Por Jorge Sotero
La Habana.- Cuba vive la peor crisis económica de su historia y el más grande déficit de combustible que jamás se haya visto en el país, al extremo de que el transporte público está casi en cero y se prohibió, por decreto, la venta a los particulares. Todo eso en momentos de apagones y cuando se acerca el Primero de mayo, una fecha que la tiranía prioriza cada año.
Desde hace semanas, cuando faltaba más de un mes para el 1 de mayo, el gobierno comenzó su campaña proselitista para intentar llevar a la mayor cantidad de personas a la Plaza. Y digo a la Plaza, porque la importantes es la de La Habana, que es a donde acuden las cámaras de televisión a filmar, y a donde se invita a los extranjeros, incluyendo a los diplomáticos acreditados en el país y a los medios de prensa.
Aunque el gobierno cubano no tiene que hacer mucha labor proselitista con la población, porque saben muy bien cómo presionar. Al que trabaja le condicionan su asistencia con la posibilidad de perder su puesto, al que estudia con su permanencia en las universidades u otros centros, y a esos agrega a los militantes de sus organizaciones, a los cuales les advierten que asisten o son sancionados.
Asistir es obligatorio y si tienen que llevar personas de los municipios adyacentes a la capital cubana, de Mayabeque y Artemisa, los llevan, porque eso han hecho por años. Muchos de esos llegan desde las primeras horas de la noche anterior y pasan muchas horas en la plaza, cercados por un cordón de defensores del régimen que deja entrar pero no salir.
Mucha gente se pregunta ahora qué decisión tomará el gobierno, teniendo en cuenta que no hay combustible ni para ir a trabajar, y yo suelo responder que todo eso se convertirá en un aliciente más para intentar llevar a más personas a la Plaza. Será su forma de demostrar que tienen poder de convocatoria, aunque ni los que asisten se lo crean.
Mucha gente en la marcha será sinónimo de apoyo al proyecto, al gobierno, a las elecciones, a esos códigos que han aprobado desde el último mayo para acá, a la familia Castro, cuyo miembro más veterano se dará una vuelta por allí o mandará a uno de sus dobles, como ha hecho en ocasiones anteriores.
Para los participantes será un castigo total. Unos irán sin desayunar, porque no encontrarán con qué. O caminarán kilómetros hasta los sitios de concentración con zapatos que no son los ideales, porque comprar unos tenis modestos en Cuba puede costar el doble de lo que una persona recibe en un mes por concepto de salario.
Incluso, puede que hasta los lleven a la Plaza, pero los abandonarán allí y tengan que regresar por sus medios a casa, como ha pasado en muchas ocasiones, porque lo importante ya habrá pasado y mientras los gobernantes se van a almuerzos suculentos, a tardes de piscina y buenas bebidas, los que marchan tendrán que caminar muchos kilómetros de regreso. Y algunos llegarán extenuados, cargados de preocupaciones, sin tener nada que comer en casa, y en muchos casos sin corriente.
No me toca aleccionar a nadie, porque cada uno sabe lo que tiene que hacer, pero es el momento de decir no. No asistir, no marchar, no hacerle el juego a la dictadura, para empezar a meterle el miedo en el cuerpo a los que dirigen, a los que se creen impunes, a los que viven dulcemente a costa del sacrificio de un pueblo que se muere de necesidades, que no solo de falta de combustibles.
Cuba es ahora mismo el país más pobre de Latinoamérica, según la firma DatoWorld, un reconocido observatorio internacional, que dice que el 72 por ciento de los cubanos está en índice de pobreza, y advierte que solo un 14 por ciento de esas personas espera que su situación cambie en el futuro.
Esos pobres, sin embargo, son los convocados a la Plaza, pero ojalá tomen conciencia de que su situación depende de ellos y no asistan a respaldar al fallido proyecto político y social que convirtió a la otrora próspera isla en un país depauperado, incapaz de producir bienes para alimentar a su población.