente, en un arranque de sinceridad, declaró que ellos podían acusar a mi hijo de portar un arma blanca con objetivo sospechoso. Vaya descubrimiento que ni a mi ni a nadie se le hubiera ocurrido.
¿Son infundadas mis alarmas? ¿Exageré cuando exigí la inmediata liberación de mi hijo? ¿A quién se le va la mano: al padre que vela por la vida y el sosiego espiritual de su hijo o al criminal que pudo haber portado el arma?
Lo dejo de tarea.

Check out our other content

Check out other tags:

Most Popular Articles

Verified by MonsterInsights