Del Everest al Esperón

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Desde mi Cumanayagua natal miraba aquellas montañas imponentes del Escambray y soñaba con escalarlas algún día, una por una, y hacerme fotos en sus crestas verdes. O me imaginaba en el mar, a bordo de un barco cualquiera, lo mismo un mercante que uno de pesca. Lo mío era la aventura, lo que supuestamente imaginaba como extremo y que no lo era tanto.
Un día me tropecé con una revista Newsweek que traía un interesante reportaje sobre aquellos que subían al Everest y, después de leerlo, lo de las lomas del Escambray, o lo de los pesqueros en altamar, me pareció cosa de niños de primaria. Yo quería más. Mi nueva meta estaba en el Chomolugma, el otro nombre del sitio más elevado del planeta.
Para esa tarea, pensaba, había que prepararse muy bien, y cuando estaba en la universidad me fui una vez al Turquino. Lo subí de un tirón y bajé fresco como una lechuga, listo para empezar de nuevo. Luego subí cada una de las montañas más altas de cada provincia, incluyendo la Loma del Esperón.
Ya hace casi una década unos amigos me invitaron a México y solo les puse como condición que me llevarán al Popocatépetl. Fuimos, pero aquel día el Popo -como le dicen los mexicanos- estaba majadero, soltaba demasiado humo, y la guardia no dejaba acercase. Me quedé con los deseos de pasar otra prueba camino al Everest, que sería mi nuevo destino. Y tendría que hacerlo antes de 2025, porque en ese año cumpliré 40. Y ya luego será más complicado.
En los dos últimos años me centré en buscar toda la información posible, en pulir mi físico, en adquirir -con lo difícil que es desde Cuba- todo lo que yo creía necesario para mi aventura en el Himalaya. Un día fui a la embajada china en La Habana, porque creí que por ahí podría conseguir una visa, pero me batearon. China tiene parte del Himalaya, pero al Chomolugma hay que subir por Nepal, y ellos son los que dan permisos.
Escribí a la embajada nepalí en Madrid y rellené todos los formularios que me mandaron, pero no pude satisfacer todo lo necesario, porque el permiso para escalar cuesta 11 mil dólares, que hay que depositar, sin incluir lo que hay que pagar al sherpa, ni lo que cuesta utilizar lo campamentos bases, el oxígeno, la indumentaria. En total, me dijeron, si quería hacer una escalada de bajo costo, me saldría todo en unos 60 mil dólares. Las más caras cuestan como 90 mil.
Antes de renunciar aún me crucé unos 40 mensajes más con Mister Singh, quien fue muy amable siempre, incluso me dijo que había cubanos en el registro de los que subieron a la cima, y que él creía que alguna bandera cubana estuvo plantada allí en algún momento.
En uno de los mensajes le pregunté si no había una excepción, una gratitud para alguien que soñó toda la vida con subir al Everest, y me dijo que algunos países costean a los intrépidos que quieren ascender, pero le respondí que no creía que fuera el caso de Cuba, a menos que fuera yo Sandro Castro o su primo el modelo.
Al final, se me esfumó el sueño del Everest, y como no hay gasolina para volver a Cumanayagua y escalar algunas de las cimas de El Escambray, mañana me voy de nuevo a la Loma del Esperón. De todas formas, es el único lugar de Cuba desde donde se pueden ver las dos costas, y eso también es un privilegio. ¿Qué Chomolugma ni Chomolugma!

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