(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- Hago pública la que debió ser mi columna dominical de humor para La Joven Cuba hoy, 23 de abril de 2023, con caricatura de Wimar, censurada por el director de la revista, Harold Cárdenas Lema, porque, según él, no se ajusta a su línea editorial.
Entre las consideraciones que se pretextan para la decisión resalta la «descalificación a proyectos e instituciones sobre las que preferimos hacer análisis políticos y no abordarlos como sátira», como si esta última no fuera tan legítima como cualquier otra al abordar temas políticos. Lo hago desde que en el lejano 1986 publicara mi primer cuento humorístico en la sección La Bobería de la revista Bohemia, dirigida por el Maestro Héctor Zumbado, padre, amigo, antologador y prologuista de mi primer libro: «Cincuenta cuentos de nuestro Era».
Con «descalificación a proyectos e instituciones» Harold hace referencia a Puentes de Amor y a la Seguridad del Estado. El primero resultaría para mí un proyecto loable y necesario si no existiera el reportaje que se dejó hacer Carlos Lazo para la Televisión Cubana sobre la historia de Ernudis Echeverría, joven que sufrió un accidente en Estados Unidos y Lazo se encargó de devolver a la patria, humano gesto si no hubiera aprovechado la oportunidad para el autobombo y para tirarse algunas de las más horrendas fotos que recuerdo, una de ellas un selfie en el avión como si se retratara ante el Puente de los Suspiros. Ese acto deleznable fue posible solo por la complacencia de los medios masivos de difusión. Ya sabemos quiénes los dirigen y orientan.
Agrego el acto demagógico de bajar las escalerillas de la nave aérea con el enfermo a cuestas, cámaras mediante, como si el protocolo médico no obligara a hacerlo en silla de ruedas, elevador y garantías para la protección del paciente.
En cuanto a la «institución» Seguridad del Estado, me ha quedado claro, por el proceder hacia mi persona desde el 27 de enero del presente año, de que no hay necesidad de descalificarla, ella sola lo hace.
El director de La Joven Cuba considera mi bronca con la Seguridad, la Policía Nacional Revolucionaria y otros órganos y organizaciones que de una u otra manera se han hecho cómplices del acoso a Jorge Fernández Era, como una «pelea de carácter personal». No fue lo que declaró o refrendó LJC cuando instó «a las autoridades cubanas a respetar la libertad de expresión y garantías políticas de todos los ciudadanos» y demandó la «liberación inmediata de Era». Con posterioridad a dicha publicación, que le agradecí personalmente, y ante su disposición a publicar en La Joven Cuba los detalles de lo sucedido en la Unidad de la PNR de Aguilera, le pedí replicara en la revista el texto «Circulado», que había escrito en mi perfil de Facebook. No lo hizo.
Con posterioridad a mi arbitraria detención del jueves 6 de abril se ha sucedido una cadena de acontecimientos que reafirman una coherente línea de acción de los órganos represivos. La Joven Cuba, con su silencio, se ha hecho también encubridora. Creánme que no he contado —lo haré en su debido momento— todas las bajezas con que los «heroicos» órganos del Minint me han ido para arriba.
La solución, según Harold, es reescribir el texto, a fin de eliminar las alusiones a Villa Marista y Puentes de Amor. Le expresé que no acepto cambiar una coma a «Contrato».
Como persiste la decisión de no publicar íntegramente el texto, renuncié desde ayer a mi condición de colaborador de La Joven Cuba, que se suma a decisiones similares de mis colegas y hermanos Alina Bárbara López Hernández, coordinadora, y José Manuel González Rubines, editor web, ambos miembros del Consejo Editorial.
Igual que expreso mi repudio a este acto inconsistente, expreso mi agradecimiento a Harold por la paciencia demostrada desde que publiqué mi primer cuento el 5 de febrero de 2021. Hasta la fecha, es justo decirlo, defendió a capa y espada mis textos, a pesar de que mi pensamiento, humor y mordacidad nunca han hecho concesiones al poder omnímodo al que van dirigidos.
Fue un honor compartir en las páginas de La Joven Cuba con los artículos de Alina, José Manuel, Mauricio De Miranda Arrondo, Ivette García González, Mario Juan Valdés Navia, Julio Antonio Fernández Estrada, Julio César Guanche, Gustavo Arcos Fernández-Britto, Teresa Diaz, René Fidel González García, Rodolfo Alpízar, Arturo Mesa, Alexei Padilla Herrera, Esther Suárez Durán, Alexander Hall, Raymar Aguado Hernández, el propio Harold y otros que en este minuto pudiera olvidar.
A mis lectores, tanto a los que me aplauden como a los que me detestan, muchas gracias. Desde hoy comparto mi humor en una nueva columna titulada «El Viejo Cubano».
CONTRATA
—Vengo a solicitar trabajo.
—¿Qué le hace suponer que aquí, en Villa Marista, hay plazas en convocatoria?
—Entró mucha gente en julio.
—Por méritos propios.
—Los tengo. Me suspendieron una peña titulada «Cerveza a perga y media». Detecté que un señor mayor pasó jaba en mano y libreta de desabastecimiento en la otra, como quien va rumbo a los mandados. Sacó constantemente su móvil, recibía o enviaba llamadas.
—Paranoia. ¿Por qué no pensar que llamaba al bodeguero para averiguar si entraron los cigarros?
—El día de mi detención había, en dos esquinas opuestas, sendas motos con dos parejas de civiles amelcochados. ¿Miembros de la ONG Puentes de Amor? ¿Tan marcada la influencia veneciana en nuestra cultura que han colocado junto a mi edificio «La esquina de los suspiros»?
—Lo de las motos me recuerda que me deben una Suzuki.
—Deme una razón para que la inversión millonaria del Minint se limite a la marca de motocicletas que los identifica.
—La represión, como la sociedad, es equitativa. No puedes asignar a un agente una Suzuki y a otro una motorina.
—Otra prueba de mi olfato investigativo: detecté que mi teléfono está tomado. Desde entonces, cuando agarro el auricular, doy los buenos días a los compañeros que me atienden y les pregunto por la familia.
—Pura transparencia. Hacemos ruido, el vigilado lo detecta, se abstiene de hablar de «la cosa», y se salva de que lo detengamos. Con ello ahorramos gasolina para pasear a la jeva, también somos seres humanos.
—Hasta puede pasar…
—¡¿Cómo dijo?!
—…una dama a la que le den un aventón.
—Vuelvo al principio. ¿Qué le hace pensar que será uno de los seleccionados?
—Vivo en Santos Suárez, a menos de tres kilómetros. Puedo venir a pie.
—Trabajar con nosotros significa compartir el camino.
—Ustedes me lo obstruyen. Lo que logran es llenarse de fango. Confían demasiado en la solidez de sus botas.
—¿Tiene algún precedente que lo avale para enfrentar las tareas de rigor… con rigor?
—En prescolar eché palante a un amiguito por llevar un chivo en la prueba de plastilina.
—No está mal. Una de las conquistas de nuestro sistema educativo en enseñarnos a denunciarlo todo.
—Y a todos.
—¿Sabe si a su compañero le sirvió la lección?
—Está pendiente de juicio por llevar un chivo deshuesado en una caja de plastilina. El animal se lo encargué yo.
—¿Y a usted no lo citaron a la Unidad?
—Sí, pero andan cortos de pulpa. El modelo que me dejaron con la suegra era una antigua citación para un desfile. Tenía tachado el «Todos» para colocar nombre y apellidos del citado, el «a la Plaza» para sustituirlo por «Unidad de Zapata y C» y «Primero de Mayo» por la fecha correspondiente. En dicha violación me basé para no presentarme.
—Seré llano: cuando el poder te llama y te cita, ¡debes ir!
—Un acto legal no admite papel reciclado.
—No ir es ya un gesto de hostilidad.
—¿«Hostilidad» tiene raíz semántica «hostal»? ¿Es eso Villa Marista?
—No puede negar que hay hoteles con nombres más horribles. Ninguno se da el lujo de no cobrar sus servicios.
—Pasar por la casona de la calle San Miguel cuesta caro.
—Es lo que se busca usted. Está metiendo la pata hasta la empuñadura.
—Ustedes la meten más. En Revolico me señalan como vendedor, a precio de ganga, de huevos, leche en polvo y pollo. No solo facilitan que Tales de Milecos, mi seudónimo, tenga más seguidores en Facebook, sino que me dan ideas. Pondré muy pronto un anuncio redactado por mí.
—¡No me diga que de arroz! Seré el primero en comprárselo. He pedido que la guardia de doce horas me la extiendan a setenta y dos. Mi mujer advierte que no puedo regresar a casa sin las diez libras para llegar a fin de mes.
—Mi comercial será diferente: «Ofrezco curso a combatientes abnegados e incapaces que no tienen en qué emplear su tiempo».
—No lo haga. Se ve que le sabe a la conspiradera. Déjeme el currículo, se lo pasaré al Departamento de Personal. Vuelva el lunes.
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