Cubanos, el éxodo no puede ser la única solución

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Por Jorge Sotero

La Habana.- Desde que Estados Unidos estableció el llamado Parole Humanitario, unos 10 mil cubanos han llegado al referido país, huyendo del castrismo. La cifra de migrantes, sin embargo, es mucho más grande, porque los antillanos, ante la imposibilidad de cruzar la frontera norte de México, se van a cualquier parte.

El Vigía de Cuba se hizo eco, hace apenas unas horas, de unas declaraciones de Brian Nichols, subsecretario del Departamento de Estado, en las que hacía referencia a los cubanos que recibieron el beneficio del nuevo programa de la Administración Biden, que otorga un permiso para permanecer en EE.UU por hasta dos años y solicitar un permiso de trabajo durante su estancia.

Los nacidos en la Mayor de las Antillas tienen la ventaja de que al año y un día de haber arribado a suelo estadounidense, pueden presentar los papeles correspondientes para solicitar la permanencia definitiva.

Mientras el parole beneficia solo a aquellos que tienen un familiar o un amigo que los patrocine en Estados Unidos, los que no tienen a nadie también sueñan con escapar y se montan en ‘cualquier barco’ hacia cualquier destino, con tal de dejar atrás las penurias del castrocomunismo.

Los cubanos se van a Belgrado para intentar entrar a Europa a través de la frontera serbia, o a Rusia, a trabajar casi como esclavos en la construcción, limpiando mercados o paleando nieve, sometidos a las más duras condiciones y con pagos muy por debajo del salario mínimo en el país.

Otros se van a Suramérica y se instalan en Brasil, Bolivia, Chile, Argentina o Ecuador. Renuncian a sus profesiones y trabajan en lo que sea con tal de sobrevivir y enviar un poco de dinero a su familia en Cuba. Unos dejan la guitarra y toman la cuchara de constructor, otros abandonan la bata de médico y se van a una carnicería, aquellos se olvidan de las aulas y laboran la tierra, o se convierten en peones de ganado en medio de la selva.

Una gran parte vive escondida, sin garantías médicas si se enferman. Y algunos aún se tiran al mar. Toman cualquier cosa que flote e intentan cruzar las oscuras y peligrosas aguas del estrecho de la Florida, en busca de otro mundo, porque cualquiera que sea ese nuevo mundo, será siempre mejor que el que viven en Cuba.

En Cuba, mientras el gobierno habla de las bondades del sistema, que solo disfrutan ellos, el pueblo no tiene aceite, ni carnes, ni verduras, ni arroz, ni legumbres. Y tampoco hay medicinas, ni atención médica, los hospitales se caen a pedazos, y las casas se derrumban o se las llevan los ciclones.

Encima de eso, se disparan los índices de criminalidad, los feminicidios se triplican, los robos crecen aceleradamente, y cada día hay un incendio nuevo en una casa o un bosque, o muchos, y los vehículos chocan aunque no haya otros en las derruidas vías cubanas.

El salario no da ni para una semana. Las jubilaciones hacen que los viejitos anden sucios, con las ropas raídas y con mal olor. Y encima de eso, con dolor en el alma, porque muchos quedaron atrás luego de que sus hijos y nietos emigraran.

Los cubanos sobran en Cuba, y los Castro, los que aún gobiernan, quieren que se vayan más. Mientras más se van, más dinero entrará de remesas y más caros serán los productos en las tiendas, en unos mercados que venden en una moneda en la cual no se le paga a los trabajadores y jubilados.

Encima de eso, los policías y militares defienden al régimen a cambio de una caja de pollo o del doble de salario que los mejores profesionales, y los jueces, fiscales y abogados tiraron la ética a una cuneta y se plegaron a lo que oriente el Partido Comunista.

Un buen amigo me ha dicho más de una vez que el pueblo cubano tiene lo que se merece, y siempre le salgo al paso con el argumento de que un pueblo no es culpable de las plagas, los ciclones o las enfermedades, y tampoco de los desgobiernos, pero a veces se me escapan los argumentos y estoy a punto de hacer buenas las consideraciones de mi amigo.

Los cubanos tenemos que salir a la calle. Salir un día e incendiar la isla. No dejar títere con cabeza. Pasar por encima de todo lo que huela a comunismo y castrismo. Expulsar de nuestra tierra el cáncer dque sembraron los Castro. Juzgar y condenar a los que tiene hechos de sangre, y trabajar por una república nueva, donde cada uno tenga al menos el sueño de vivir en libertad o la esperanza de no tener que emigrar para evitar el hambre o a las hordas del castrismo.

Ese día que salgamos, no podemos volver. Aunque corten la internet y no tengamos comunicación con nadie, no podemos volver. Ya vivimos la experiencia del 11 de julio de 2021, las protestas en Nuevitas, y sabemos que las fuerzas del gobierno serán implacables, y harán causa con los que explotan el país desde hace seis décadas y media.

Ahora mismo solo hay dos caminos: el del éxodo o el levantamiento, y lastimosamente todos estamos por emigrar.

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