Quien tenga ojos vea…

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(Tomado del muro de Facebook de Eduardo González Rodríguez)
Santa Clara.- Una tarde de 2006, después de terminar dos turnos de clases, la profesora guía del grupo (un grupo de tercer año) me preguntó si podía quedarme y presenciar una reunión en la cual iban a tratar un asunto urgente y de mucha importancia. Le dije que sí. Todavía lo lamento.
Recuerdo que, además de la profesora guía, asistieron dos profesores -invitados igual- y una persona que ostentaba una alta responsabilidad en la institución. Para abreviar, con una solemnidad aterradora le pidieron a una alumna que se parara frente al grupo y ella lo hizo con la cabeza gacha y apretujándose las manos. Se detuvo a un metro de la pizarra y cuando se volvió para mirar a sus compañeros, imaginé que había cometido un delito gravísimo porque tenía en los ojos el mismo temor de un condenado a muerte. La profesora guía leyó el informe que contenía la indisciplina de la muchacha: se había fugado de la escuela y faltó a un turno de clases. ¿Por qué? Porque quería comerse una pizza. Confieso que me pareció algo simple. No entendí lo de la invitación urgente para un asunto que se habría resuelto en una charla de cátedra en menos de veinte minutos, pero… le habían preparado una emboscada.
La profesora guía quería saber qué opinión tenían los demás alumnos sobre la actitud de la estudiante. “Nosotros no queremos tomar ninguna medida sin consultarlo con ustedes que son sus compañeros. Por eso necesitamos escuchar lo que tienen que decir”.
Los muchachos dudaron al principio, pero cuando se enteraron de que sus nombres y opiniones quedarían registrados en el informe de la reunión y que serviría para avalar sus actitudes frente a lo mal hecho -cosa que era tan importante como el rendimiento académico- comenzaron a ponerse de pie. Primero hablaron con timidez, pero en la medida que el globo de las opiniones, los consejos y los reproches fue creciendo, aquello se convirtió en una catarsis espantosa. Y digo que era espantoso porque conocía perfectamente a los muchachos del aula. Todos, absolutamente todos, se fugaban de la escuela para comprar pizzas y cigarros. A veces hasta alcohol.
Cuando terminaron de hablar los alumnos y los profesores comenzaron el resumen, me puse de pie y abracé a la muchacha. Estaba bañada en lágrimas, sudorosa y con temblores. Al final, la guía me indicó que solo faltaba yo por hablar. Tuve deseos de decir que no, que ya se había dicho suficiente, pero igual pensé que la muchacha no merecía mi silencio. Y le hablé a ella, le pedí que dejara de llorar y que mirara al grupo. “Tú sabes, igual que lo saben los profesores aquí presentes, que todos ellos también se fugan. Sabes, además, que incluso estando dentro de la escuela, no vienen a clases. Puedes estar segura que ninguno es mejor que tú. Lo que ocurre es que a ti te sorprendieron y había que dar el ejemplo. Lo positivo de esta situación -porque siempre hay algo positivo- es que ya viste por primera vez lo que es una masacre.”
Después le hablé al grupo, les dije que ellos suponían que tenían la razón porque eran mayoría, pero que hay compromisos éticos que están por encima de cualquier razón aparente; que a los amigos se les reprende en privado y se les agasaja en público. ¿Cómo no se les ocurrió en privado llamar la atención de la compañera de aula y delante de los profesores se atrevieron a decir que ella era “un mal ejemplo”? Les expliqué con mucha decencia a los profesores que estaban allí, que habíamos perdido un tiempo precioso. Al final de la reunión -dos horas de reunión- no había ganadores. Todos éramos perdedores porque había perdido la ética. Les recomendé leer a Makarenko y les confesé que sentía mucha vergüenza. Todavía, escribiendo esto, siento vergüenza.
La muchacha se llama Aracelis. No expongo el nombre de los demás por eso, por un elemental sentido de la ética. No está bien, nunca estará bien, llenarnos de valor y atacar en público a alguien al que se le puede reprender de frente y en privado.
Y perdonen que me haya extendido. No sé si en el futuro sea mejor compartir memes para reírnos o guardar silencio. Nos estamos dividiendo poco a poco. Nos estamos equivocando en cosas tan elementales que dan pena. Recuerden siempre que nada dividido tiene fuerza; nada dividido permanece. Un abrazo grande para todos.

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