Por Jorge Sotero
La Habana.- El vice primer ministro Jorge Luis Tapia, insistió el domingo en Pinar del Río en la importancia de que Cuba consiga la soberanía alimentaria, una condición que ahora mismo parece imposible, no solo a corto sino a largo plazo, a pesar de que los gobernantes vuelvan una y otra vez sobre la misma cantaleta.
Según un despacho descafeinado de Prensa Latina, fechado en la más occidental de las provincias cubanas, casi seguro hecho porque el corresponsal en aquella provincia tenía que marcar la tarjeta y no se le ocurría nada más, el segundo de Manuel Marrero se refirió a la “atención a las bases productivas, la objetividad en la contratación (de las producciones, imagino) y el pago inmediato a los que labran la tierra” como los puntos fundamentales para que la producción de alimentos marche hacia adelante.
Desde el principio, al lector le asaltan las dudas, porque eso de atender las bases productivas es sumamente ambiguo, hasta para aquellos que pueden leer de maravillas entre líneas. Incluso, habrá quien no sepa lo que en realidad quiso decir Tapia, o que no supo reseñar el, o la, periodista en su despacho.
Esa atención, no explicada, no significa que el que produce tenga ropa y zapatos, un techo donde vivir, una lima para amolar un machete, botas de agua para cuando llueve, o los aperos elementales para trabajar la tierra. Puede que él ni haya pensado en eso, pero para mí, para conseguir una hipotética soberanía alimentaria, hay que ir más allá, mucho más allá, y equiparar al productor cubano, al que trabaja la tierra, porque a eso nos referimos, con sus similares en el mundo.
Con pequeñas parcelas de tierra explotadas por campesinos individuales es poco probable que eso se consiga. Hay que permitirles a los hombres del campo tener grandes extensiones, plantaciones sin límites de tamaño que permitan pensar más allá del sustento familiar, para que haya grandes excedentes y eso se pueda comercializar en todo el país.
Los dueños de las tierras no la pueden trabajar con bueyes o caballos, como se hacía hace un siglo en el mundo y que en Cuba sigue siendo habitual, sino con tecnología moderna, traducido en sistemas de riego de última generación, tractores, cosechadoras, equipos que humanicen el trabajo y permitan conseguir alta productividad.
Y hay que permitirles a otras personas que se dediquen a importar semillas y otros insumos, como los fertilizantes, y no dejarlo todo a la habilidad del hombre del campo para guardar la simiente de una cosecha a la otra.
Al mismo tiempo, si nos referimos a la producción de carne, es necesario que haya piensos, que los productores puedan tener cuantas cabezas de ganado quieran, que tengan potestades sobre la tierra y las producciones, y sobre el destino de ellas. Mientras los potreros que controla el Estado estén llenos de marabú y las vacas no tengan donde pastar, no habrá carne de res. Y no habrá de cerdo mientras no haya piensos, y no se les permita a los productores el acceso a todo lo que necesitan para levantar sus negocios.
En las condiciones actuales ninguna de esas cosas es posible, porque no hay donde comprar un tractor, y si lo venden, hay que pagarlo como si fuera un Mercedes Benz de lujo, con precios que sobrepasan los 30 mil dólares por unidad, mientras en el mundo se compran hasta por cinco y seis veces menos. Tampoco hay turbinas ni tubos para riego, ni hay piensos ni cómo hacerse de una vaquería mecanizada, incluso, si la tienes, puede que no funcione porque no haya electricidad.
El combustible para la agricultura, que muchos países del mundo subsidian, solo lo tiene un grupo de agricultores del sur de La Habana, de los municipios de Güira de Melena, Batabanó, Alquizar y Melena del Sur, o cosechadores de tabaco de Pinar del Río. El resto de los trabajadores de la tierra lo ‘resuelven’ en el mercado negro, comprándolo a rastreros, choferes de ómnibus, o a los que conducen las locomotoras. Así ha sido siempre y así sigue siendo.
Volviendo a las palabras del vice primer ministro, este insiste en la necesidad de “concertar precios y combatir la impunidad de quienes asfixian al pueblo”, que traducido a buen cubano quiere decir que hay que combatir al que ellos llaman intermediario, y que no es más que un comerciante, que se dedica a hacer lo que no puede el que produce: vender de manera minorista el fruto del trabajo de otro. Este comerciante, tan antiguo en la humanidad como su propio origen, es una especie a la que le han enfocado los cañones en Cuba, porque el gobierno quiere que sean sus empresas de Acopio las únicas que tengan acceso a comprar y a vender.
Los cubanos que alguna vez hemos puesto un pie fuera de la isla sabemos que en ningún otro lugar del mundo se venden las producciones del campo con tan mala calidad, tan sucias y tan deterioradas. También sabemos que la leche que vende el Estado, que es la única legal, no cumple con ninguna de las medidas de higiene que necesita. Y el que sabe del proceso, no tiene más remedio que admitir adulteraciones de todo tipo, incluso en su traslado y almacenamiento, sin decir que, desde el productor hasta el último puesto de la escala de ventas, la bautizan con agua. Por eso no suele hervir y salirse del recipiente.
Por último, Tapia dice que hay que pagarle al productor al momento. Y lo dice unos días después de que trascendieran demoras de hasta tres años en pagar producciones a campesinos de varias provincias. Y esas demoras no corresponden a los llamados revendedores, sino a deudas del gobierno, cuyas empresas son ineficientes, están cargadas de deudas y no tienen ni para pagarle a los trabajadores, en todo un entramado diabólico que ha provocado la escasez más grande de la historia del país.
La culpa del hambre que hay en Cuba -porque hay hambre y una escasez enorme de productos del campo- la tiene el gobierno. La tiene el presente y aquel que hizo las reformas agrarias al final de la década del 50 del pasado siglo, que es el mismo, incluso con el mismo apellido. Ese gobierno acabó con todo, lo violentó todo, quiso cooperativizar las tierras al más puro estilo soviético, y cuando aquellos se dieron cuenta de que estaban en un error y rectificaron, los Castro, la familia más sanguinaria de la historia de Cuba y de la cabeza más dura, se negaron a hacerlo. Y el pueblo comenzó a pagar. Y ahora mismo lo paga con hambre.
Sin embargo, los gobernantes, entre los que se incluye al tal Tapia, van por ahí culpando al bloqueo, a supuestas crisis en el mundo, que pueden ser verdaderas o no, para la falta de combustibles y lubricantes, cuando sus mejores aliados, los rusos, tienen ambas cosas por cantidades sin encontrar a quién venderles. ¿Por qué Cuba no le compra a Moscú todas esas cosas? La respuesta es fácil: porque las arcas gubernamentales están vacías, como consecuencia de la improductividad, y las deudas enormes impiden que alguien les dé un crédito.
Están vacías porque el castrismo ha sido el error más grande Cuba desde que el 28 de octubre de 1492 llegó Cristóbal Colón. Así de sencillo.