Por Pablo de Jesús
Florida, EE.UU.-Lo confieso, a mí los triunfos o derrotas del Cuba Frankestein en el Clásico Mundial de béisbol me dejan indiferente. Ese equipo no me representa como cubano libre, más allá de que amo ese deporte y de que por muchos años viví de él, para él, y por él.
Como periodista deportivo que fui por casi cinco décadas, la mitad en la isla y la otra mitad en este exilio, siempre traté de que el nacionalismo y la bandera no me empañara la objetividad. Cuando el Duque Hernández lanzaba por los Industriales o luego con los Yanques de New York, no me alegraba como industrialista o yanquista, sino por el privilegio de haber presenciado una obra de arte en el deporte, y poder transmitir esa emoción a los lectores.
Ese equipo que lleva las cuatro letras de mi país de nacimiento no es representativo de todos los cubanos. Al menos no lo siento mío porque en realidad representa a una dictadura, a un único partido y a una familia de apellido Castro.
No por gusto el dueño del béisbol en Cuba es Antonio Castro Soto Del Valle, hijo del Pelotero en Jefe, quien gustaba dirigir la novena Cuba desde su despacho en la Plaza de la Revolución. Tony Castro viajaba con el equipo en condición de médico, y siempre tenía a mano un moderno celular en el que recibía las orientaciones y alineaciones que su padre le ordenaba al mentor cubano. Los periodistas cubanos que viajaron con el equipo saben que digo la verdad.
En los cuatro Clásicos que cubrí hasta mi retiro en la AFP, desde el primero en 2006 hasta el último en 2017, vi varias veces a Tony Castro estar por encima de la jefatura del equipo. Incluso salía a tomar su turno al bate en los entrenamientos.
Luego Tony siguió su ascenso en el mundo del béisbol internacional y con el apellido de su padre, y el apoyo de ciertos personajes de las Grandes Ligas de béisbol (MLB), logró que lo nombraran en 2009 vicepresidente de la Confederación Mundial de Béisbol y Sóftbol (WBSC).
Desde ese puesto, y también con el apoyo de esos mismo personajes de la MLB, torpedeó el intento de algunos peloteros cubanos del exilio de participar en el Clásico con un equipo Cuba Independiente, organizado por la Asociación de Peloteros Cubanos Profesionales creada en abril de 2022, y lamentablemente naufragada por la deserción de algunos jugadores que decidieron competir por el equipo Cuba made in Castro.
No criticó a los jugadores cubanos que escaparon de la isla para hacer carrera en el profesionalismo y aceptaron jugar para los mismos que le dieron la patada que los puso en el exilio. Pero tampoco los aplaudo. Cuesta trabajo liberarse del Síndrome de Estocolmo, y más cuando no se quiere perder la posibilidad de viajar a la isla a ver a sus familiares.
En su camino hasta estas semifinales del Clásico, el gobierno cubano —que no el equipo— se ha embolsado casi millón y medio de dólares. El avance en cada etapa está premiado con una cantidad de dinero. Las normas del evento establecen que el monto total ganado se reparta entre los jugadores, técnicos y sus respectivas federaciones nacionales de béisbol.
El premio a cada jugador rondaría los 50.000 dólares, sin contar los premios individuales que reciben los más destacados del campeonato. ¿El gobierno cubano les dará el monto completo a los peloteros de la isla? Por descontado que el acuerdo con los que juegan en Grandes Ligas es que reciban todo el dinero, pero cuándo lo recibirán es otro cuento.
Hace montones de años la novelista inglesa Mary Shelley escribió Frankenstein, un libro que se convirtió en clásico de la literatura universal. La novela narra la historia de Víctor Frankenstein, un joven suizo, estudiante de medicina, obsesionado por conocer «los secretos del cielo y la tierra». En su afán por desentrañar «la misteriosa alma del hombre», Víctor crea un cuerpo a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados.
Para mí este “Equipo Cuba” es un Frankenstein que no me representa. Un engendro castrista, que como todo lo que sale de sus mazmorras, carece de alma y corazón.
A estas alturas del partido, me da igual que gane o pierda el Team Castro. Pero si usted quiere aplaudirlo vaya y hágalo. Si es de esos que repiten como corifeos amaestrados que no se debe mezclar el deporte con la política, la cultura con la política, la libertad con la política, no tenga pena y bata las palmas. Estamos en un país libre donde cada cual tiene derecho a expresarse en libertad. La misma libertad que le permite sacar un pasaporte cubano para regresar al lugar donde lo tratarán como ciudadano de segunda.
Yo hace rato le dije adiós a los Industriales, y el único color que amo es el del cielo que tengo sobre mi cabeza.
© Pablo de Jesús
Florida, 18 marzo 2023