Por Pablo Alfonso
Miami.- Miguel Pérez, no era un Pérez cualquiera. Fue el hombre que más odio le tuvo a Fidel Castro. Sin embargo, no fue al que más le quitó, ni al que más daño le hizo el dictador cubano. A otros les arrebató más cosas, incluso la vida, o la de sus hijos.
A Miguel le bastó que le decomisaran su camión y las dos bodegas que tenía en su natal Placetas, para odiarlo hasta su último aliento. Fue así de simple. Cuando llegó al poder, el comandante mandó a parar el desarrollo de una isla y le cortó las alas al placeteño.
Por desilusión abandonó su terruño natal y emprendió camino al occidente del país, para echar anclas en otro pueblucho, en la llamada por entonces Habana campo. Allí se convirtió en todo un personaje y, como buen cubano, hizo humor de la desgracia. Por donde quiera que pasaba, hablaba de Fidel, bajito, pero hablaba, y lo hacía con una gracia que sacaba carcajadas a quien lo escuchaba.
Pelón era otro personaje del pueblo, un músico, también muy simpático. Las lecturas de muchos años le habían dado una buena cultura, como a Miguel, y había viajado a algunos países con su agrupación. Siempre que podía, iba a casa de este último a escuchar las ocurrencias del hombre que más odió a Fidel.
-¿Viste anoche el noticiero, Pelón? El tipo sustituyó al ministro de Economía. ¿Para qué, chico, si aquí no hay economía? No está fácil el comunismo este… dime aaalgo Pelón, y no se sabe hasta cuándo.
Pelón reía a carcajadas, cuando Miguel decía: ‘Decían que Batista era un hijo de puta. Y El mismo Batista dijo que hijo de puta es este que tienen ahora y no se equivocó’.
-Mira, Pelón, (Benito) Mussolini, (Francisco) Franco, (Adolf) Hitler y Julio César (el emperador romano) eran unos pioneritos al lado del salvaje este. Y lo más lindo, no se sabe hasta cuándo.. ¿Dime aaalgo, Pelón? -Pero Pelón no podía responder, porque la risa no lo dejaba, y porque sabía que el viejo Miguel estaba más claro que el agua.
Una vez Pelón fue a Chile con un grupo musical y Miguel estaba ansioso porque regresara. Nada más se enteró que estaba en casa le cayó por allá.
-Pelón, tú que acabas de regresar de Chile, ¿sabes si Pinochet se está comiendo el azúcar que el socio tuyo este le donó a Allende? (El viejo recordaba con lucidez cuando Fidel le quitó una libra de azúcar a los cubanos para mandarla a Chile, y aunque prometió que sería solo por un tiempo, nunca más la devolvió).
-¡Qué clase descarado es el Fidel este, esa azúcar se la metió él, como se ha metido todo el país este… y no se sabe hasta cuándo… dime aaalgo, Pelón! -decía, a medida que se iba calentando, como si alguien lo hubiera pinchado de repente con una aguja imaginaria.
Luego cambiaba los protagonistas y se iba a Venezuela, o a cualquiera de esos gobiernos cuyos presidentes parecían cortesanos de Fidel Castro.
-¿Y viste el amiguito que tiene ahora, el Chávez ese? Ese no es venezolano nada, ese es un oriental tapado, que tiene el hijo de yegua este, y lo puso a dirigir Venezuela. -Decía, y luego agregaba el ‘dime aaalgo, Pelón’, que usaba siempre para buscar la aprobación de su interlocutor.
-¿Viste a cómo está la libra de manteca, a 20 pesos, cómo no van a robar los trabajadores, si le pagan cinco pesos y la libra está a 20. Claro que tienen que robar. ¡Cómo está esto y no se sabe hasta cuándo!, Dimee…
Luego la cogía con los escritores que venían al país a escribir de Fidel Castro y a hacer loas de lo que les decía, sin meterse de verdad con los cubanos que sufrían para entender las historias.
-Y ahora el escritor este, el españolito ese, el tal Ramonet, dice que estuvo 100 horas con Fidel. Nos quiere confundir, como si fueran 100 años de soledad, como Gabriel García Márquez. 100 horas con Fidel. Solo estuvo 4 días nada más y escribió un libro el Ignacio Ramonet. Yo tengo para escribir la biblioteca de Alejandría, yo llevo más de 50 años con él. Y no se sabe hasta cuándo… dime aaalgo Pelón.
Para Miguel, la muerte de Fidel Castro era algo recurrente: ‘Espero que se muera antes que yo y Cuba sea libre, tengo que ver de nuevo a mi Cuba libre’, decía una y otra vez, pero un día cayó muy enfermo. Pelón fue a verlo y no pudo ni preguntar por su salud. Nada más que lo vio lo miró como siempre y le dijo:
-Estoy muy mal, no me siento bien, yo sé que me voy a joder, pero no te preocupes, Pelón, yo lo cojo allá arriba, allá no se me escapará. Yo lo cojo allá arriba, ya te diré cuándo te vuelva a ver.
El 5 de julio de 2016, el viejo Miguel cumplió 106 años. En septiembre de ese mismo año falleció. Dos meses después, murió Fidel Castro. Dudo que se hayan visto allá arriba. Miguel Pérez fue al cielo. Fidel, no.