Por Anette Espinosa
La Habana.- Helena, la jefa, me llamó para encargarme un análisis de lo que ocurriría en la Asamblea Nacional. Lo asumí con disciplina, pero hubiera querido pasarlo por alto, porque algo conozco del funcionamiento de esa institución, que he seguido en otras ocasiones, incluso desde las mismas tribunas del Palacio de las Convenciones, por gajes propios del oficio y mi anterior vínculo con los medios oficialistas.
Esta vez, lo admito, me preparé como nunca. Me hice un termo grande de café, del café de verdad y no del Hola que venden en la bodega, y que del referido grano tiene muy poco. Luego me tomé un Omeprazol y puse otros dos cerca, por si acaso. Y a los pocos minutos de sintonizar el Canal Caribe, me di cuenta de que había tenido ideas maravillosas, porque para aguantar la sesión había que tener un estómago especial.
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Humberto López de moderador es como para que a uno se le reviente un intestino. Su pedantería habitual, su voz despreciable, se conjugaron con otros no menos desagradables, como el flamante vicepresidente de la Unión de Periodistas, Jorge Legañoa, y Abdiel Bermúdez, quien se desgastó intentando obtener declaraciones interesantes de unos diputados que saben muy poco de qué van.
De la votación, de los votos casi unánimes para todos los candidatos al Consejo de Estado o a la presidencia de la Asamblea no voy a hablar. Es denigrante la facilidad con la cual los diputados marcan una boleta y le otorgan su confianza a alguien que no hizo nada anteriormente y que uno sabe que nada hará en el futuro.
Pena ajena me dio el intento de beso de la vicepresidenta de la Asamblea, Ana María Mari Machado a Lazo, acción cortada, por suerte, por el camarógrafo o el encargado de llevar la señal al aire. Pero más pena me dio el discurso cargado de incongruencias de Lazo. Y no solo de incongruencias, sino de una pésima conjugación de los tiempos verbales, omisiones de letras, problemas lamentables de dicción…
Lo peor, sin embargo, fue el llamado del presidente de la Asamblea a los nuevos diputados a prepararse, a asistir a los cursos que se les impartirán para que aprendan a ser representantes de sus diputaciones, lo cual terminará en adoctrinamiento total, y la muerte de las divergencias y las confrontaciones que podrían enriquecer debates, controles análisis. Con diputados así, el castrismo trabajará la ley que se le antoje, y luego la aprobará por unanimidad.
O aquel pedido a fiscalizar las producciones, a encaminar el trabajo para continuar avanzando, superándose, como si el país, de verdad, viniera de un camino de rosas, de un paseo triunfal, de una economía floreciente, y no de un pasado lamentable, de pobreza y de miseria.
También me dio pena ajena escuchar a los diputados que hablaron después de Lazo, mientras algunos se «estudiaban» las biografías poéticas de Miguel Díaz Canel y Salvador Valdés Mesa, para ser reelegidos como presidente y vicepresidente del país por otros cinco años.
Mientras escuchaba a la mujer que leía las biografías, pensé que estaba equivocado, que no se trataba de los hombres que no solo no pudieron frenar la crisis política, económica y social que vive Cuba, sino que la empujaron hacia abajo, con más vehemencia, como para hundirla de una vez y terminar con todo para siempre.
A mi me da pena tener esos diputados, esa Asamblea, el vicepresidente y el presidente. Me da pudor de que en otros lugares del mundo alguien, por internet, haya podido ver esa farsa total, la burla inescrupulosa, la tomadura de pelo de que somos objeto los cubanos.
Juro que no pude seguir. No tuve más remedio que tomarme el resto del café que me quedaba y otro Omeprazol, porque, entre la banalidad de los discursos y los aplausos tras cada palabra medianamente bien dicha, mi estómago no aguantó más y tuve que salir para el baño. (No esperé, por supuesto, al discurso de Yusuam Palacios, porque no me habría dado tiempo de llegar al lavabo)
