El castrismo miente una vez más

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Los votos de cada uno de los cubanos deberían estar visibles en algún lugar, en algún sitio web, para que el mundo sepa qué pasó en realidad en la farsa electoral de este domingo en la isla, sin tener que aguantar que te digan que el 75.92 por ciento de los cubanos acudió a las urnas y que el 72.10 por ciento votó por todos los candidatos.
Es mentira. Es una soberana mentira, que no se la va a creer nadie, pero que tampoco nadie podrá probar, porque las boletas, marcadas con lápiz -que casualidad que en Cuba se usa marcar con lápiz- ya sufrieron las transformaciones necesarias. Y de eso no tengo la menor duda.
En Cuba no hay observadores y si algún periodista independiente o alguno de esos valientes que no comulga con la dictadura, intenta hacerlo, se lo llevan preso o no lo dejan salir de su casa, como pasa habitualmente en un país donde las libertades políticas y de elección están restringidas al mínimo posible.

Ni Díaz Canel ni Raúl Castro se creen lo que dice el aparato de propaganda más eficiente que el mundo ha conocido desde el de la Alemania nazi. Solo hay que caminar por La Habana y escuchar a la gente para darse cuenta de que es imposible que el 75.92 por ciento haya acudido a las urnas, o que el 72.10 lo haya hecho por todos los involucrados.
Solo alguien que no vaya a una cola de detergente o boniato, que no suba jamás a un ómnibus, si es que pasa alguno, o que no tenga que ir a un hospital, es capaz de aparecerse con soberana mentira. Esos datos solo se los creen los lamebotas de la familia Castro, que cada vez son menos.
Como yo, hay muchas personas en el mundo que tampoco se lo creen. Mucha gente honesta que sabe que todo es una farsa, montada, con boletas marcadas de antemano, porque el cubano desprecia todo lo que tiene que ver con el gobierno corrupto que intenta imponer sus reglas de juego. Y ojalá tuviera la libertad para decir los nombres de quienes me advirtieron de las presiones para que los trabajadores vayan a votar, y también los estudiantes.
Pero un día todo se conocerá, como se conoció durante la última votación del The Best, el premio al mejor futbolista del mundo en el año, que los encargados de contabilizar los votos manipularon el proceso. Algunos capitanes dicen que no votaron y la FIFA se arrojó el derecho de hacerlo por ellos. En Cuba es similar, de lo contrario cómo se explican las colas enormes para sacar pasaporte de todo el que puede emigrar, el que cree que puede, y hasta el que sueña con eso, que es a inmensa mayoría.
No hay correspondencia entre el malestar del pueblo y lo que dicen los resultados, por más que sabemos de la doble moral de la gente en un sistema marcado por dirigentes con dos caras, un mal que contagia a todos. Si el que manda tiene doble moral, también puedo tenerla yo, aunque en las votaciones sucedieron otras cosas que, repito, nunca se sabrán.
Al final, los analistas y la opinión pública mundial no lo creerán, como tampoco creen en los altísimos indicadores conseguidos elección tras elección por Aleksander Lukashenko en Bielorrusia, o por aquellos indicadores favorables de récord que logró Nicolae Ceausescu en Rumanía unos días antes de que fuera pasado por las armas, para ponerle fin a uno de los últimos bastiones del comunismo europeo.

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