Ernesto Borges, olvidado en las mazmorras del castrismo

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Por Julián Pérez

La Habana.- Muy pocos presos políticos han sufrido lo que Ernesto Borges, quien ha sobrepasado los 22 años en las mazmorras castristas, sin que gobierno alguno, el de Barack Obama incluído, haya hecho nada porque los Castro lo liberen. El otrora mandatario estadounidense tuvo la oportunidad de exigir su libertad, a modo de canje, cuando liberó a los cinco espías presos en Estados Unidos, pero se desentendió.

Borges arrastra serios problemas físicos, incluso el riesgo perder la visión, sin conseguir que el castrocomunismo termine por darle la libertad y permitirle que reencause su vida donde mejor le convenga. Pero las hordas asesinas que dirigen Cuba no le perdonan que haya intentado entregar a la embajada estadounidense los nombres de más de una veintena de agentes que La Habana quería infiltrar en suelo norteño.

Para los Castro eso constituía el más grande de los delitos, la traición más dolorosa, y por esa razón lo mandaron a prisión, cualquiera sabe si con la intención de que terminara sus días allí, a tenor con las condiciones que le imponen cada día, porque últimamente le impusieron un régimen cerrado, que incluye las celdas semioscuras del Combinado del Este, la más famosa prisión de Cuba, y donde se cometen las mayores aberraciones.

Estando en la cárcel, Borges perdió a su madre y su padre envejece aceleradamente, en medio de pedidos constantes para que el gobierno libere a su hijo, pero la cúpula gobernante y sus secuaces encargados de imponer las condenas, hacen caso omiso una y otra vez a los reclamos de su progenitor.

Hace unos años, cuando le diagnosticaron cataratas y una hernia inguinal, Borges pasó de una intervención quirúrgica. Él tiene claro que en esos casos su vida corría un peligro extremo y decidió pasar de la operación, aunque su salud continuara agravándose.

Para la dictadura, el caso Borges tiene que servir de ejemplo. Si eres militar o perteneces a alguno de los estamentos de control de la dictadura, y te pones en contra, pagarás con la vida, aunque no sea frente a un pelotón de fusilamiento, como sucedió con el general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia. Hay otras formas de que una persona muera y sirva de ejemplo a los otros que se involucraron en las estructuras militares o de inteligencia.

Ernesto Borges era un estudiante brillante. Como parte del proceso sigiloso de captación de niños y jóvenes, entró en un programa para estudiar en la antigua Unión Soviética, nada más y nada menos que en la Escuela Superior de la Contrainteligencia Soviética, la KGB, en Moscú, desde donde egresó con título de oro.

Ya en 1998 ostentaba el cargo de capitán de la Dirección de Contrainteligencia del Minint, con la misión de ponerle cebos a la inteligencia estadounidense, para infiltrar a algunos oficiales, sobre todo aquellos que viajaban regularmente al exterior por cualquier razón.

Desde su posición, casi de privilegio, tuvo acceso a muchos nombres, a muchas estrategias, y, cuando, convencido de que el comunismo era un cáncer para Cuba, intentó poner en manos de la embajada estadounidense en La Habana una lista con 26 espías listos para entrar al país del norte, la inteligencia cubana le puso las manos encima y hasta el día de hoy.

Mucho después admitió que cometió errores garrafales, motivado por la decepción que sentía, una de las razones por las cuales no pudo simular más que creía en la dirigencia cubana y en el Partido Comunista.

Esas palabras suyas estaban incluidas en un documento que envió en octubre de 2019 al presidente de la Sala Militar del Tribunal Supremo Popular de la República de Cuba, al cual dirigió una apelación.

Pero la reclamación no prosperó. Había sido acusado de espionaje y debía pagar con su vida por alta traición, pero la ‘magnanimidad’ del gobierno cubano permitió que su pena fuera conmutada por una de 30 años, de los cuales debía cumplir unos 10, si su comportamiento era bueno, pero pasó la década y muchos más, y siguió entre rejas.

Ahora Borges tiene 56 años, y en su haber cuenta una huelga de hambre que abandonó porque el ya desaparecido cardenal Jaime Ortega y Alamino le pidió que la dejara, y que a cambio interferiría por él ante Raúl Castro, pero nunca se supo si el otrora obispo de La Habana lo hizo, y mucho menos la respuesta del gobernante.

El ensañamiento con Ernesto Borges ha llegado a límites impensables, como prohibirle hablar con su hija, que se había ido a vivir a Canadá, cuando esta regresó a Cuba de visita. Y solo el día de la muerte de su madre, cuando la familia estaba en la funeraria, pudo hablar con ella.

Los cercanos no olvidan cómo, ese día, lo llevaron encadenado como un delincuente vulgar hasta el lugar donde velaban a su madre, sin que pudiera besarla, ni abrazar a su padre o a su hermano.

Ernesto no olvida cómo, unos días después, unos de los oficiales de la Seguridad, llamado Marcos, fue a verlo y a decirle que no saldría hasta que expirara su condena completa de 30 años, por no haber pactado nada ni haber aceptado los ofrecimientos que le hicieron en decenas de ocasiones.

“Cuando en la Seguridad del Estado se habla de Ernesto Borges ellos pueden decir que soy un traidor, pero un traidor que no ha claudicado, que se mantiene firme en sus ideas, en sus posiciones, y yo creo que eso es lo que ha hecho, sobre todo, que tanto la dirección del país como la jefatura del Ministerio (del Interior) se hayan ensañado conmigo”.

El caso de Ernesto dista mucho del de los espías cubanos apresados en Estados Unidos y condenados a penas larguísimas, como Gerardo Hernández, líder de la llamada Red Avispa, quien regresó a Cuba en perfecto estado de salud, luego de que la dictadura se gastara millones de dólares en campañas internacionales para una liberación que llegó de la mano de Obama, sin que este exigiera algún gesto a cambio.

Luego de pasar por prisiones de Artemisa y Guanajay, su estancia en el Combinado del Este ha sido en extremo dura, por las condiciones de la celda, por la alimentación, porque sus carceleros suelen dejarlo sin corriente durante muchas horas al día, lo que ha terminado por afectarle la vida y la salud, sin que sus verdugos hicieran caso alguno a los postulados de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH),  que establece que los locales destinados a los reclusos tendrán ventanas  suficientemente grandes para que el recluso pueda leer y trabajar con luz natural; y deberán estar dispuestas de manera que pueda entrar aire fresco, haya o no ventilación artificial y que la luz artificial tendrá que ser suficiente para que el recluso pueda leer y trabajar sin perjuicio de su vista.

Ahora mismo el padre de Ernesto no está bien de salud, además de ser un hombre muy mayor, y solo pide que el gobierno acceda a hacer algo con su hijo para que recupere la libertad, pero tal como van las cosas no hay señales de que vaya a ocurrir algún cambio de posición que permita pensar en la liberación de Borges antes de que cumpla su condena total.

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