Por Fernando Clavero
La Habana.- Algunos ya olvidaron el sonado revés de Cuba ante Estados Unidos en el loanDepot Park de Miami, por las semifinales del V Clásico Mundial de Béisbol. Esos saben que es deporte, que no se trata de algo de vida o muerte, por más que algunos medios y las redes sociales quisieran calentar una supuesta rivalidad.
No, señores, no hay rivalidad alguna entre las selecciones de Cuba y Estados Unidos. Hubo presión a los peloteros cubanos, a los cuales los fueron a ver al Latinoamericano, durante los entrenamientos, todos esos dirigentes de segunda categoría que hay en Cuba, para intentar meterles en la sangre mensajes patrioteros, pero no había nada más en ese partido, dentro del terreno, quiero decir.
No hay rivalidad, como no la hay entre un león y un mono, porque el mono, normalmente, no tiene nada que ver con la dieta del felino, y no representa un peligro para este. No comparten terrenos ni costumbres, ni necesitan de una victoria para vivir.
Rivalidad hay entre River Plate y Boca Juniors en el fútbol argentino, o entre Real Madrid y Barcelona en el de España. Lo demás es pasajero, incluyendo lo que ocurrió en el Cuba versus Estados Unidos, un partido en el cual los norteamericanos dejaron claro que están a años luz de la selección que presentó Cuba, algo que todo el mundo sabe desde hace tiempo y que el Clásico acaba de reafirmar.
Cuba, por esas cosas del deporte, llegó milagrosamente a las semifinales. Parecía eliminado desde el segundo partido del torneo, y sus jugadores habían perdido la moral del juego y salieron cabizbajos del International Stadium de Taichung. Luego aprovecharon esa segunda oportunidad y lograron plantarse en Miami, aunque sin otras pretensiones. Todo eso trajo revuelo y el equipo Cuba, de pronto, dejó de llamarse así y se convirtió en el Team Asere.
El nombre prendió y se politizó al extremo a ambos lados del estrecho de la Florida. Ambas partes intentaron sacar partido y lo consiguieron, de acuerdo a sus planes y posiciones, claro está. Hasta que el Team Asere perdió, como estaba previsto, y Granma publicó un artículo que había encargado previamente y que ya tenían en sus manos, exculpando a los jugadores por el revés, que ya no era sino una sonada victoria.
Hubo cosas en el estadio de Miami, aunque los organizadores intentaron controlarlo todo, hasta lo de impedir la entrada a las gradas con carteles alusivos al mandatario cubano o consignas de cualquier tipo. Incluso, cuando alguien se tiró al terreno, la producción pata la televisión lo ocultó para que no se viera en Cuba, donde más de uno esperó con ansiedad por esas acciones.
Más allá de esas cosas, casi todo fue béisbol. Jugado a un altísimo nivel por un lado, el de Estados Unidos, claro, y al límite del talento por el otro, en el caso de Cuba, porque con las herramientas que tenía no podía aspirar a más. Pero la historia no ha terminado, porque en Cuba seguirán sacando lascas a eso de Team Asere, al equipo Cuba, a la presencia de jugadores profesionales en las filas de la escuadra nacional, y a las acciones ocurridas en el estadio de Miami.
En los próximos días veremos actos en varios lugares, recibimientos en los pueblos donde aún viven algunos de esos jugadores, los que quedan en Cuba. Incluso hasta puede que les entreguen regaderas, como hicieron un día con Carlos Tabares. Y es posible que hasta les envíen las que les tocan a Yoan Moncada y Luis Robert, porque así de ridículos suelen ser los que dirigen en Cuba.
Por lo demás, Cuba no es la cuarta potencia del béisbol mundial. Está lejos de ese puesto. Y no seré yo quien juzgue a los peloteros por jugar con el uniforme nacional, aunque me hubiera gustado ver a alguno pronunciarse sobre la situación en el país. Lastimosamente, desaprovecharon esa oportunidad, evadieron las preguntas o apelaron al silencio.