Por Fernando Clavero
La Habana.- Mi pasión por el béisbol es tan grande que me resisto a pensar que no se puedan hacer las cosas mejor en la Serie Nacional, con la intención de que el espectáculo sea de verdad y no un despropósito en todos los sentidos, desde la organización hasta el juego, sin olvidar a los narradores.
En las últimas semanas me tomé el trabajo de encuestar -a mí manera, sin tomar en cuenta todos esos procedimientos científicos para los sondeos- a fanáticos, especialistas y protagonistas, entre ellos jugadores, árbitros y directivos de algunos equipos, para saber qué piensan sobre el torneo que recién arranca, y los resultados se explican por sí solos.
La mayoría de los cubanos, que siguen cada vez más las Grandes Ligas, no dejan de comparar la lid cubana con la mejor del mundo, y aunque algunos creen que la comparación siempre dejará en desventaja a la cubana, por razones obvias, otros piensan que hay que tomarla como ejemplo y no solo para la manera de jugar o de dirigir.
Uno de los habituales cronistas la toma con lo que se ve en el campo: “todos los estadios de Grandes Ligas exhiben una condición impecable: césped exquisito, campo parejo y siempre recién mojado, paredes pintadas, gradas preciosas. Cuando un jugador se desliza en una base, jamás se levanta polvo. En Cuba sucede todo lo contrario: el césped da lástima, la calidad de los terrenos más, y los estadios solo se mojan cuando llueve”.
Cuando le pregunté a un árbitro sobre la zona de strike y lo amplia que parece a veces, me respondió tajante que “dependerá siempre de la calidad de la liga. En Grandes Ligas es casi perfecta, porque se juega al máximo nivel, pero si nosotros cantamos la zona, con las restricciones de las Grandes Ligas, puede haber cerca de 15 bases por bolas por partido”.
Un asistente de uno de los directores de equipo se queja de los problemas para que los jugadores salgan limpios al terreno. “no me puedes comparar con las Grandes Ligas. En aquella pelota los jugadores tienen dos uniformes nuevos para cada juego en el clubhouse. Esos no se usan más. Y tienen hasta siete variantes de uniformes para una temporada. Acá solo hay dos, y muchas veces no encuentras dónde lavarlos. ¿Qué más te puedo decir?
Los peloteros también se lamentan, y más de uno de los entrevistados se queja de todo, incluso de la escasa motivación que tienen, de la alimentación, de las condiciones para entrenar, y hasta de las transmisiones de los medios, con comentaristas que, según sus palabras, denotan poco conocimiento de lo que ocurre en los terrenos.
E insisten en algo: jugar de día es tremendo. No hablan de jugar un domingo a las seis de la tarde, aún con el sol fuera, sino de hacerlo a la una de la tarde, en terrenos que parecen el Sahara, sin césped, sin que jamás los rieguen, entre nubes de polvo y con un infield en el que la pelota salta más que un conejo, en lugar de rodar naturalmente, como sucede en otros torneos.
Los cubanos todos comparan la pelota cubana con las Grandes Ligas, y algunos advierten que prefieren ver un partido de los que entra por el llamado ‘paquete’, con dos días de atraso, que sentarse a ver uno de la Serie Nacional, un torneo que cada vez cae más. Estas palabras de un jugador lo dicen todo. “Prefiero ver un juego de los Yankees con una semana de atraso que el del rival de turno acá: los estadios son un desastre, y a veces no hay quien aguante la peste a orine, lo que dan para comer o merendar no se lo comen ni los perros. El polvo en los campos tiene a muchos con problemas de garganta, y encima de eso tienes que soportar a los narradores. No, no hay comparación ni la habrá jamás: lo de Grandes Ligas sigue siendo béisbol de altura, lo nuestro solo mala pelota de manigua”.
Aún así, siempre hay quien encuentra motivos para justificar los viejos problemas del béisbol en Cuba. Un directivo, por ejemplo, me dijo que no se pueden regar los estadios para que el césped se mantenga verde porque no hay dónde comprar mangueras ni surtidores, todo eso por culpa del bloqueo -el supuesto de Estados Unidos contra el gobierno de la isla, y causa, supuesta también, de todos los males del país.
Esa es la misma justificación para la falta de tierra en los diamantes, para los estadios sin pintar, para los malos olores en los clubhouse y las pésimas condiciones de alimentación. Incluso, me dijo, que por el bloqueo se han marchado cientos de buenos jugadores en casi tres décadas.
Mientras estas posiciones sean las que perduren, nada cambiará en el béisbol cubano, sobre todo porque los que dirigen consideran a la Serie Nacional como un torneo para ver jugadores de cara a las selecciones nacionales, para asegurarse viajes futuros, sin tener en cuenta que tendrían que poner, por encima de todo, la satisfacción de los aficionados.
A personajes como estos les importa un comino que se juegue sin personas en las gradas, sin que los juegos se transmitan, o que la televisión sea un desastre en las transmisiones. Solo les interesa que haya peloteros para jugar contra cualquiera en el exterior, alguno que otro que contratar en Japón y poco más. Por eso, el béisbol se muere en Cuba, aunque algunos pensemos que con los que están en Grandes Ligas se tapa todo. Y no es así: ya no salen peloteros con la abundancia de antes.