(Tomado del muro de Facebook de Eduardo González Rodriguez)
Santa Clara.- En tercer grado tuve un compañero de aula, Danilo, que era el niño mejor vestido de la clase. Para colmo, era un muchacho bien parecido e inteligente. Para Enriqueta, la maestra, Danilo era un dechado de virtudes, pero la mayoría de los muchachos no lo soportaban. ¿Era malo Danilo? No. Pero no podía evitar ser el primero en levantar la mano cuando la maestra nos hacía una pregunta, además de brindarse de voluntario cuando alguien debía ir a la pizarra. Imagino que en esa época tendríamos unos ocho o nueve años. La mayoría de nosotros éramos hijos de obreros, gente pobre, que comenzaba a vivir en una sociedad que luchaba contra los burgueses y los rezagos del capitalismo. Por solo citar un ejemplo, todas las autobiografías solicitadas en cualquier institución para aplicar en un trabajo, o en un cargo, o como documento que debía constar en expediente, comenzaban así: “nací en el seno de una familia humilde…” Y es que ser pobres era condición imprescindible para encajar en el perfil de lo que necesitaba el país: gente humilde que trabajara por los humildes y para los humildes.
Para no extenderme demasiado, Danilo fue el primer niño que yo conozca que sufrió bullying en la escuela. Una vez alguien se orinó dentro de sus tenis en el horario de educación física y pagamos justos por pecadores. Ese día no hubo horario de receso.
Mi amigo Cosme lo esperó una vez a la salida para intimidarlo con una navajita con la que le sacaba punta al lápiz y Danilo escapó porque el padre vino a buscarlo en su Peugeot 404 y porque, además, Cosme y yo estábamos discutiendo sobre el abuso que iba a cometer contra un muchacho que jamás se metió con nadie. Tengo muchos amigos de esa época que leerán esto, estoy seguro, así que recordarán a Marcelino, un pichón de delincuente al que le partí un brazo de pupitre en la cabeza por haberle dado un galletazo a Danilo que le sacó sangre de la boca. Por aquel suceso, Orozco, el jefe de sector del barrio, fue a la escuela y amenazó a Marcelino con un centro de reeducación de menores y a mí con cambiarme de escuela. Recuerdo como si fuera ahora las palabras que Marcelino le dijo a Orozco para justificar el trompón que le dio a Danilo. “Este tipo es un burgués”. Pero no era por eso, no. Fue la maestra la que comenzó a cavar el abismo entre Danilo y el resto de los muchachos. Si alguien se portaba mal, Enriqueta ponía el ejemplo de Danilo, niño correcto, aplicado, respetuoso, inteligente. Si Danilo era el primero en levantar la mano, allá iba la maestra, “tú no, Danilo. Parece que eres el único alumno inteligente en esta aula”. Si la madre de Danilo venía a la escuela, la maestra era risa, amabilidad, decencia. Si la madre de Marcelino era la que se aparecía en el aula con la cabeza llena de rolos, Enriqueta le susurraba al oído una cantidad de quejas que el infeliz Marcelino, delante de todo el mundo, tenía que soportar un arsenal de trompadas e improperios que podrían llenar un libro. ¿Podía Danilo caer bien?
He visto mucho bullying a lo largo de mi vida. Y puedo asegurar que hoy, más que nunca, hay bullying en casi todas las esferas de la sociedad. En la familia, en las escuelas, en las redes sociales. Hay bullying político, cultural, racial, religioso…
Y estoy hablando de esto porque leí en las noticias que Drayke Hardman, un niño de 12 años se suicidó el 14 febrero en Utah, Estados Unidos, porque no pudo resistir más el acoso de un compañero. Esto puede ocurrirle en un instante -el instante de la soledad y del terror- a nuestros hijos, a los hijos del vecino, a cualquiera que sea un poco diferente. Hay que estar muy claro de que solo se necesita una condición para que el bullying ocurra: que el abusador logre identificar a alguien que no esté, por muchísimas razones, en condición de defenderse.
Los padres de este niño, Andrew y Samie Hardman, han declarado amorosamente, humanamente, que deberíamos “enseñarles a nuestros hijos la verdadera importancia de ser amables y buenas personas con los demás.” ¿Qué pasa si todos los padres no enseñan a los hijos “la verdadera importancia de ser amables y buenas personas con los demás”? ¿Qué pasa si los padres en vez de hijos amorosos se dedican a criar gladiadores? Ser amoroso, buena persona, no implica que seamos incapaces de responder con fuerza a cualquier acción o palabra que comprometa nuestra integridad física o moral. En todos los aspectos de la vida, donde hay una acción del sujeto A y no hay reacción del sujeto B, existe bullying. Debemos estar al tanto de cualquier cambio de humor de nuestros hijos, cualquier señal de apatía, de indolencia, de introspección, y debemos, además, enseñarlos a defenderse verbal y físicamente. Este mundo, mal que nos pese, está lleno de abusadores en cada uno de los estratos que conforman esta locura que llamamos sociedad. A la acción del sujeto A, siempre debemos responder, en cualquier circunstancia, con una reacción que iguale la potencia de su acción. A eso le llamo defensa. Y no lo digo yo, lo dijo San Newton. De todas maneras, pónganle ustedes el nombre que deseen.
Un abrazo, hermanos. Y observen a sus pequeños. Observen…