Cuba, la farsa electoral y la miseria

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Por Anette Espinosa

La Habana.- En dos semanas se consumará una farsa electoral más en Cuba. Los cubanos volverán a las urnas a “ratificar” a los ya elegidos miembros del nuevo parlamento, el mismo que dará otra vez su respaldo al impuesto presidente Miguel Díaz Canel para su segundo y último mandato al frente del país. Todo eso, en medio de la más galopante inflación de la historia de Cuba.

Ahora mismo, mientras el gobernante, el primer ministro, Manuel Marrero, o el tutor de ambos, Raúl Castro, se pasean por los municipios por donde fueron nominados, los precios de los alimentos y las medicinas alcanzan precios estratosféricos, fuera del alcance del ciudadano común, que ya no sabe cómo se las va a arreglar para sobrevivir más allá de la primera semana de cada mes.

Yoandy, un amigo de la universidad, me escribió ayer para saber si tenía por casa Azitromicina, porque su pequeña hija está enferma y le mandaron un tratamiento pro seis días. El plan, en suspensión, con medicamentos importados por las personas naturales, le sale en 2400 pesos, más de la mitad de lo que gana en un mes. Porque en la farmacia, cuando preguntó, la dependienta se río y le contestó: “en qué país crees que estás viviendo, mijo”.

El mismo tratamiento, en tabletas, le sale en mil pesos. No lo hay en las farmacias, pero en los sitios de venta en internet se pueden conseguir, incluso con envíos hasta su casa, previo pago de 300 pesos más.

Mi amigo anda cómo loco. Su trabajo no le deja tiempo para hacer otro, que no sabe si encontrará o no, en tanto intenta estirar a toda costa el pequeño stock de alimentos, en espera de un milagro, que no tiene seguro si ocurrirá, o no.

En enero, la madrina de la nena, que se fue hace un año para Estados Unidos por la vía de los volcanes, le envió 100 dólares, que vendió a 165 pesos. Pero ese dinero, que era un regalo de cumpleaños para la pequeña Gretell, se acabó en unos días, y ahora Yoandy le pide adiós que la madrina de su hija se acuerde de ella de nuevo.

Yoandy intentó vender su casa desde mediados del año pasado. Su casa es grande y está en buen lugar, en los límites entre El Vedado y Nuevo Vedado. Los 60 mil dólares que pidió por ella le alcanzaban para pagar la travesía suya, de su esposa, de Gretell y Gianni, su hijo mayor, pero nadie la compró. Le bajó el precio hasta 40 mil y tampoco. Y ahora, cómo está la situación la vende en 27, con la intención de comprar una más pequeña y contar con un poco de dinero con el cual alimentar a sus hijos.

“Estoy desesperado, Anette. No sé qué hacer. Los niños no quieren comer picadillo, el pollo, cuando hay, lo miran con mala gana. Y cuando se enferman, no aparecen las medicinas. A veces me dan deseos de tirarme del techo, y si no lo he hecho es solo porque pienso en mis hijos”, me dijo anoche en un mensaje por Whatsapp. Y cuando lo llamé para atrás, para darle ánimos, me dijo que estaba dispuesto a permutar por cualquier casa para los campos de Mayabeque o Artemisa, con tal de que la nueva morada tuviera un pedazo de tierra para sembrar algunas cosas.

“Ya sé que es peligroso el campo, porque están matando a los campesinos para robarles sus cosas, y ya sé también que nunca he trabajado en el campo, pero a todo se adapta uno y todo se aprende. Lo que no puedo es dejar que mis hijos se enfermen o se me mueran de hambre, porque, además, no hay medicinas en las farmacias, ni instrumental ni médicos en los hospitales”, insistió con la voz entrecortada.

Al fondo, se sentía el llanto de Gretell, con quien hablé unos minutos y a quien invité a venir a mi casa, a pasar un rato y a jugar con Yen, mi perrita. La idea le gustó, pero Yoandi no quiso traerla, porque tiene miedo de que su enfermedad empeore, o se enferme la niña mía.

Cuando terminé de hablar con mi amigo, encendí el televisor, y lo primero que vi fue a un risueño Díaz Canel en Santa Clara. El presidente no iba rodeado del pueblo que sufre y sobrevive a duras penas, sino de dirigentes, todos limpios, rozagantes, con buenos zapatos y camisas lustrosas. Y me pregunté cómo puede un hombre mantener sometido a un pueblo, sufriendo las calamidades más insospechadas, mientras él va por ahí con un discurso totalmente diferente, pidiendo resistencia, cuando estamos prestados en este mundo y más temprano que tarde se nos acabará.

Lo del gobierno cubano no tiene nombre. Los Castro y sus adláteres siguen pegados a la teta del poder. Unos disfrutan los últimos años de una vida placentera, como los Raúl Castro, Ramiro Valdés o Guillermo García, y sus herederos se apuntalan como grandes empresarios, dueños en la sombra de las más importantes Mypimes, como el caso del nieto escolta de Raúl Castro, un magnate en la sombra, a cuya cuentan entran todos los días decenas de miles de dólares.

Cuba es el Birán de los Castro. Gobiernan la isla como su padre hacía con los campesinos y los haitianos a los que explotaba en aquel lugar de Holguín. Díaz Canel es el capataz. Y ni a ellos ni a su capataz les importa un pito a suerte del pueblo.

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