Por Anette Espinosa
La Habana.- En Santa Clara, una libra de arroz se vendía el jueves a 280 pesos. Y no era arroz Jazmín ni ninguno de esos tipos caros que se venden en otros países. No, era solo arroz criollo, lleno de basura, mal secado y mal pilado. Incluso con piedras. Sin embargo, hasta allí fue de nuevo el mandatario impuesto, Miguel Díaz Canel en su campaña política.
Para el diario Granma, en un artículo que no hay quien se lea completo, «la mañana de jueves fue de sentidos encuentros entre el pueblo y los ocho candidatos a diputados por el municipio de Santa Clara, entre quienes se encuentra el Presidente cubano», quien, como no tiene nada que ofrecer, se limitó a enaltecer «la resistencia de los trabajadores frente a las adversidades.
https://www.granma.cu/cuba/2023-03-09/viaje-a-espacios-de-la-resistencia-cubana-09-03-2023-23-03-35
La nota, firmada por una de las periodistas del staff presidencial, Alina Perera, y el corresponsal en Santa Clara, Freddy Pérez Cabrera, insiste en las tácticas para resistir, aquellas creativas, como parte del discurso del mandatario en varios lugares de la ciudad de Santa Clara, una de las capitales más depauperadas de la isla, una ciudad llena de basura, de indigentes, de viviendas en mal estado y de personas abatidas por el rostro de la pobreza.
Lo cierto, los santaclareños han visto más a Díaz Canel desde el 6 de febrero que todo lo que lo hicieron en sus años al frente del partido en la provincia, cuando aprovechaba cualquier oportunidad para irse a la cayería norte, al Hanabanilla, y apenas se dejaba ver por las calles, a no ser cuando había alguna actividad política. Ahora, sin embargo, está más presente que los gorgojos en el arroz.
Todo, como hemos denunciado en estas páginas, tiene la intención de que los santaclareños voten por él. El mandatario sabe que no es complicado conseguir el 50 por ciento más uno de los votos para mantener esa condición de diputado a la Asamblea Nacional que ya tiene garantizada, sino que él quiere obtener un alto respaldo, porque los curiosos lo compararán con otros de los grandes de la nomenclatura, entre ellos Raúl Castro, que tiene seguro, como no puede ser de otra forma, tendrá más del 99 por ciento por el municipio de Segundo Frente, en la provincia de Santiago de Cuba.
El rotativo habla de encuentros con el pueblo, como si el hombre saliera a la calle a encontrarse con la gente, a intercambiar sobre cualquier tema, a aceptar que algunos discrepen de sus opiniones, a asimilar las quejas o las críticas de la población, aunque nada más lejos de la realidad. No hay ni un mitin improvisado, todo lo contrario, cada momento, cada reunión, cada paso ha sido meticulosamente planificado. El presidente solo va a los lugares marcados, con personas escogidas con anterioridad.
¿Por qué no se baja de sus autos lujosos y se va a caminar por El Condado, a debatir con las personas de allí, que no tienen comida, servicios sanitarios, agua, o cualquiera de esas condiciones mínimas que se necesitan para vivir?
¿Por qué no va a los hospitales y se llega hasta las salas para preguntarle a pacientes y acompañantes, incluso a los médicos, por cómo son las condiciones allí, si hay o no medicamentos, si los lugares están limpios? ¿O por qué no le pregunta a esos que se pasan horas y horas en las paradas de ómnibus en espera de que pase al menos uno, qué cree de la situación del transporte o del maltrato animal?
Incluso, por qué no se va hasta el Yabú y averigua las razones por las cuales hay tantas tierras improductivas, por qué no hay viandas ni hortalizas en Santa Clara, o las razones por las cuales la carne de puerco amenaza con llegar a 400 pesos la libra, nada menos que una décima parte del salario de un profesional cualquiera, o más de una quinta de lo que recibe un jubilado al mes.
Díaz Canel tiene lugares a donde ir para pulsar de verdad la aceptación de su gobierno, pero, tanto él como sus secuaces saben los sitios a donde ir, donde dar sus sermones, donde explicar lo inexplicable y también donde hablar de su resistencia creativa, como si él, alguna vez, lo hubiera hecho.
Los lugares de Díaz Canel fueron la Empresa textil, unos de los fiascos más grandes de todo ese proceso que llaman revolución en Santa Clara y en toda Cuba, y a pesar de eso dijo que «Esta ha sido una de las industrias, dentro de la rama textil de Cuba, de vanguardia», porque para él y todos los dirigentes del partido comunista las palabras ‘vanguardia’ o ‘victoria’, son parte de su vocabulario obligado en cada presentación.
También estuvo en la planta de asfalto, y como no podía ser de otra forma, Granma cuenta «historias como las de Ailín González Rodríguez, madre de tres hijos, uno de ellos con discapacidad, y que no tenía casa ni trabajo, salieron a relucir durante el encuentro sostenido por el Primer Secretario y el resto de los candidatos con jóvenes que habían estado desvinculados del trabajo y ahora han sido beneficiados por distintos programas sociales».
Y luego sigue con el sermón de la revolución que no abandona a sus hijos, aunque no dice que los mete presos por solo pensar diferente y decirlo, o que los asesina, como ocurrió con el joven Zinedine Zidane Batista, asesinado el año anterior por un policía que ya lo tenía sometido, en el piso y con un pie sobre su espalda. Hasta ahora no ha trascendido que haya habido un juicio contra el agente del orden por su accionar.
Para terminar, Granma dice que el presidente fue a Sakenaf, otro de los lugares donde los trabajadores ganan buen salario, tienen primas, y cuidan sus puestos, por lo que a nadie se le ocurriría allí alzar la voz para cuestionar al mandatario.
Por suerte, las elecciones se acercan y se terminan las idas y venidas del otro divo de Placetas -léase Díaz Canel- de la capital cubana a Santa Clara.