(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- Me permito parafrasear a Roa Bastos al hablar sin ambages sobre la sesión constitutiva de la X Legislatura de la Asamblea Nacional, esa que —dicen— es el órgano supremo del Estado cubano. No es que no estemos preparados para ver lo que vimos u oímos, pero esta vez se les fue la mano.
Minutos antes del comienzo, la televisión presentó imágenes de la apertura de las urnas y la muestra a cámara de su contenido impoluto, cual mago que enseña el sombrero para que constatemos que el conejo está en otra parte. El mamífero lagomorfo que no comemos habita en otro detalle de la trampa: ¿para qué la trasparencia, si la no trasparencia reside en la «elección» misma? ¿Es necesario disfrazar un resultado cantado desde que en las boletas el número de candidatos es idéntico a la cantidad de representantes a elegir?
Perdí la cuenta de las veces en que los diputados tomaron la palabra para hacer «una reverencia ante la candidatura propuesta». Fue tan precioso todo, tan organizado, tan tomando en cuenta los estratos sociales, las edades, las profesiones, que nos remitieron a un mal guion televisivo, ese que abunda en trasmisiones como la del miércoles 19 de abril, con olor a rancio, a eslóganes tercos y redundantes, a consignas vacías de contenido.
En la TV —me lo martillaron en la Facultad de Periodismo— hay que respetar la paciencia del que está del otro lado de la pantalla. Incluye esos diez minutos en que se estudió las candidaturas presentadas. Estaría bien si alguien abriga dudas de dónde poner la crucecita, pero si solo le das una opción, y el nombre y apellidos que tiene ante su vista aparece en los medios de difusión masiva veinticuatro veces por segundo, debías darle la oportunidad de emplear esos minutos en tomar un café a mañana y media, explayarse en el baño o venerar en el pasillo… la candidatura propuesta.
A mi esposa le he sugerido deje la versificación y se dedique a otra cosa, porque el taller literario de la Asamblea Nacional del Poder Popular le hace sombra. Lean si no a un diputado a quien la inspiración le llegó fuerte y recibió la aclamación de la concurrencia: «Es por eso que ahora mismo / se tendrán que decidir, / pues el camino a seguir / que les impone nuestra bandera / es combatir a quien quiera / nuestra patria mancillar / y desean disfrutar / de los bienes de mi Cuba. / Si tanta ayuda nos diste / y te pusiste a criticar, / si no nos importa tener esta tierra soberana, / si a esta patria cubana / no le puedes ser fiel, / pues márchate, porque Fidel / desprecia lo que tú amas».
En ese «día sísmico» que vivimos ayer, en que se expresó que «más fuerte que el cataclismo natural es el cataclismo social de un pueblo en Revolución», la verdadera hecatombe llegó con el discurso demagógico de «toma de posesión» del presidente, elegido por cuatro gatos y ratificado por cuatrocientos setenta diputados.
Sería lo de no terminar nunca comentar los fragmentos en que se devela como lo que es. Cito uno paradigmático: «Son los jóvenes de los mejores revolucionarios porque reconocen las dificultades diarias y se enfrentan a ellas y tratan de cambiarlas, y lo logran muchas veces, porque a pesar de la adversidad siguen sonriendo, amando y creyendo en la posibilidad de un país mejor, a pesar de que algunos los conviden a no participar, a destruir, a odiar. Entienden que para que un mundo mejor sea posible, hay que aceptar las diferencias del otro, ser inclusivos, abolir las discriminaciones de cualquier clase y comprender que la equidad es un valor de realización que merece cultivarse en cualquier sociedad. Lo demostraron defendiendo el Código de las Familias como algo propio y apoyando todas las batallas justas contra la exclusión y el acoso, porque son feministas, ambientalistas y antirracistas».
Usted, Díaz-Canel, que no es el «supremo» aunque se pinte como tal, ha dejado claro que en los cinco años que se avecinan gobernará solo para los que lo adulan. Si muchos jóvenes no levantan la mano para aprobarlo, no es porque «algunos los convidan a destruir, a odiar», sino porque perciben bien quiénes no aceptan diferencias, destruyen esta Isla y odian a los que los adversan. El presidente y quienes lo acompañan en el poder no son inclusivos ni tienen la voluntad de «abolir discriminaciones de cualquier clase». Las fomentan, y la segregación por motivos políticos se aplica con todo el rigor de la ley.
No repita cual disco rayado que los más de mil muchachos presos están en la cárcel por cometer actos vandálicos, esa es una de sus más recurrentes mentiras. Ahí está Luis Robles para demostrarlo. Cumple cinco años por portar un cartel en pleno bulevar habanero sin tirar una piedra, sin agredir a nadie. No sonríe, ama ni cree en la posibilidad de un país mejor. Paga la osadía de ejercer un derecho constitucional que ustedes quebrantan a diario. Y como Robles, otros jóvenes dejarán de serlo tras las rejas porque se les impusieron penas que muchos asesinos, violadores, corruptos y ladrones del erario público no han cumplido.
La mayor exclusión la practica el Gobierno. No escucha opiniones divergentes y realiza soporíferas reuniones que no resuelven nada. Fomenta la doble moral y el miedo a abrir la boca para expresar tres verdades. Institucionaliza el acoso, pone luz verde a los órganos represivos para que, impunemente, violen la Constitución y las leyes. Se lo dice alguien con conocimiento de causa.
Si respetara profundamente «el derecho de cada cual a expresar sus quejas», usted y sus acólitos se hubieran reunido ya con los incómodos, los «confundidos», los contestatarios e, incluso, los opositores. Son cubanos también, y se les cercenan sus derechos. El problema no radica en «elegir buenos entre buenos» tronchando los derechos de los «malos». La contrarrevolución la hacen ustedes atizando esas diferencias.
Si atendió bien al cierre del cónclave, habrá oído una frase de Martí que lo desnuda: «Los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan a pensar otros».
