Oscar Durán. –
Miguel Díaz-Canel dice que Cuba avanza. Y sí, tiene razón. Acabo de aterrizar en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana, y no hay corriente. Avanzamos, Miguel Mario, hacia el abismo. Volví a la isla con tu optimismo, pero me lo quitaste en dos minutos. Aún así, bajé del avión contento. Nadie, absolutamente nadie, me iba a quitar la felicidad de abrazar a mis viejos, después de tres años sin verlos.
Un mes atrás, desde un departamento de Asunción, le mandaba un whatsapp a mi Jefe pidiéndole un mes de vacaciones. Saqué pasaje y empecé a preparar el viaje. Hice una lista con cosas para llevar, pero terminé rompiéndola. Me derrumbé a llorar. En una maleta de 23 kilogramos -equipaje permitido por la aerolínea- lo único que cabe es sufrimiento.
Esto de emigrar, es duro. No hay como estar en tu tierra, con los tuyos. Mi título de periodista solo me ha servido para fregar platos en una pizzería y escribir, cuando puedo, en El Vigía. Estoy contento, es bueno aclarar. Si estuviera en Cuba, mi suerte sería otra. Fregar me ha dado un sueldo, una estabilidad que no tenía en mi país.
Es por eso que ahora estoy sentado en el asiento 9C del vuelo 437 de Copa Airlines, mirando hacia la ventanilla y pensando en mis padres. ¿Cómo los encontraré? ¿Serán los mismos de hace tres años? ¿Qué tal estará mi Cuba?
“Damas y Caballeros, sean bienvenidos a La Habana”, anuncia el piloto. Después de mucho tiempo sin pisar tu patria, te pones nervioso. Dentro del aeropuerto, me demoré tres horas para salir. La escalera eléctrica no funciona, los maletines tardaron en llegar. Como llevaba cosas para declarar, la cola de la Aduana era inmensa. La luz se iba y venía. Un desastre.
No sé si ustedes lo han sentido, pero en la Terminal 3 del José Martí hay demasiado olor a viejo, como si estuviéramos viviendo en el año 1963. Salvo una propaganda del ron Havana Club -para eso sí son modernos-, todo lo demás es del año de la bomba. Hasta los uniformes remendados de los trabajadores lucen antiguos, cheos.
Un amigo me lo dijo. Verás a todo el mundo destruido, hasta los perros. Y efectivamente, mis padres ya no son los mismos. Aparentan más edad de la que tienen y hace tres años no estaban así. Los abracé mucho, lloré como nunca. Tres años fueron demasiado.
“Estamos vivos, hijo, lo demás es secundario”. Palabras de madre. Uno escucha esas cosas y le entra impotencia. Rabia. Hasta dan ganas de decir: abajo la dictadura, libertad para Cuba y sabrá Dios cuántas cosas más. Es duro lo que está pasando el cubano. Internet ayuda a tener una idea, pero debes estar allí para palpar la realidad. Es más fuerte.
Alquilamos un taxi hasta La Habana Vieja. Cinco mil pesos. Si te gusta bien, o si no, jódete. Nos montamos, al final estamos en un país donde solo tenemos una opción. Nada más arrancó el Chevrolet del año ´56, el chofer le dio play a Foto de Familia, justo en la parte donde dice: “…detrás de toda la nostalgia, de la mentira y la traición, detrás de toda la distancia, detrás de la separación. Detrás de todos los gobiernos, de las fronteras y la religión, hay una foto de familia, hay una foto de los dos”.
Llegas a tu casa y todo se está cayendo. Los vecinos viviendo en una miseria terrible. De cada diez personas que saludas, a nueve le faltan varios dientes. No sé por qué, quizás debe ser un código de la pobreza y no lo sabemos.
“¿A qué viniste, Oscarito? Trata de sacar a la familia y piérdete de aquí. Estos hijos de su buena madre no van a soltar el poder y nos van a hundir más en la desgracia”, me dijo Marta, la mejor amiga de mami, presidenta del CDR y directora municipal de una entidad gubernamental.
Uno queda frío. Si esta señora, dedicada en cuerpo y alma a la Revolución, es capaz de expresarse así, entonces te das cuenta que nadie cree en ellos. Si algo positivo me llevo de Cuba, es el despertar de su pueblo. Aunque tardemos en salir a la calle de nuevo, por el miedo, al menos ya no somos los adoctrinados de siempre.
Mi mamá sí conserva el miedo, ese patrimonio nacional. Ve Con Filo y a Humberto López. Dice que esos chamacos están escapa´o. Yo la miro, la abrazo. La verdadera alianza entre un hijo y una madre, se forja en la derrota. Mami me perdonó muchas cosas. Un día le robé 20 pesos para comprar una paloma mensajera y no pasó nada, más allá de dos chancletazos. ¿Por qué la voy a juzgar ahora? Si hay un culpable en todo esto, soy yo por no sacarla de Cuba.
Papi es diferente. Se pasa el día viendo a Otaola. Incluso, hasta le escribe aunque Otaola no le responde. Papi es Teniente Coronel retirado del Minint y no quiere saber de comunismo. Se cansó de adorar falsos dioses. Es por eso que todo lo que mi padre ama en mí, así como todo lo que yo amo en él, está revestido en la capa del triunfo. Es mi héroe.
Los días pasan volando. Casi debo virar a fregar montañas y montañas de platos. La tristeza me duró bastante; la felicidad fue algo fugaz. Ambos sustantivos se convierten en una crónica.
Ahora mismo lo que me dan ganas es de coger una AKM y matar a Cuba, pero es al revés. Cuba nos ha matado a todos y no lo sabemos.