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(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- El domingo 26 salí a la calle con un entusiasmo desbordado. Se me brindaba la posibilidad que no tenía desde hace años: asistir a una peña de rock del grupo los Kent en los jardines del teatro Mella. En el recorrido desde Santos Suárez hasta el Vedado, hecho a pie porque me gusta quemar calorías a pesar de que este año el transporte será robusto, pasé por unos cuantos colegios electorales. Eran las dos de la tarde, había oído en la televisión el parte del mediodía de nuestras flamantes elecciones generales que anunciaba la asistencia a las urnas, hasta las once de la mañana, del cuarenta por ciento de los electores.
El panorama de esos sitios era idéntico: los niños custodios de urnas cogían un diez y hacían de las suyas, los mayores fumaban afuera o se ponían al tanto a través del celular e Internet de lo bien que marchaba la cosa, y el cansancio hacía mella en algún que otro miembro de la mesa. Solo los murales delataban que aquellos eran los templos primarios de un acontecimiento que removió a la nación en los últimos meses. No intuí que, en el resto del día y antes de las siete, acudirían en masa a ejercer su derecho al voto —quién quita que por la puerta de atrás— los más de tres millones de ciudadanos a los que se les habían pegado las sábanas en esa jornada de victoria.
Busqué en los medios la noticia que diera cuenta de la asistencia en hilo dental de una federada a un colegio de Guanabo ante la imposibilidad de subirse en una 400 rumbo a Centro Habana. Hubiera sido la única forma de superar la originalidad de la muchacha que en Ciego de Ávila acudió a votar enfundada en su traje de novia. La pobre, nadie le avisó que los colegios abrían temprano. La peluquera, la pintadera de uñas, el acicalamiento de las cejas y la untadera de perfume le robaron el tiempo de la cita con el futuro —el de la patria, no el de su matrimonio— y la obligaron a marcar la cruz a expensas de impregnar de polvo su inmaculada blancura.
A esta curiosidad de hondo contenido patriótico se refirió Con Filo ayer, y por suerte no rasgaron la costura de la manipulación mediática del traje de la novia. Eso sí, mencionaron que se había convertido en «el chiste del día en los medios de derecha». La izquierda no está para bromas ante el acto serio y responsable de votar por todos.
Marcar esa casilla descomunal colocada en la boleta para ahorrarnos el cansino procedimiento de leer los nombres de los candidatos, marcó el enfrentamiento entre las tendencias que pugnaron en esos comicios no «convicios», en las elecciones más democráticas desde que el hombre tuvo que elegir entre la cueva y el enfrentamiento al mamut. Votar «con calidad» era el llamado puesto en boca de dirigentes, periodistas, repelladores de paredes y niños de primaria en los que había calado fuerte la necesidad de no confundirnos a «la hora de la cruz» si queríamos cooperar con la unidad de la nación. Los chamas son un encanto: dejan los juegos a un lado, portan carteles con la convicción profunda de lo que espera de ellos la Revolución, se les ve hablar en el noticiero con una locuacidad sin par y parten el domingo temprano, como dijo una reportera, «a cumplir con su deber de pioneros».
El país —tan jodido que transforma en noticia diez triciclos por la calle Línea— olvida las miserias y gasta buena parte de sus recursos —el importe no importa, pagamos todos— en spots, videoclips, afiches en cuatricomía, vallas, marchas, sillas plásticas, audios que no aparecen para la recreación y encuentros de rigor de los diputados ya diputados con el pueblo, con los consiguientes receso de la producción de los trabajadores implicados, combustible a chorros, comida abundante y hospedaje en hoteles y casas de visita. La gente es del cará: proponen para la mitad del Parlamento a pueblerinos que no viven en el municipio, es que el barrio no cuenta con ciudadanos capaces de representarlos. Entre los candidatos no candidatos encuentras a ministros, dirigentes de organizaciones políticas y de masas de diferentes instancias, gobernadores e intendentes, primeros secretarios municipales y provinciales de ese Partido que no postula, y al presidente, por qué no. Tendrán que hacerse el harakiri entre ellos mismos a la hora de rendir cuenta, porque en una sociedad donde todos participamos en la conducción de nuestro destino, no puede ser freno que en la Asamblea Nacional sean juez y parte.
Pedro Jorge Velázquez, periodista espirituano y espiritual que se hace llamar El Necio en un ejercicio autocrítico impecable, publica en su perfil un video donde apunta: «Uno de los mitos sobre la elección cubana es que el pueblo nunca puede elegir al presidente, pero justamente hoy el presidente cubano, Miguel Díaz Canel, está en una de las boletas por su municipio Santa Clara. Les toca a sus votantes, a sus electores, decidir si lo eligen diputado a la Asamblea Nacional, algo que es clave para permanecer en el cargo de presidente de la República».
Solo en Cuba se da la circunstancia de que el máximo representante del poder —bueno, eso dicen— arriesgue ante unos pocos cientos de electores la posibilidad de seguir encumbrando su mandato con un sistema de gobierno basado en ciencia e innovación. Porque eso es ciencia e innovación, que a nadie le quepan dudas. Imagino a Miguel haciendo su cola para votar —la misma cola en taquilla cuando asiste a conciertos o acontecimientos deportivos— con la incertidumbre de si amanecerá con la noticia del regreso intempestivo a su terruño.
El presidente —ese que está y estará ahí porque lo elegimos y lo ratificaremos en su cargo— ha dicho en unos de sus tuits: «En cuanto a quienes nos desconocen y nos adversan, quienes subestiman e irrespetan la fuerza de este pueblo, cubanamente les repito: nos resbalan sus criterios». Duerman tranquilos los más de dos millones de compatriotas que no asistieron a las urnas, se abstuvieron o anularon sus votos, y aun aquellos que componen la diáspora y les fue imposible su asistencia por problemas de transporte: el resbalón de Díaz-Canel no indica la segregación de ese porciento de la ciudadanía al que también se debe. Para nada el primer secretario del Partido ha proclamado que no los quiere, no los necesita.

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