Por Anette Espinosa
La Habana.- Los musulmanes del mundo celebran este año el Ramadán desde el 22 de marzo hasta el 21 de abril y a la agencia Prensa Latina se le ocurre un artículo para demostrar que en Cuba también hay personas que dedican ese tiempo a la meditación, la oración y sobre todo al ayuno.
Hay musulmanes en Cuba, claro, y es justo y lógico que oren y mediten, pero lo que más fácil pueden hacer es ayunar, porque en la isla la mayoría de las personas vive largos ayunos, pero no los voluntarios, sino los obligados por la situación económica, el desabastecimiento de los mercados, y una inflación galopante que ha sumido en la extrema pobreza a la mayoría inmensa de la población.
El artículo de la agencia oficialista aclara que en Cuba predominan la fe yoruba y la religión cristiana, aunque advierte que no son las únicas, y recuerda que los practicantes del islam ayunan desde el amanecer hasta el anochecer durante el llamado Mes del Corán, en relación al momento en que el profeta Mahoma tuvo sus primeras revelaciones sobre el libro sagrado.
No me voy a adentrar en las peculiaridades del Ramadán y el ayuno obligatorio que tienen que hacer todas los practicantes con capacidad para hacerlo, sino en el trabajo que pasan los cubanos para alimentarse, por la escasez total de productos y los precios de los que se pueden comprar.
En Cuba escasea la harina de trigo. La que entra al país la destinan en su inmensa mayoría a las panaderías, de donde sale el que es sin discusión de ningún tipo el peor pan del mundo, de peores olores y calidad, aunque todos lo compran, porque es la única forma de contar con algo para desayunar, incluso para la única comida del día.
Un mísero pan, a veces con olor a cucarachas, es lo único que pueden desayunar algunas personas en un país donde hacer dos comidas al día es una odisea, porque no hay forma de encontrar huevos, arroz, otros cereales, legumbres, vegetales y mucho menos carnes.
Tampoco hay aceite, ni se venden por ninguna parte productos enlatados, y la leche es solo para los niños de hasta siete años de edad y de tan mala calidad que muchos progenitores prefieren no dársela a sus pequeños. La leche en polvo que vende el gobierno suelen mezclarla en las bodegas con harina de trigo o maicena para aumentarle el volumen y la que se oferta en el interior, directamente de las vaquerías de los campesinos que aún sobreviven, la mayor parte de las veces no hierve, por la cantidad de agua que le echan.
Una libra de arroz en Cuba vale 200 pesos, una décima parte de la pensión de un jubilado, y una de carne de cerdo el doble. Los huevos andan por 60 pesos la unidad, y un litro de aceite de la peor calidad puede sobrepasar los mil pesos.
Tampoco hay pescado en Cuba, a pesar de que el impuesto presidente dijo hace poco más de un mes que era imposible de entender, pero la culpa es del gobierno, que no le preocupa el hambre del pueblo y tampoco ofrece vías para que las personas pesquen y vendan el fruto de sus capturas. Para colmo, en las últimas semanas, los inspectores de costa arreciaron su patrullaje y decomiso a los supuestos pescadores ilegales, alrededor de la capital, sobre todo.
Desde que los Castro tomaron el poder en 1959, en Cuba comenzaron a escasear los alimentos y los productos de primera necesidad, pero la situación, que se había agravado en la última década del siglo pasado, terminó de estallar con el llevado y traído reordenamiento y la crisis generada por el coronavirus, aunque el gobierno y sus voceros se aferren en decir que la culpa la tiene el bloqueo de Estados Unidos, un país, por cierto, que le vende la casi totalidad del pollo que consumen los cubanos.
Plagado de deudas, de las cuales no pueden pagar ni los intereses, Cuba mendiga donaciones por medio mundo sin que el castrocomunismo le abra las puertas al mercado, a la inversión extranjera o libere la tenencia de tierras para aumentar la producción. Todo lo contrario: cada día establece controles más férreos, manda más inspectores a las calles y establece normas más absurdas para terminar de matar de hambre a los cubanos que quedan en la isla, que son los mismos que viven en un eterno Ramadán.