Por Jorge Sotero
La Habana.- Los últimos cinco años han sido los peores de la historia de Cuba. Ese quinquenio coincide con la estancia en el poder del más inepto de todos los presidentes que tuvo la isla desde que se independizó de España. En su defensa solo puedo decir que no fue el mandatario que más daño le hizo al país, sino sus dos antecesores directos, quienes le entregaron los restos de lo que un día fue una nación próspera y con una economía floreciente.
Su culpa está en su cobardía, su servilismo y la incapacidad para dar un golpe de timón y cambiarlo todo, en sentirse satisfecho con la herencia del poder, y en pensar que darle continuidad al desastre económico, social y político de Cuba le serviría. También en rodearse de incapaces o permitir que se los impusieran, como en el caso del control de la economía por parte de GAESA, un grupo subordinado a las Fuerzas Armadas y a la familia Castro.
De hecho, no hay un puesto importante en la jefatura de las FAR y el Minint que haya sido promovido por el Hombre de la Limonada, uno de los nombres que heredó por aquella frase ya famosa de que «la limonada es la base de todo», que le costó -y aún le cuesta- la burla de medio mundo y provocó la salida de escena de su periodista de cabecera, el defenestrado Boris Fuentes.
Canel ha terminado de enterrar a Cuba. Ha lanzado la última pala de tierra a lo que habían hecho antes el fallecido tirano Fidel Castro y su hermano Raúl, por casi 60 años. Bajo su mando se dispararon la escasez, la miseria, la violencia, los feminicidios, el precio de los productos, los accidentes y los que no lo son tantos. Incluso, podría decirse que el otrora regente del partido en las provincias de Villa Clara y Holguín ha tenido mala suerte en unos casos y ha pecado de inocente en otros.
Nada más asumir el poder se cayó un avión al salir del aeropuerto. Un avión rentado por una empresa de la dictadura, sin tener en cuenta que era un aparato viejo, que tenía prohibido volar a varios países, incluso a Haití. Poco después explotó el Hotel Saratoga, en otro supuesto accidente, que, como el del avión, pudo haberse evitado. Bastaba con cumplir las medidas elementales para estos casos.
A él se le levantó el pueblo el 11 de julio, antes de pronunciar aquello de que «la orden de combate está dada», y previo al encarcelamiento injusto de miles de personas por pensar diferente. Bajo su égida, o con su permiso o tolerancia, se realizó el reordenamiento que disparó la inflación y terminó por hundir en la pobreza a la inmensa mayoría del pueblo cubano. Y culpa suya fue el éxodo de cubanos por cualquier vía, al extremo de que más de medio millón se fueron del país en los últimos cinco años.
Incluso, de su autoría fue el pacto secreto con Daniel Ortega para que Nicaragua sirviera de trampolín a los migrantes camino a la frontera sur de Estados Unidos. Y durante su estancia en el poder ocurrió el incendio accidental de uno de los tanques de la terminal de super tanqueros de Matanzas, y también la muerte provocada de más de una decena de bomberos, muchos de ellos inexpertos reclutas del servicio militar, pero esto último no tuvo nada de accidente.
En cinco años los productos del agro desaparecieron, y sus precios se multiplicaron. Los apagones llegaron a límites insospechados, aunque en la capital se sintieron menos, por el terror del gobierno a otro levantamiento popular, del que todo el mundo coincide que podría ser el último, porque nadie regresará a la casa para dejarse apresar después y recibir largas condenas como escarmiento.
Desde 2018, el gobierno hizo más el ridículo que nunca. El presidente, los ministros y consejeros se convirtieron en carne de memes habituales para las redes sociales, el propio Díaz Canel quedó como un inepto en alguna cumbre internacional, como cuando el mandatario uruguayo lo destrozó delante de medio mundo. Y luego le puso la tapa al pomo cantando en aquella isla del Caribe.
En esos años, para no ser menos, la pandemia del covid llegó a Cuba y puso al descubierto las lagunas del que todos creían que era un sistema de salud eficiente. Los cubanos murieron por miles, algunos sin lugares donde ser atendidos, sin medicamentos, sin oxígeno. Aquello saturó todo, incluyendo los cementerios y el andamiaje paralelo, lo que obligó a utilizar fosas comunes y a cambiar féretros por bolsas para enterrar los cadáveres.
Un juicio en Londres en el que no pudo desprenderse de responsabilidad, aunque parece haber ganado tiempo, deudas con medio mundo, falta de combustibles para todo, menos para los autos de los dirigentes y los destinados a reprimir, y cada vez menos turistas, se suman a la larga lista de situaciones adversas que enfrentó y enfrenta el impuesto mandatario, un tipo ramplón del cual se burlan hasta en canciones.
Por si fuera poco, aquel onanismo que hizo público al decir que se podrían terminar una casa y media por municipio al día, para llegar a una cifra cercana a las necesidades en 10 años, le cagó la cara, como cuando miras hacia arriba, debajo de un cable donde hay posadas cientos de palomas.
Por otra parte, sus limitaciones oratorias lo convierten todo el tiempo en objeto de burlas. Sus posiciones lo hacen ridículo, sobre todo al insistir en lo de la resistencia creativa o en aquello de que somos continuidad, o en su sumisión total a Raúl Castro y su familia.
Su primer mandato de cinco años termina hoy. Y justo hoy comienza un segundo, que ojalá no llegue a su final, por el bien de Cuba y de un pueblo que muere lentamente por falta de todo: de medicinas, de alimentos, de condiciones mínimas para vivir, pero, sobre todo, por falta de sueños.